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viernes 20 septiembre 2024

El Cristo de Beuys

por Germán Martínez Martínez

“El hombre contemporáneo no ha sido abandonado por Dios” dijo el artista Joseph Beuys al jesuita, teólogo y curador Friedhelm Mennekes. El de Beuys no era planteamiento de fe ingenua, ni su espiritualidad una posición alineada con las de sus colegas. A ciertos libros uno tarda en llegar, pero su encuentro puede ser oportuno. Hace mucho, en alguna ocasión durante largas conversaciones en nuestros años de formación, el poeta Luis Felipe Fabre me habló con total entusiasmo de Pensar Cristo. Busqué el libro, sin encontrarlo, en varios momentos, la última vez —poco antes de la pandemia— en una visita con el bibliófilo Arturo Saucedo a la Librería Parroquial de la Ciudad de México. El título y el ánimo de Luis Felipe estaban vivos en mi memoria, pero no los nombres de los involucrados, por lo que recité al amable dependiente los de místicos y artistas del siglo XX que me vinieron a la mente en mi infructuoso intento de ubicarlo. Hasta hace semanas en que, deambulando, entré a El Péndulo original —quiero creer que en estado de gracia— para, sin mucho hurgar, toparme con Joseph Beuys: Pensar Cristo. Y aun careciendo de fe, el libro me entregó elementos para mi reflexión sobre cuál es la excepcionalidad de la vida del artista.

El artista y pensador Joseph Beuys.

Josep Beuys: Pensar Cristo (1996) de Mennekes (1940, Alemania), contiene dos diálogos con el artista y varios ensayos del jesuita sobre al arte de Beuys (1921-1986, Alemania) y sus entrecruzamientos con la cristología y la cultura contemporánea. La primera y más larga conversación, con Mennekes, se realizó el 30 de marzo de 1984; la segunda, con Elisabeth Pfister —de la radio de Hessen—, el 10 de diciembre del mismo año (la mayoría de lo que refiero proviene del intercambio con Mennekes, salvo que indique lo contrario). El punto de partida es por demás significativo, pues Beuys afirmaba: “Me he opuesto a la idea de que Cristo era sólo una figura histórica”. Por tanto, se distanciaba de la común derivación de él como personaje ejemplar: “como si lo importante fuera cómo ha de comportarse uno moralmente”. Beuys no contemplaba que bastara con creer: “se ha de intentar ‘creer con exactitud’: primero se ha de perder la fe igual que Cristo la perdió un momento en la cruz”. En su visión uno ha de “ser abandonado completamente por Dios”. Y Beuys colocaba altísimamente la vara —como yo considero que corresponde también en la búsqueda de la experiencia artística— más allá de las prácticas culturales vigentes: “cualquier clase de juego idiota y difuso no conduciría a esta experiencia cristiana”.

A contracorriente de la supuesta secularización del mundo contemporáneo, Beuys se mostraba más que involucrado en los temas de Cristo. Beuys decía a Mennekes: “en mi vida lo cristiano me interesa y me ocupa” y aclaraba que desde 1954 —tras experimentos artísticos— notó “que no me aproximaría a lo cristiano representando a Cristo de un modo figurativo”. Pero Cristo sería pieza fundamental de sus creaciones. A su vez, era central en la visión de Beuys que Cristo era la transformación de Jesús. La importancia que daba a tal figura no tenía duda: “La idea del ser humano está unida inseparablemente a la idea de Cristo. En ese sentido, no se puede pensar el ser humano sin pensar a Cristo”, según dijo a Pfister. También ante ella afirmó: “todas las ideas socialistas resultan inconcebibles sin la esencia de Cristo”, al tiempo que criticaba por igual los regímenes capitalistas y socialistas. Sin caer en confusiones, sino hablando desde el plano espiritual, aseguró a Pfister: “Al ser humano no le queda otra posibilidad que adoptar el papel de Cristo”.

El libro con una conversación entre Beuys y un jesuita.

En la conversación con Mennekes, el artista se permitió alguna expresión de juicio estético. Sobre los salmos dijo: “Creo que son demasiado bonitos. Son líricos. Me resulta muy difícil aproximarme a ellos”. También hay argumentos que pueden provocar el rechazo de muchos lectores, tanto de quienes se identifican como religiosos como aquellos de mentalidad laica. Beuys se extendía sobre el sufrimiento, sus diferencias con el dolor y llegaba a conclusiones que —sin ponerles atención— pueden pasar por sabiduría retórica de nuestro tiempo. Decía: “[Cristo] muestra precisamente que el sufrimiento ayuda a las personas. Aquel que persevera en el sufrimiento consigue que el mundo avance, lo enriquece”. Pero una consecuencia que Beuys sacaba de lo anterior era que “un niño enfermo, que lleva toda su vida en cama y no puede hacer nada, sufre y, por medio de su sufrimiento, llena el mundo de substancia cristiana”.

El inventor de la constante de gravitación universal (1971).

La cuestión del sufrimiento era cercanamente asociada por Beuys —al menos en las ideas expuestas en esta conversación— a la substancia cristiana, que implícitamente era objetivo vital y, por extensión, artístico de Beuys. “El sufrimiento es un determinado tono en el mundo. Se puede escuchar y también ver. El que se esfuerza por percibirlo, encuentra en el sufrimiento una fuente constante de renovación. Es una fuente de substancia muy valiosa ofrecida por el sufrimiento al mundo”. Evidentemente, la conversación entre el artista y Mennekes tiene un fuerte componente teológico. Aun así, encuentro coincidencia probable entre lo que Beuys llama “substancia” con lo que postulo como la “materia” que requieren los artistas para el trabajo interior que procese experiencias y dé vida a sus virtudes técnicas.

“Toda persona es, en potencia, un artista”, decía Beuys. La clave es la potencia y, añadiría yo, la presente subutilización de facultades, como la que caracteriza a la comunidad creativa. A Mennekes, Beuys le dijo: “La única cosa digna que ha de ser ensalzada es el alma humana. Me refiero al alma en un sentido amplio. No me refiero exclusivamente a los sentimientos, sino también a las facultades cognoscitivas: pensamiento, intuición, inspiración, autoconciencia, fuerza de voluntad. Todas estas capacidades están fuertemente dañadas en nuestro tiempo”. La de Beuys no era charlatanería, pues después aclaraba que su proposición conllevaba un “concepto ampliado del arte” —lo que no veía como una “teoría” sino como “configuración del pensamiento” y “manera de proceder”. Así, “un basurero puede cumplir todo esto antes que un pintor”. En este año de 2024, por supuesto, viene a mente la existencia monacal del afanador de baños públicos en Días perfectos, película de Wenders estrenada en diciembre.

El teólogo y curador Friedhelm Mennekes.

El proceso de la fe y la experiencia cristiana como las describía Beuys podrían ser sinónimas con la experiencia del arte: “una lucha para la obtención de esta conciencia. Y esto no se consigue sin esta disciplina y sin esta militancia”. Arduo trabajo y también una promesa, pues Mennekes refería que en 1974 Beuys llamó a Cristo “pasaporte para entrar en el futuro”. Beuys aseguraba que “somos seres espirituales” y como tales teníamos la capacidad, mediante esforzado proceso, de llegar a “percibir la energía de Cristo”. En el contexto del siglo XXI en que militancia tiende a ser interpretada como adherencia a un conjunto específico de causas —frecuentemente identitarias— las palabras de Beuys podrían ser leídas en clave posmoderna, como su perspectiva de que “el mundo no puede seguir siendo como es”; aunque tal anhelo no sea exclusivo del presente. Pero cuando Beuys hablaba sobre las curaciones ejecutadas por Cristo las calificaba como “terapia social” y “una curación completa de toda la sociedad”. La visión de Beuys, sin embargo, como la de Cristo, no era precisamente de este mundo, aunque incidiera en sus fundamentos. Beuys estaba en una batalla. La vida —en particular la del artista— puede ser la búsqueda de la “substancia”, para superar la realidad en que “hoy por hoy, los árboles son más inteligentes que las personas”.

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