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viernes 08 noviembre 2024

El mexicano y su educación

Existe un debate, ya viejo, que plantea una duda  ¿Somos o no demasiados crédulos?   Este viene desde el siglo XVII y fue ampliamente estudiado por dos de los grandes del racionalismo,  Descartes y Spinoza. ¿Tenemos una tendencia a creernos aquello que nos presentan o más bien dudamos? ¿Somos demasiado crédulos, o unos incrédulos sin remedio?

El filósofo y matemático francés René Descartes sostenía que comprender y creer son dos procesos separados: primero se absorbe la información y después se decide qué hacer con ella, creérsela o desecharla. El filósofo holandés Baruch Spinoza, sin embargo, argumentaba que comprender una información es, de hecho, creérsela,  argumentando que, solo más tarde, cuando la realidad nos muestra datos contrarios es cuando la duda nos llega.

El debate continúa, pero todo indica que está ganando Spinoza.  Ya en 1993 el psicólogo norteamericano de la Universidad de Harvard  Daniel Gilbert estudió a un grupo de personas a las que se les dio  informaciones escritas en las que se incluían datos falsos en el contexto de un relato verdadero.  Concluyó que en esa primera fracción de segundo en que recibimos la información, nos lo creemos todo. Su trabajo sigue siendo una de las investigaciones más citadas cuando se aborda el tema de la credulidad.

Podemos concluir que el humano es  bastante crédulo y con cierta tendencia a la  ingenuidad, y el mexicano no es la excepción, sobre todo, y esto es lo importante,  cuando se trata de noticias que le resulten compatibles con  su personal catálogo de ideas fijas, esas que ha desarrollado desde su infancia, en el seno de su familia, en el ambiente escolar, con sus amigos, con lecturas propias o inducidas y posteriormente en el ambiente laboral. Así vemos que una determinada noticia, cierta o falsa, eso no importa, adquirirá patente de “verdad absoluta” si concuerda con la información, verdadera o falsa que previamente la persona ha  adquirido.

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Aquí está precisamente el problema, si la información que un niño recibe en su casa en deficiente  y la que recibe de joven en la escuela es mediocre, fragmentada, tendenciosa, impartida por “maestros” de discutible calidad, entonces su formación cultural dejará mucho que desear. Posteriormente, si termina una carrera universitaria, la que sea  -sabemos que eso no es garantía de nada-  seguirá con su visión deformada.  Si a esto agregamos que el mexicano difícilmente lee más de un libro por año, y que según los estudios de la Organización Para la Cooperación y Desarrollo Económico  (OCDE) anda mal en lectura de comprensión por lo que  no entiende bien a bien que es lo que leyó, y si para completar la tragedia aceptamos que una buena parte de su información la obtiene de la televisión comercial  entonces  debemos aceptar que estamos ante un panorama preocupante.

Por cierto, ¿Qué calidad tiene la televisión comercial en México? Lamentablemente para la mayor parte de su  programación la calificación oscila entre mala y muy mala. Los programas de concursos, los de chismes intrascendentes, los musicales llenos de lo que se ha denominado “música Kleenex” (úsese y tírese)  y demás tonterías son bodrios verdaderamente insultantes para la inteligencia. Pocos programas son rescatables.

La radio no está mejor.  Los programas de pseudociencia, naturismo, horóscopos, terapias alternativas y chismes de la farándula saturan en el cuadrante. Los programas de contenido educativo son escasos y por lo general anestesiantes. Pero no todo está mal, los espacios noticiosos desde hace varios sexenios están abiertos (más o menos) a todas las orientaciones políticas, algo impensable entre los años 60 a 90. Las nuevas generaciones no tienen  idea de la monótona  uniformidad noticiosa de esos años. En esa época solo  se comunicaba lo que autorizaba Gobernación, y eso es precisamente lo que añora la llamada “Cuarta transformación”, para ellos es imperativo regresar a las épocas del monopolio informativo, del control férreo de las noticias.

¿Consecuencias de esto? Las previsibles: Un pueblo en su gran mayoría con una cultura que oscila entre mediocre y pésima, una visión del mundo deformada y sesgada, una veneración por ídolos transitorios y sin valor intrínseco, una escala de valores contaminada con criterios comerciales e inmediatistas, un desprecio por la cultura del esfuerzo y ahondamiento de profundas contradicciones sociales al ensalzar una serie de valores ligados no al trabajo sino a la corrupción y delincuencia.

 Remedio a esta tragedia, solo uno, educación universal de calidad. ¿Factibilidad? Cercana al cero.

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