El reloj del juicio final del Bulletin of Atomic Scientists correspondiente a enero de 2024 coloca a 90 segundos de la media noche la hora para el fin de los tiempos. Ello obedece no sólo al deterioro que ha experimentado la agenda de seguridad internacional de cara a la vertiginosa carrera armamentista exacerbada por conflictos tan vigorosos como el de Rusia y Ucrania sino también el que se desarrolla entre Israel y Hamas en Medio Oriente, sumando a ello el potencial de una hecatombe provocada por una pandemia tanto o más letal que la del SARS-CoV2, o por la crisis ambiental en curso.
Por si fuera poco, la retórica del uso de armas nucleares tácticas o estratégicas o ambas ha regresado por sus fueros. Tanto el gobierno de Rusia como el de Estados Unidos han señalado la posibilidad de usar, de ser necesario, sus arsenales nucleares frente al profundo deterioro que viven en sus relaciones bilaterales. Sin querer sembrar el pánico, lo cual no es fácil de lograr dadas las circunstancias, el presidente ruso ha insistido en la viabilidad de usar arma nucleares tácticas en el campo de batalla, aprovechando -esto no lo dice- que su stock es 10 veces superior al de Estados Unidos. La administración de Joe Biden, por su parte, en la nueva doctrina nuclear estadunidense, insiste en que el stock de armas nucleares estratégicas ya no cumple la función disuasiva de antaño por lo que ha decidido fabricar y eventualmente usar armas nucleares tácticas, con capacidades semejantes a las que tuvieron la bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki -que tuvieron entre 15 y 20 kilotones de capacidad explosiva- en la recta final de la segunda guerra mundial. Pero, a todo esto, ¿qué son las armas nucleares tácticas?
La definición más aceptada es que se trata de armas nucleares de bajo calibre diseñadas para su uso en el campo de batalla. Se les emplea para obtener ventajas en combate, no para ganar la guerra. Son arma nucleares que no están cubiertas por tratados internacionales sobre eliminación o reducción de armas nucleares estratégicas que incluyen ojivas nucleares colocadas en misiles balísticos intercontinentales, submarinos o bombarderos pesados. En este sentido se considera que la minas antipersona con carga nucleares, al igual que torpedos, artillería y alguna bombas de gravedad son armas nucleares tácticas.
Desde los momentos más álgidos de la guerra fría hasta la actualidad, Estados Unidos y la Unión Soviética/Rusia han realizado reducciones significativas de sus armas nucleares tácticas y estratégicas, sin que ello haya implicado su eliminación. Según el Instituto de Investigación de Estocolmo de Investigación para la Paz (SIPRI) con 5 889 Rusia es el mayor poseedor de armas nucleares estratégicas seguido de Estados Unidos con 5 244, la República Popular China (RP China) con 410, Francia con 290, el Reino Unido con 225, Pakistán con 170, India con 164, Israel con 90 y Corea del Norte con 30 para un total de 12 512 según la Federation of American Scientists. En lo que hace a las armas nucleares tácticas, Rusia posee alrededor de unas 1900-2000, 10 veces más que Estados Unidos. Como se sugería anteriormente, ambos países están desarrollando más de ellas contemplando ahora sí su uso en operaciones de combate.
Armas nucleares tácticas de Estados Unidos
Fuente: Federation of American Scientists.
Estados Unidos tiene unas 230 bombas de gravedad B61 en dos versiones, la B61-3 y la B61-4. Los aviones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) cuentan con aviones de uso dual F-15, F-16 y el avión de combate Tornado PA200, como sistemas vectores para transportar y lanzar armas nucleares tácticas. El F-35A ha sido certificado para futuras misiones con armas nucleares. La mayoría de los miembros de la OTAN activos en las misiones nucleares están modernizando sus capacidades aéreas para albergar los F-35A.
La fuerza aérea estadunidense ha desplegado unos 100 B61 en las bases aéreas de cinco países de la OTAN en Europa, a saber: Turquía, Alemania, Bélgica, Países Bajos e Italia como se puede apreciar en el cuadro anexo. El resto de las armas nucleares tácticas residen en Estados Unidos donde se encuentran almacenadas para su posible despliegue en misiones en el exterior. Es menester destacar que si bien el arsenal táctico emplazado en países de la OTAN en teoría puede ser desplegado en unos cuantos minutos, hoy su puesta al día para operaciones de combate podría requerir meses.
Cuadro
Armas nucleares tácticas de Rusia
Fuente: Bulletin of Atomic Scientists.
Rusia, por su parte, cuenta con más de 1 900 cabezas nucleares tácticas emplazadas en submarinos, más de 500 en aviones como los Tu-22M3, Su-24M, el nuevo Su-34 y el MiG-31K y más de 350 de sistemas de defensa antiaéreos emplazados en tierra.
Estados Unidos y Rusia son, entonces, los únicos países que no solo poseen armas nucleares en sus territorios, sino en terceros países. Ya se explicaba que EEUU cuenta con armas nucleares en cinco países europeos de la OTAN -y no sólo las armas tácticas señaladas sino también estratégicas). En el caso de Rusia, en el marco de la guerra que desarrolla contra Ucrania y del hostigamiento occidental, anunció en 2023 que desplegaría armas nucleares tácticas en la vecina Bielorrusia. Dicho despliegue se hizo efectivo en el mes de octubre del mismo año, si bien el presidente Vladímir Putin enfatizó que Rusia retendría el control de dichas armas.
¿Qué problema entrañan las armas nucleares tácticas? De entrada, parecen apuntar a una narrativa que justifique su uso haciéndolas aparecer “menos peligrosas.” Al poner el acento en su limitado kilotonaje, se pretende asegurar que los daños que provocarían a los países atacados serían menores, perdiendo de vista que las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki provocaron entre 140 mil y 200 mil muertes en el momento del bombardeo, a las que habría que sumar los miles de decesos horas y días posteriores debido al envenenamiento radiactivo, lesiones graves y mutaciones genéticas. Es preciso señalar que las armas nucleares tácticas actualmente son más letales aun cuando su kilotonaje sea idéntico o semejante al de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. La narrativa también sugiere que, si se usaran armas nucleares tácticas en combate, ello “no necesariamente” generaría una represalia con armas del mismo tipo de parte de la entidad atacada, sino, preferentemente convencionales. Pero ¿cómo asegurar que así ocurriría? Estos argumentos pasan por alto varias posibilidades, no sólo en el tema de las represalias nucleares sino también de lo que pasaría si, tras un ataque con armas nucleares tácticas no se lograran los objetivos deseados por el atacante, lo cual llevaría previsiblemente al empleo de armas estratégicas.
La narrativa nuclear también está cambiando a partir de hechos como el “secuestro” de centrales nucleares que generan electricidad, para fines de intimidación del adversario. Es el caso de la central nuclear de Zaporiyia la cual fue tomada por los rusos argumentando que, si se mantenía bajo el control de Ucrania, ésta podría usar uranio de esa central nuclear para fabricar armas nucleares o bombas sucias que emplearía contra las tropas rusas. Ucrania por su parte ha hecho acusaciones contra Rusia sobre la base de que intentaría provocar un accidente en la central nuclear de Zaporiyia para hacer daño a la tropas y los civiles ucranianos. El problema de fondo es que estas acusaciones están diluyendo la clara distinción que existe entre los usos pacíficos y los bélicos de la energía nuclear, ello sin dejar de lado lo delicado que es que Ucrania sea un país donde alrededor de la mitad de su electricidad se produce en centrales nucleares. Esta no es una posibilidad remota: el año pasado, Rusia destruyó la presa de Nova Kajovka, la que derivó en que se produjeran grandes inundaciones en la región de Jersón, en lo que se considera la aplicación bélica contra la infraestructura hidroeléctrica del país y, por supuesto, un grave delito ambiental.
Esta narrativa pone más lejos el objetivo de que todas las potencias nucleares se comprometan con el desarme nuclear primero porque alegan que EEUU y Rusia son los grandes poseedores de armas nucleares y que arsenales con 410, 290 o 170 ojivas son “insignificantes” e “irrelevantes” en este debate. Que mientras EEUU y Rusia no desmantelen sus armas nucleares, los demás no lo pueden hacer por razones de seguridad. Ello contradice lo señalado por Alfonso García Robles, Premio Nobel de la Paz, quien consideraba que la seguridad se puede lograr mediante el desarme. Las potencias nucleares, en cabio, postulan que es la posesión de armas nucleares la que les puede garantizar la seguridad.
Y es que las demás potencias nucleares observan las modernizaciones que EEUU y Rusia siguen desarrollando y, por ello, se sienten obligadas a hacer lo propio. La RP China, por ejemplo, cansada de que la OTAN la considere una gran amenaza y de que Estados Unidos al lado de Australia y el Reino Unido haya creado el esquema AUKUS, parece haberse convencido de que debe reforzar su seguridad mediante la ampliación de su arsenal nuclear, de manera que el gobierno de Xi Jinping ha anunciado que para finales de la presente década ampliará a 1 000 las ojivas nucleares de país. Un caso semejante es el del Reino Unido, que durante la gestión de Boris Johnson afirmó que aumentaría el stock de armas nucleares del país en un 60 por ciento. Mientras tanto, Corea del Norte continúa con su programa nuclear. Irán, quien no tiene armas nucleares pero sí un programa para desarrollarlas, se siente “motivado” para concretar este proyecto, máxime en momentos de tan alta tensión como los que vive respecto a Israel y Arabia Saudita.
Pero, ¿cuánto cuesta un programa de armas nucleares? El lector puede anticipar con certeza que no es barato. Estados Unidos, por ejemplo, estará gastando 1. 5 billones (trillions) de dólares para modernizar y mantener la totalidad de su arsenal nuclear -incluyendo armas nucleares tácticas y estratégicas- en los siguientes 30 años. Los costos deben ser similares si no es que mayores en el caso de Rusia, cuyas armas tácticas y estratégicas son más numerosas que las estadunidenses. Para países como India, Pakistán y Corea del Norte que enfrentan tantos desafíos en materia de equidad y bienestar social, sus respectivos arsenales nucleares son una carga económica considerable, cuyos beneficios potenciales -prestigio, disuasión respecto a los vecinos, etcétera- podrían ser puestos en duda.
La crisis de las instituciones, el creciente nacionalismo, la falta de liderazgos en especial en Occidente, y la desconfianza de las sociedades en sus gobernantes abonan al deterioro de la agenda de seguridad internacional. Sin ir más lejos, el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se encuentra paralizado prácticamente desde marzo de 2003, cuando la administración de George W. Bush en Estados Unidos decidió hacer una incursión bélica contra el país árabe sin tener la autoridad ni legitimidad otorgada por el citado Consejo de Seguridad. Tampoco se pierda de vista que los cinco miembros permanentes de ese órgano fundamental de la ONU son potencias nucleares y que ello limita lo que desde esta importante entidad se podría hacer para abonar a la distensión y el desarme nuclear.
Así, el reloj del juicio final no se equivoca al señalar que faltan 90 segundos para la media noche. Pareciera que la comunidad internacional es rehén de unos cuantos países que se reservan el derecho de destruir el mundo. Corresponde entonces a la comunidad internacional, esa que no tiene armas nucleares en sus territorios, trabajar para crear un mundo más seguro. No es posible que nueve países hayan tomado como rehenes a la mayor parte de las naciones del mundo, paralizándolas con un discurso del miedo amparado en el uso de armas nucleares.