Si bien las corridas de toros se identifican como un espectáculo de origen español, la verdad es que su origen se puede rastrear a los juegos del Imperio Romano, en los que se mataban miles de animales para diversión y entretenimiento de un público mediante la efectiva formula de pan y circo.
Mas atrás, en la antigua Creta, hay constancia de la celebración de algo parecido a la tauromaquia en la plaza de Cnossos, en cuyo palacio pueden verse frescos que muestran a hombres y mujeres en escenas de tauromaquia, guiados quizá por los mismos mitos y la ignorancia que permite caracterizar a un animal de suyo pacífico como un monstruo o enemigo virtual, convirtiéndolo en víctima de nuestros tropiezos evolutivos como seres humanos.
La primera referencia histórica de una corrida de toros en España data de 1080, como parte del programa de festejos de la boda del infante Sancho de Estrada. Posteriormente durante la Edad Media la corrida de toros es monopolizada por la nobleza que se disputaba la notoriedad pública, y las atenciones de las damas, exhibiendo su “valor” torturando y matando toros.
Históricamente la Iglesia no ha sido partidaria de la fiesta taurina , en 1565 un concilio en Toledo declaró las funciones de toros como “muy desagradables a Dios”, y en 1567 el Papa Pío V promulgó la bula De Salutis Gregis Dominici, pidiendo la abolición de las corridas en todos los reinos cristianos, amenazando con la excomunión a quienes las apoyaban, pero su sucesor Gregorio XIII modera el rigor de la bula de Pío V, conforme al deseo de Felipe II de levantar la excomunión.
Imposible negar que la controversia rodea a la tauromaquia, fundamentalmente debido al maltrato animal inherente. Durante una corrida de toros, el animal es sometido a un estrés extremo y sufre heridas graves que por lo general terminan con la muerte del astado. Los toros, lo entiendan o no los aficionados al toreo, son criaturas sensibles y conscientes que experimentan miedo y dolor, y la tauromaquia explota esta vulnerabilidad por la peor de las razones, por pura diversión y entretenimiento. La crueldad hacia estos animales es innegable y eso ha llevado a una creciente oposición en todo el mundo.
El perfil psicológico del aficionado a la fiesta taurina y del maltratador de animales es previsiblemente parecido. Los aficionados a la tauromaquia a menudo defienden la tradición como parte de su “identidad cultural” entiendan eso como lo entiendan. Para mayor desagrado algunos incluso pueden experimentar emociones intensas como la excitación y el poder al presenciar la confrontación entre el hombre y el toro. Confrontación que previa elaborada tortura termina con la muerte del toro, para mayor gloria y alegría del “aficionado”.
Es una realidad que el maltratador de animales muestra rasgos de falta de empatía y disfruta , así sea disimuladamente, con el sufrimiento ajeno. Estudios psicológicos han demostrado que aquellos que cometen actos de crueldad hacia los animales tienen más probabilidades de ser violentos hacia los humanos también, lo que destaca la importancia de abordar este comportamiento desde una perspectiva legal y social.
Existen numerosas razones para prohibir la tauromaquia, tanto desde una perspectiva ética como legal. En primer lugar, está el tema fundamental del bienestar animal. La explotación y el sufrimiento innecesario de los toros en nombre del entretenimiento son moralmente indefendibles. Además, la tauromaquia promueve la violencia y la glorificación de la dominación sobre otras criaturas vivientes, valores que no deben ser promovidos en una sociedad civilizada.
Desde un punto de vista legal, la tauromaquia viola los principios de protección animal establecidos en numerosas legislaciones nacionales e internacionales. Muchos países han promulgado leyes que prohíben el maltrato animal y consideran las corridas de toros como una forma de crueldad injustificada.
Las argumentaciones legales para prohibir las corridas de toros se basan en el reconocimiento del derecho de los animales a no ser sometidos a sufrimiento innecesario. En muchos países, la ley reconoce a los animales como seres sintientes con derechos inherentes a la vida y al bienestar. Por lo tanto, las prácticas que infligen sufrimiento sin justificación, como la tauromaquia, son consideradas ilegales y sujetas a sanciones. Además, las prohibiciones de la tauromaquia están respaldadas por tratados internacionales, como la Convención Europea de Derechos de los Animales, que establecen la obligación de los Estados de proteger a los animales contra el maltrato y la crueldad.
En conclusión, es imperativo que la sociedad reconozca y respete los derechos de los animales y trabaje hacia un futuro donde la crueldad innecesaria en nombre del entretenimiento sea cosa de un pasado salvaje.