viernes 22 noviembre 2024

Hablar del “Cuarto Reich” es trivializar una gran herida histórica en el mundo

por Marco Levario Turcott

El 22 de abril de 1945, Hitler tuvo una fuerte crisis nerviosa ante la inminente derrota y, en su bunker, bebió cianuro y se disparó en la cabeza. La noticia, difundida como rumor en varios países de Europa, era uno más, entre tantos otros indicios, de que la paz estaba a punto de llegar. Pero eso apenas le importaba a la joven que en París aún tenía el último aliento de esperanza por volver a mirar a su esposo.

Hay más partes informativos que confirman, una y otra vez, la paz inminente, pero las cifras son desoladoras: más de 400 mil esqueletos de los comunistas que se opusieron al fascismo y más de cien mil franceses muertos tan sólo en las ciudades de Alemania donde lucharon, y otros extraviados. ¿Entre quiénes de ellos está Robert, el esposo de Marguerite? Ella no lo sabe y por eso lo que menos le interesa es la paz o el sufrimiento de los familiares de más de seis millones de judíos muertos en las condiciones más conmovedoras que hasta entonces los seres humanos podríamos imaginar. No le interesa porque está ausente, extraviada entre la fiebre y el tiempo detenido.

“Arde Berlín”, escribe una y otra vez Marguerite, con la misma monotonía de la voz chillona de la oficial que, diario en la estación de trenes, lee los nombres de los sobrevivientes entre quienes no está Robert. “Arde Berlín”, anota de nuevo, para signar el fin del “Tercer Reich”, la época entre 1933 y 1945 que encumbró a los nazis y, con ellos, una herida que aún no sana en millones de personas en la actualidad. “No hay que olvidar, para que no se repita nunca más”, y ése es, entre otros, uno de los principales aportes de Marguerite Duras, el mismo intento esparcido en París, Berlín y Varsovia, en todos los rincones donde se oyeron aviones y bombas, decenas de miles de bombas. Este libro se llama El dolor y fue el último que la autora publicó, en 1985.

Con eso respondo a la invitación que me hizo Luis Antonio García para aludir a los libros que más nos marcaron. El dolor me marcó tanto que tan solo por respeto a las millones de vidas que en ese periodo murieron –he podido platicar con familiares de heridos y muertos en la guerra, sobre todo hijos y nietos, de casi todos los países europeos–, tan sólo por respeto, digo, no equiparo cualquier circunstancia con el nazismo y, menos, el Tercer Reich; no puedo hacerme el gracioso ni reducir esa circunstancia dramática a una caricatura. Por eso hay que recordar siempre y, claro está, enfrentar al fascismo en donde quiera que se presente, y no trivializar una palabra que, para millones de seres humanos, les significó el tiempo detenido, la muerte.

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