marzo 9, 2025

Historia de la antipolítica 3: “el qualunquismo”

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La antipolítica, en sus distintas versiones, tiene una muy larga tradición en Italia desde la aparición de las corrientes anarquistas en el siglo XIX hasta las Cinque Stelle del cómico Beppe Grillo. En su momento incluso contribuyó al ascenso del fascismo y con ella viajaGuglielmoron exitosamente personajes deleznables como Silvio Berlusconi y Umberto Bossi. Conoció una más venerable encarnación en el Partito Radicale del genial Marco Pannella y en el camino tuvo una de sus expresiones más emblemáticas e influyentes en el muy original Frente de Hombre Común (“Fronte dell’Uomo Qualunque, UQ) el cual dio lugar al llamado quelunquismo, pseudoideología de la cual abrevan hasta la fecha no solo los nuevos movimientos de la antipolítica sino también, en buna medida, los populismos actuales. Su fundador fue Guglielmo Giannini, periodista y comediante italiano, quien nunca había militado en una causa política y terminó por repudiar ese desinterés por la “cosa pública”, compartido por millones de italianos, al acusarlo de haber sido aprovechado por Mussolini y el resto de los dirigentes del su país para “secuestrar” a Italia y llevarla a la destrucción. Para enmendar su supuesto error Giannini fundó en 1944 el periódico “El Hombre Común” (L’Uomo Qualunque), cuya línea editorial culpaba a los “políticos profesionales” por el fracaso de Italia y proponía un eslogan contundente, un abierto desafío al establishment político: “Abbasso Tutti!” (¡Abajo todos!).

Elogiar al hombre común se puso de moda en los turbulentos años cuarenta años gracias a un discurso del entonces vicepresidente de Estados Unidos, Henry Wallace, conocido por ser el principal exponente del ala más liberal del Partido Demócrata, quien pronunció un famoso discurso donde proclamó al siglo XX como “el siglo del hombre común”. Dijo Wallace: “El siglo en el que entramos (el siglo que saldrá de esta guerra) puede y debe ser el siglo del hombre común. Será quizá la oportunidad de América para sugerir aquellas libertades y deberes conforme a los cuales el hombre común debe vivir. En todas partes el hombre común deberá aprender a construir sus propias industrias con sus propias manos de una forma práctica. En todas partes el hombre común deberá aprender a incrementar su productividad para que sus hijos puedan en algún momento devolver a la comunidad mundial todo lo que recibieron. Ninguna nación tendrá el derecho divino de explotar a otras. Las viejas naciones tendrán el privilegio de ayudar a las jóvenes a iniciarse en el camino de la industrialización”. Palabras muy inocentes desde nuestra óptica actual, pero a los conservadores de la época les pareció escandalosas, por eso trabajaron denodadamente para impedir que Wallace volviera a ser el compañero de fórmula de Roosevelt en las elecciones de 1944. Sin embargo, el discurso cobró popularidad mundial. Fue traducido a 20 idiomas y se distribuyeron millones de copias. Hasta Aaron Copland se inspiró en él para componer su famosa “Fanfarria para el Hombre Común”. 

Giannini se enamoró del concepto y fundo su movimiento político en una propuesta muy simple “Luchamos por un Estado sin política, abocado a la administración de las cosas”. Lo público, decía, estaba sufriendo una lucha entre “los jefes” (la clase política) preocupados solo por ampliar sus negocios y distantes de los verdaderos problemas de la sociedad, y los hombres comunes, honestos y trabajadores dedicados en cumplir con sus obligaciones y buscar un futuro más digno para sus familias. Giannini expresó su ideal de gobierno con una metáfora famosa: “Para gobernar bien solo se necesita un buen contador quien deberá asumir el cargo el primero de enero y se vaya el 31 de diciembre y no ser elegible para la reelección”. También advertía contra las feroces pugnas desatadas entre las diversas facciones políticas, bajo las cuales se ocultaba siempre el mismo inmundo objetivo: mantener sus privilegios a causa del dolor de los italianos. Porque pese a las pretendidas diferencias ideológicas y los acalorados debates públicos, en realidad a todos los políticos los unía una sola convicción común: acceder a los espacios de poder. Los políticos son, por lo tanto, una minoría egoísta y envilecida la cual gobierna caprichosamente los destinos de una mayoría honesta para obligarla a sacrificarse. 

Fue así como Giannini empezó hacer política contra los políticos. El qualunquismo conoció una espectacular pero efímera buena respuesta en las urnas. Tuvo su apogeo entre 1946 y 1949. En las elecciones municipales de 1946 obtuvo solo un 4 por ciento en promedio en el norte, pero un 15-20 en el centro-sur y en Roma un 21. Fue primer ligar en Lecce, Palermo y Messina, donde obtuvieron las respectivas alcaldías. Pero muy pronto el partido empezó a languidecer. En 1949 se desintegró porque no pudo construir una estructura orgánica nacional. Era lógico con una base tan refractaria a la institucionalización burocrática. Pero sus ideas han sido retomadas en Italia y el mundo en esta época de crisis de la democracia. Casi siempre donde surge un candidato mesiánico, carismático o outsider crítico de las élites políticas a nombre del hombre común o del pueblo, ahí podemos ver la sombra de Gianninni. El fenómeno del qualunquismo se manifiesta con mayor virulencia en los países donde existen partidos de derecha radical portadores de las exigencias de las llamadas “mayorías silenciosas”. 

Algunos politólogos han señalado cuán tenue es la línea divisoria entre qualunquismo el autoritarismo y cuán urgente es “la necesidad de profundizar en el problema de las actitudes sociopolíticas de las llamadas clases medias”, como explicó Gianfranco Pasquino en el Diccionario de Política, de Bobbio y Matteuci. Pero la antipolítica no reconoce fronteras ideológicas y electorales. Somos testigos de cómo tanto los populismos pretendidamente “de izquierda” como, en general, los líderes excéntricos que hoy pululan por doquier (Milei y Trump, por ejemplo) se apoyan en el qualunquismo en su crítica contra la “casta política”. Todos estos dirigentes , en su afán de aplicar soluciones “fáciles” a problemas difíciles, invariablemente terminan por apelar a recursos autoritarios. Por eso es válido preguntarse, como lo hizo Pasquino: “¿Hasta dónde puede llegar el qualunquinmo? ¿Es síntoma de una crisis existencial, una reacción emocional a promesas incumplidas o una patología crónica de la vida democrática?” Lo cierto es que vivimos tiempos malditos, complejos más que interesantes, donde cada vez más se nos reduce como individuos y se nos desorienta en lo colectivo. La política retrocede y ello se expresa en una pavorosa falta de planificación para el futuro y en la forma en cómo debemos gobernar las complejidades sociales, lo cual tiene profundas consecuencias para la resiliencia de las democracias. 

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