No es ningún secreto, para este momento no es ya ninguna novedad, el internet altamente corporativo, los leviatanes del Valle del Silicio, Google, Apple, Facebook, Twitter, Amazon, han tomado distintas acciones en torno al personaje, a la figura inmensamente controversial y problemática que es Donald John Trump. El Trump, por unos pocos días más, aún presidente de los Estados Unidos.
Las cuentas personales de Trump en Facebook e Instagram están bloqueadas, se pueden leer, pero no se puede publicar ningún nuevo contenido. La cuenta de Twitter fue definitivamente suspendida y sólo se le permite tuitear desde la cuenta de presidencia, de donde también ya se le han eliminado tuits. YouTube, Spotify, Snapchat, Shopify, Reddit, Twitch, Pinterest, han limitado de una forma u otra la capacidad y uso de Trump en sus plataformas.
El lobby del Silicon Valley ejerciendo su poder, pero a la vez, abriendo la caja de Pandora que dentro de no mucho, seguramente en los siguientes meses, traerá más desencantos, sustos y malos ratos. No es menor el debate que todo esto reactiva y amerita.
Amazon también se unió a la lista de empresas que tomaron alguna acción, pero con un elemento clave que debe incorporarse al debate. Mientras que el mainstream de la social media global limitó el uso de sus plataformas por parte de Trump, Amazon prohibió el uso de sus servicios para la operación de Parler, la plataforma que intenta ser una mezcla de Twitter y Facebook pero que promete, lo que dicen ellos es, una total y absoluta libertad de expresión.
Amazon tomó esta decisión debido a las constantes y reiteradas convocatorias a toda forma de violencia que circuló en esa plataforma, incluyendo explícitamente llamados a matar durante el momento en que sucedía la toma del Capitolio de Washington. La turba que entró al Capitolio esa tarde se coordinaba mediante Gabai y Parler, además de subir videos y fotos. Esa turba también buscaba al vicepresidente Mike Pence, azuzados por las palabras de Trump, que lo llamó cobarde por no negarse a validar el triunfo de Joe Biden.
El contenido de Parler que, por cierto, debido a un depósito de datos con escasa seguridad pudo ser descargado y ahora está siendo utilizado para investigar a quienes participaron en esa toma. 70Tb de datos personales y contenido.
Censura es la palabra que aflora en los textos, palabras e imágenes que rondan la conversación desde el pasado 6 de enero. Esa tarde fue certificado definitivamente el triunfo de Joe Biden en la elección presidencial del pasado 3 de noviembre, fecha desde la que a la vez, Donald Trump no dejó de azuzar a sus simpatizantes e inducir en la conversación toda clase de teorías extrañas de complot, robo de elecciones y demás.
Ese 6 de enero después de un mitin, inició la marcha “Stop the steal” (“Detén el robo”), que llevó al intento de toma del Capitolio por parte de simpatizantes de Trump. Primero Twitter y Facebook, empezaron a tomar medidas proactivas de contención del discurso de Trump por considerarlo llamados que instigaron e incentivaron esas acciones y que llamaba a mantener movilizaciones posteriores en el mismo sentido violento.
¿Qué los hizo ir ahí y tener ese comportamiento? Principalmente, llegaron convencidos que ese era el día indicado en la teoría de conspiración QAnon para que finalmente Donald Trump desenmascarara al que creen es un perverso grupo en el poder, el Deep state. QAnon, ese extraño fenómeno que inició con el robo de correos de John Podesta, que cree que el mundo está regido por una especie de secta satánica proabortista pedófila. Que creen que Trump es prácticamente un enviado divino.
QAnon, esa peculiar mezcla de desinformación, conspiración, y mucha manipulación, que nació en internet y se propagó sin ninguna restricción. Que se salió de la pantalla y empezó a ganar adeptos por todo el mundo, casi como un culto religioso. Que se metió en la mente de toda clase de grupos sociales, convenciéndolos que ese 6 de enero era la esperada cita, que se día sucedería un “gran despertar”, que ese día sucedería una “gran tormenta”. Que ese día iniciaría, sí era necesario, una revolución.
¿Censura? En el estricto sentido, la censura se ejerce de parte del aparato del Estado restringiendo la libertad de expresión, que es un derecho humano. Sin embargo, en un concepto más amplio, se le llama censura a todo el ejercicio de regulación de contenido y obra de cualquier tipo.
Las redes sociales son empresas privadas que, es cierto, regulan el contenido y, en cierto sentido, el comportamiento de sus usuarios. Pero en específico las redes sociales no son más que empresas de tecnología que proveen de la infraestructura que permite a los usuarios interactuar. La forma en que se accede al uso de esos recursos tecnológicos es lo que coloquialmente conocemos como cuentas.
Las cuentas son ese acceso personal que sirve de escalón de entrada al uso de la tecnología que pone al servicio la empresa propietaria de la plataforma. Pero no deja de ser eso, un punto de acceso que se provee, o no, siempre bajo el cumplimiento explícitamente aceptado por ambas partes al momento que el usuario se registra para el uso de la plataforma.
El incumplimiento de esos términos, de esas condiciones, en el extremo lo que hace es quitar el acceso a esa tecnología, sin embargo, no restringe la posibilidad que la persona siga ejerciendo su libertad de expresión en otras plataformas o medios.
Se busca que internet sea un derecho, y no cualquier derecho, un derecho humano más. Sin embargo, aún hoy día ese concepto no es del todo claro y la forma de garantizarlo no contempla compromisos ni obligaciones por parte de las empresas privadas de tecnología, sino que más bien lo enfoca a que se satisfaga como una carga, una obligación más, por parte del estado. En ese caso, llegado a ese punto, entonces se podría pensar que quienes recurran al internet provisto por el estado y vean limitado su uso, serían, en el hipotético caso, sujetos de censura.
Hoy el debate avanza, queda mucho por aprender. El internet libérrimo que conocemos puede estar teniendo su tiempo contado. Sus meses, si acaso unos años más, contados; es demasiado poder y control ejercido desde pocas manos.
Pero también en el debate se debería contemplar los límites que tienen los derechos, por más molesto o incomodo que resulte el planteamiento. El derecho a la libre expresión de las ideas no debería estar por encima del derecho a la vida o a la dignidad humana. El viejo debate acerca del discurso de odio y la libertad de expresarlo.
Tal vez entonces en el debate debería considerarse nuevos derechos, formas de hacerlos valer, de defenderlos, pero también, de responsabilidades y obligaciones. Lamentablemente, en la misma caja de Pandora que se ha abierto ronda la siniestra tentación de los gobiernos por ser quienes tengan que convertirse en los reguladores de este medio, así como lo han sido de la prensa, el radio, la televisión, el cine, y demás medios. La posibilidad de recurrir al verdadero gran censor como árbitro de un medio que no supo ni pudo, autorregularse.
Hagamos red, sigamos conectados. Y por favor, lea las reglas de toda la tecnología que usa.