En 2003 el artista Damien Hirst tuvo la exposición “Romance in the Age of Uncertainty” en la galería White Cube —cuando se encontraba en Hoxton Square— en el este de Londres. Acompañaba a la exposición el libro de poemas The Cancer Chronicles. Era la muestra de un artista consagrado en la década previa. En 2024, Hirst (1965, Inglaterra) tiene la exposición “Damien Hirst: Vivir para siempre (por un momento)” en el Museo Jumex en el poniente de la Ciudad de México. Para promover la exposición, Hirst declaró a un reportero del periódico Reforma: “En Gran Bretaña la gente piensa que soy extraño, mientras que aquí en México no es extraño estar lidiando con cráneos, la muerte y todas estas cosas”. Aunque la autopromoción parezca creativa, si se trata de acercarse a obras de arte no conviene creer —ni tampoco descartar— lo que los artistas dicen sobre su trabajo, ni tampoco sobre sí mismos.

En Gran Bretaña, Hirst no es visto como “extraño” sino como alguien famoso, una celebrity, independientemente de su oficio y, por supuesto, de su obra. Ser extraño para un artista tiende a ser visto como mérito, pero ninguna de las acepciones de la palabra parece adecuada para este personaje. Hirst tuvo la atención de muchos desde los noventa —en su país y más allá— inicialmente por exposiciones colectivas de quienes fueron conocidos como los Jóvenes artistas británicos (Young British Artists, YBA), etiqueta que los ayudó a alcanzar notoriedad y que derivó en la más sintética y coloquial de britart; que fue integrante del auge generalizado de poder blando británico en los noventa y la primera década del siglo XXI, durante el largo gobierno del primer ministro Tony Blair (a mí me interesa más el trabajo de otros YBA, que hoy se acercan a la vejez: Angus Fairhurst y Sarah Lucas). Ante Reforma, Hirst quiso calificarse como “extraño” explotando clichés sobre la supuesta peculiar relación mexicana con la muerte, que él compartiría y sería ajena a los británicos— como en la calavera de platino cubierto por diamantes y con dientes naturales Por el amor de Dios (2007), presente en Jumex. Cierta cultura contemporánea tiene una etiqueta para descalificar este tipo de prácticas. En este caso, Hirst reconoció haberse inspirado en piezas aztecas con elementos de turquesa. En mucho de su trabajo, Hirst carece de originalidad, ese —fuera de acusaciones de plagio— no es su fuerte. ¿Esa ausencia está suplida por una potente imaginación, pericia técnica y alguna sustancia?
Hirst ocupa buena parte de su inventiva en los títulos de sus obras y en crearles vínculos que las amplifiquen. The Cancer Chronicles es tanto el título de un poemario, como de una serie de pinturas de aquella exposición de 2003. Las 13 pinturas de The Cancer Chronicles son piezas con miles, acaso millones, de moscas muertas conglomeradas. Los poemas de The Cancer Chronicles —libro engrapado de escasos pliegos— ocupan 36 páginas en que las pares están en blanco, por lo que hay sólo 13 textos, cada uno de apenas una página. Aun así, el trabajo ostenta ISBN, un código internacional para el registro de libros, del que en ocasiones no se ocupan siquiera las editoriales literarias. Hirst, en cambio, tiene claras las cuestiones de registro y derechos.

Hirst concluye un poema escribiendo: “time to give back the present” (“hora de devolver el presente”, traducción mía que no recupera el sentido de “regalo” que la última palabra tiene también en inglés). Este verso sintetiza rasgos generales: se trata de textos con cierto elemento narrativo, de lenguaje pulcro y consciente de su sonoridad, que casi alcanza un ritmo y un tono con algo de humor. Su vocabulario no supera el de quienes han cursado la educación media. No faltan alusiones escatológicas ni religiosas, pues el conjunto de la exposición “Romance in the Age of Uncertainty” compartía la temática de los evangelios, específicamente la convivencia de Jesús y sus discípulos.
Los poemas por igual simulan aludir a pinturas del mismo nombre, se van por las ramas de experiencias diversas o trabajan referencias bíblicas, sin desentonar en el proceso y mencionando la enfermedad del cáncer reiteradamente. Desde el punto de vista de la tradición poética de su lengua —y considero que tal examen es necesario para la lectura de poesía— sin ser torpes, son prácticamente ajenos a ella; pero su soltura los libra de ser anticuados. A momentos se asoma un uso ingenuo de frases hechas y hay un diálogo fallidamente sacrílego entre Jesús en la cruz y su “papá” (“dad”). La crítica —tanto en el sentido coloquial de agraviar como en el intelectual de analizar— se queda corta si quiere sólo asignar sellos de aprobación o destierro, pero también si no toma posición. Los poemas de Damien Hirst, sin carecer de interés, son textos intrascendentes.

Hirst no es extraño ni en su fama ni en su obra, menos aún en su persona; al menos la pública. Tampoco sorprende que su obra esté en galerías con mucho de materiales decorativos. En varios sentidos, Hirst es alguien excelentemente integrado a lógicas contemporáneas de autoengrandecimiento y comercialización de la propia obra; rasgos que cualquiera critica —en el mal sentido— pero que una sospechosa mayoría desearía ejecutar con similar pericia. Los textos de The Cancer Chronicles muestran, como muchas instalaciones, esculturas y pinturas de Hirst, la habilidad del artesano aceptable —sea propia o por interpósita persona— además de ingenio indiscutible. Estas son razones para no descartar su “Vivir para siempre (por un momento)” en el Museo Jumex (que permanecerá hasta el domingo 25 de agosto). No es suficiente asignarle un carácter de exposición para masas de ingenuos, en oposición a la seriedad creativa. No basta despachar al artista que ha trabajado y se ha expuesto a la crítica —tanto la inepta como la de verdad— así como es impertinente el vano elogio, el suponer que algo tiene que ser magnífico para ser contemplado. Es inevitable encarar la gama de posibilidades que va desde confirmar charlatanería hasta el deslumbramiento, con mucho en medio. La crítica, para serlo, debe ser más que un desplante, por más acertado que sea.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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