Quienes conocen mi obra, he sido un abierto promotor y creyente en la reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales desde hace muchos años. Mis primeros textos en la materia son de 1997. Fui coordinador y coautor del libro El legislador a examen, publicado en 2003 por el Fondo de Cultura Económica. Con el fin de hacer el tema accesible, y producto de discusiones que tuve por años sobre el tema, la Fundación Friedrich Naumann publicó un panfleto llamado Para que se queden los que sirven, en el cual participé. Hace unos meses el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación publicó un estudio que hice sobre los retos regulatorios en su instrumentación. Además, doy seguimiento a esta materia en mucha de mi obra impresa.
Lo anterior no lo quiero decir para hacer alarde, sino porque me ha tocado conocer e intervenir en su debate por décadas. Gracias a ello, tengo claro que las partes polémicas de esta reforma son políticas antes que técnicas. La razón: la no reelección fue parte fundamental de los mecanismos de control sobre los que el PRI construyó su maquinaria política. Es decir, si nadie podía tener sus bases de apoyo, el presidente definía las candidaturas y a él se le debía el cargo, a costa de la capacidad del ciudadano para exigir cuentas. Por eso el interés que hubo por convertir esto en un tema tabú.
Por ello, durante todo ese tiempo el partido que se opuso terminantemente a la reforma fue el PRI. Tuvo que llevarse a cabo un gran ciclo de negociación entre diversas agendas como el Pacto por México para que cediese. La reelección inmediata de autoridades municipales se ganó porque habían salido los suficientes legisladores priístas del salón de sesiones, de tal forma que se pudo ganar la mayoría necesaria. Y aún así, postergaron su aplicación a nivel federal hasta 2018. La capacidad del ciudadano para premiar y castigar a los representantes a partir del desempeño fue una conquista a costa del poder, presionando a partidos que, aunque nominalmente apoyaban la causa, en la práctica nunca fueron enfáticos: principalmente, el PAN y el PRD.
¿A qué viene esto a cuento? La semana pasada, la Cámara de Diputados aprobó la reglamentación que aplicará a nivel federal a partir de 2021. Reconociendo el problema del “albazo”, lo aprobado está acorde con criterios que el TEPJF ha tomado para los estados. Sin embargo, la oposición no sólo se ausentó de manera inútil pues Morena controla el quórum, sino se dedicó a desinformar sobre lo aprobado con mentiras abiertas, como diciendo que lo que se había aprobado fue la reelección en sí. Así es, partidos que, hasta hace poco tiempo aprobaban la medida.
Dudo que la reforma le convenga a López Obrador, pues le interesaría más reconstruir el viejo aparato de dominación, y la reelección se lo impedirá más temprano que tarde. ¿Está bien que los legisladores compitan sin separarse del cargo? Dejando a un lado que las campañas no tienen lugar durante los periodos de sesiones, se les puede vigilar mejor de esa forma que con una separación que se prestaba a la simulación. ¿Podrían los legisladores reelegirse por otro distrito o por lista? Esa es cuestión de los partidos, y veremos qué tanto lo pueden hacer asumiendo que hay menos cargos que pueden controlar. En todo caso, prefiero una normativa que los obligue a competir: tenemos un marco regulatorio que premia la mediocridad de toda la clase política.
También hubo voceros del nacionalismo revolucionario, ahora en Morena, como Pedro Salmerón. Hizo un hilo en el que me etiquetó, donde tejía una teoría de la conspiración a partir de falacias y descalificaciones ad hominen. Dijo que fui funcionario de la SEGOB (cierto, de 2001 a 2005) y presentó una imagen de una conferencia que di para el PRI, intentando mostrar que soy parte de una conspiración “neoliberal” o algo así. Ah, y citó para confirmar su teoría uno de mis primeros escritos, de 1998. Lo bueno es que no investigó que fui miembro del PAN de 2002 a 2010 y decidí no refrendar en 2012, porque se hubiera dado más vuelo. Aunque ese tapiz de falacias y narrativas forzadas lo desmerece como el historiador de altura que dice ser, asumo que vive para un público que espera ese tipo de cuentos. Le acusé recibo diciéndole que más que eso era darle demasiada importancia para tenerlo enganchado el resto del día.
Así la banalidad de la política: cada quién habla según su conveniencia. Razón de más para hacer un juicio propio a través del contraste.
Este artículo fue publicado en IndicadorPolítico el 25 de marzo de 2020, agradecemos a Fernando Dworak su autorización para publicarlo en nuestra página.