Jesús a Poncio Pilatos: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Y Pilatos le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. La perspectiva, los prejuicios, el fanatismo y la fe, y desde luego la estupidez, se confabulan contra las pretensiones de objetividad. Por esos entresijos se cuela la mentira, compañera inseparable de la verdad, o de lo que se supone que es verdad. Sólo desde la ceguera o la hipocresía se puede negar la naturalidad de la mentira y su omnipresencia, o el hecho de que nadie se salve de utilizarla o refugiarse en ella alguna vez. Quien dice que nunca miente, miente.
Es verdad que, en no pocos casos, mentir, u omitir una verdad, es algo comprensible, incluso necesario. También es cierto que alrededor de la mentira pretendidamente piadosa revolotean interpretaciones bastante laxas del término, en las que pesa más la mentira que la piedad. Para acabarla de complicar, a las dificultades filosóficas y prácticas que arrastran esas dos hermanas, la verdad y la mentira, se suma la psicología, terreno en el que se explayan los disimulos, las justificaciones, las explicaciones infinitas.
Transferido el tema a su dimensión de poder, se añaden consideraciones técnicas de gran impacto. En su libro, “Esto no es propaganda: aventuras en la guerra contra la realidad”, Peter Pomerantsev analiza cómo distintos actores (él se centra de manera especial en el gobierno ruso) emplean ingentes recursos, no sólo para esconder la verdad, sino para vaciarla de contenido. Al invadir el espacio informativo con distintas versiones de los hechos, lo que se produce es un entorno líquido en el que nada es estable. Aplicaría la verdad sospechosa de Juan Ruíz de Alarcón; Pomerantsev lo llama “censura por ruido”. Ahora, en su guerra contra Ucrania, Putin se ha aplicado en falsificar la historia, inventar provocaciones, negar atrocidades y siempre, siempre, victimizarse. En últimas fechas, y aprovechando el resentimiento contra Occidente en varios países africanos, se esparce el bulo de que la escasez de granos se debe a las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea, y a que Ucrania ha destruido las cosechas. Bien se sabe: la primera víctima de la guerra es la verdad, pero como la guerra es la continuación de las relaciones políticas por otros medios, de ahí deriva que, en contextos enfermos, la mentira adquiera la fuerza suficiente como para envenenar a una sociedad, generando así un círculo vicioso capaz de corroerla en tanto comunidad. En esa tesitura se encuentra Estados Unidos, donde las revelaciones sobre el intento de golpe no sólo no les despeja la mente a millones de furibundos, sino que los reafirma en la mentira de que Trump habría ganado la elección, y de que son víctimas, no de la conspiración de su líder fascista, sino de una confabulación de fuerzas oscuras que no por inexistente deja de ser para ellos evidente.
Así como Putin y Trump inventan enemigos y propalan mentiras a granel, acá López Obrador va agarrando vuelito, a su nivel, y anuncia la gesta contra el imperio gringo, el mismo que atrae capitales y trabajadores mexicanos que huyen a raudales de una ineptitud histórica. Años de infectar la esfera política se reducen a incumplir un tratado y acusar a los agraviados. Años de pregonar la nostalgia por lo que nunca fue, la paranoia por lo que no es, las promesas de lo que nunca será, llegan a la culminación patética de unos gritos histéricos e impotentes en una plaza de engañados. Mentiras baratas… que saldrán muy caras.