La figura del candidato independiente debería ser utilizada por ciudadanos para empoderarse
¿Cuál es la palabra favorita de los políticos mexicanos después del 7 de junio? “Independiente”. No es para menos, los triunfos de El Bronco y de Alfonso Martínez deben haberle dado más gusto a muchos políticos que a los propios ganadores. La llegada de un ex priísta y de un ex panista a una gubernatura (NL) y a una alcaldía importante (Morelia) es una magnífica noticia para ellos.
La razón de su entusiasmo es comprensible: esos triunfos son la prueba de que sí hay vida fuera de los partidos y que si el día de mañana un instituto político no quiere darle juego a un aspirante importante, éste puede irse con su capital político a buscar el financiamiento necesario y entrar a competir con posibilidades reales de triunfo.
¿Pero es para eso que se abrió la cancha de los independientes? En parte sí. Pues lo que hace la figura es romper el control de los partidos como la única vía para llegar al poder, y en ese sentido ha probado ser exitosa a pesar de los obstáculos que le pusieron. Nada más imaginemos cómo el triunfo de El Bronco cambiará la elección de candidatos y candidatas de los partidos rumbo a las elecciones en 2016, un año en que se renovarán las gubernaturas en 12 estados. De los cuales, además, ocho ya han conocido la alternancia (Aguascalientes, Baja California, Chihuahua, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Tlaxcala y Zacatecas), lo que habla de un electorado más sofisticado que ha probado ya diversas opciones y que quizá esté dispuesta a probar con una más.
¿Que la elección de aspirantes es mala y se deja fuera a un buen contendiente? Pues ya sabemos cuál es la opción que habrá de seguir.
Pero la fórmula del candidato “independiente” no sólo debe existir para que los políticos de siempre puedan competir por otro camino. También la figura debería ser utilizada por ciudadanos para empoderarse, sólo que eso requiere un proceso inverso al que siguen los aspirantes tradicionales. Si en el modelo habitual primero va la figura carismática, luego la capacidad de movilización del electorado y al final el proyecto de gobierno, para los otros independientes -más al estilo de Pedro Kumamoto en Jalisco- la ruta debe ser distinta: primero debe ser la sociedad la que se organice, luego la construcción de un proyecto común y al final la selección de un o una aspirante que represente a ese colectivo y que sea capaz de hacer atractiva y creíble esa agenda para el resto de los electores.
Sin duda esa ruta es más complicada, pero puede ser la que genere mayores beneficios pues a diferencia del modelo tradicional no es caudillista, sino colectiva, y no es de ocurrencias, sino de proyecto. Y esa tendría que ser la fórmula si se aspira a una candidatura independiente ciudadana para 2018. Porque la verdadera disrupción del sistema político, la que muchos creemos indispensable para renovar al propio esquema de partidos, difícilmente puede provenir de quien se ha beneficiado toda su vida del juego que ahora dice querer cambiar.
¿Pueden, por mencionar dos ejemplos recientes, Margarita Zavala o Miguel Ángel Mancera ser candidatos independientes? En el sentido estricto del término, que se refiere a la forma de competir, quizá sí. Pero lejos están de poder encabezar una oferta de cambio que contraste con la forma en que los partidos han manejado y abusado hasta ahora de lo público. Por eso será interesante ver qué pasa el próximo año en esas y otras entidades -como Durango, Hidalgo, Quintana Roo v Veracruz- en donde el sistema político estará de nuevo a prueba.
El tiempo dirá, pero por ahora una cosa es segura: los Independientes, de uno u otro tipo -y ojalá más de los segundos que de los primeros-, llegaron para quedarse y eso ya transformó la competencia política en este país.
Este artículo fue publicado en El Universal el 23 de Junio de 2015, agradecemos a Mario A. Campos su autorización para publicarlo en nuestra página