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La decisión del presidente Andrés Manuel López Obrador de no reconocer el triunfo de Joe Biden motiva a varias cuestiones. No es cualquier asunto porque tenemos una historia común con Estados Unidos desde que ambas naciones han decidido sus propias transiciones como naciones independientes y soberanas; su influencia en la conformación de nuestro propio derecho es innegable.

En 1792, antes de nuestra independencia de España, el primer secretario de Estado estadounidense, Thomas Jefferson, afirmó que cualquier gobierno que surge de la fuerza debe ser reconocido si va de acuerdo con la voluntad popular o nacional, sustancialmente declarada (Doctrina Jefferson). Desde luego este reconocimiento unilateral respondía a la conveniencia e interés de quien lo emitía: “Evidentemente, no podemos negar a ninguna nación ese derecho sobre el cual nuestro propio gobierno se funda: que cualquier nación puede gobernarse en la forma que le plazca, y cambiar esa forma a su propia voluntad…”. Más allá de sus méritos como intelectual de la Ilustración, antiesclavista y de su compromiso en la separación de Iglesia y Estado, Jefferson fue un político que reconoció la no injerencia sobre lo que acontecía en Francia con el establecimiento de la República.

El presidente Donald Trump y su homólogo mexicano Andrés Manuel López Obrador se felicitan mutuamente el miércoles 8 de julio de 2020 antes de firmar una declaración conjunta en la Casa Blanca, en Washington. (AP Foto/Evan Vucci)

En 1930, como respuesta a las presiones históricas derivadas de los intereses intervencionistas de las potencias extranjeras en México, Genaro Estrada, secretario de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, sostuvo que México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque consideraba que esta era una práctica denigrante a la soberanía de otras naciones y, en consecuencia, el gobierno de México se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades. De esta forma, la Doctrina Estrada se convirtió en uno de los pilares fundamentales de la política exterior de México que funcionó como un antídoto efectivo contra el intervencionismo, pero también como un efectivo escudo protector del autoritarismo mexicano y fue una característica de la etapa del priismo nacionalista.

Al tener como referencia esta experiencia histórica, la resistencia de López Obrador a emitir un reconocimiento a quien será el presidente 46 de  Estados Unidos de América, más que un acto de prudencia, constituye la confirmación de una nueva doctrina: la doctrina López, la del avestruz, que, además de buscar evadir la responsabilidad y el costo político derivado del apoyo y los aplausos brindados al presidente Trump durante la visita de López Obrador a Washington en pleno proceso electoral, busca blindar al actual gobierno de México de cualquier tipo de escrutinio que en el futuro pudiera llevar al nuevo gobierno estadounidense a expresar su preocupación por las conductas presidenciales que atentan contra los derechos y las libertades, y ponen en riesgo la democracia, de la misma manera que lo hizo Trump en Estados Unidos.

Por ello, el “respeto” y la cautela gubernamental que ha colocado a México de lado de los países que prefirieron guardar silencio ante la derrota de su antiguo aliado Trump, más allá de las formas y los procedimientos diplomáticos, es una decisión que muestra de cuerpo entero la torpeza, la ignorancia, la complicidad y el verdadero tamaño de López Obrador.

Hoy México amanece en la lista de países como Rusia, China y Brasil, los cuales dejan mucho que desear como países democráticos y su ausencia del respeto a los derechos humanos.

Con esta actitud, el gobierno mexicano suma un nuevo fracaso a la serie de errores estratégicos cometidos desde la administración de Enrique Peña Nieto.

En suma el gobierno no teme violentar el derecho internacional o romper ningún protocolo diplomático. Lo que en verdad teme el gobierno mexicano es que en los primeros 100 días de su gobierno el nuevo presidente de Estados Unidos 1) planteará una nueva estrategia nacional contra la Covid-19 y se hará aún más evidente el fracaso de la estrategia populista para atender la pandemia y proteger la economía; 2) volverá a vincular a Estados Unidos con los compromisos derivados del Acuerdo de París y se hará más evidente el error del lopezobradorismo de insistir en su apuesta a las contaminantes energías de origen fósil; 3) promoverá cambios en materia migratoria y se exhibirá la vergonzosa complicidad de un gobierno mexicano que usa la Guardia Nacional para violentar flagrantemente los derechos de las personas migrantes; 4) pondrá mayor atención a la situación de inseguridad en México e impulsará cambios a la estrategia militarizada de seguridad y de lucha contra los cuerpos delincuenciales, y 5) mostrará mayor compromiso con lo que pasa en México y será menos tolerante con los desplantes populistas, antidemocráticos y autoritarios de su vecino.

Llama la atención que ni siquiera las mujeres de Morena hayan felicitado a quien será la vicepresidenta, Kamala Harris, cuando todas las mujeres en el mundo reconocemos su presencia en la política norteamericana, por ser mujer, por su origen étnico, por su agenda y porque será la segunda en el poder, un gran ejemplo para las niñas y las adolescentes.

Quiero recordar un tuit de Salma Hayek, quien felicitó a Joe Biden por su triunfo y refiere que antes escuchamos “de un muro separando a México de Norteamérica, pero realmente se convirtió en un muro invisible que separó a americanos de americanos”. Ese es el asunto: concebir las relaciones respetuosas entre las dos naciones es posible si hay voluntad de ambas partes para fomentar relaciones de respeto en todo sentido. No puede ser respetuosa una relación si un connacional es detenido al aterrizar en suelo norteamericano, y esa persona resulta ser el ex secretario de la Defensa Nacional, y el presidente de México simplemente deja pasar los protocolos que debieron respetarse por el país vecino, y eso se lo permitió también a Trump.

¿Cuál doctrina debe prevalecer? Pues la doctrina de los derechos humanos universales, progresivos, indivisibles e interdependientes.

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