jueves 21 noviembre 2024

Prohibido pastar

por Juan Villoro

“El género humano, al que pertenecen la mayoría de mis lectores…”, decía Chesterton. ¿Se refería a la conducta animal de ciertos lectores o sugería que sus artículos contaban con la lealtad de los perros y el singular criterio de los gatos? Recordé la frase en las cercanías de Xalapa ante un letrero que decía: “Prohibido pastar”. Obviamente, el mensaje se dirigía a los rancheros deseosos de invadir predios ajenos para darle de comer a su ganado. Pero yo tenía dudas sobre la estabilidad del universo porque iba en compañía de Pedrito Salvatierra, a quien llamamos el Doc desde antes de que acabara la prepa: “Aquí hasta las vacas leen”, pensé.

Aunque Pedrito ya merecería el apodo de “Posdoc”, lo seguimos llamando por el grado que le asignamos en su juventud. Desde hace décadas vive en Europa, o más bien en una bóveda subterránea donde investiga partículas subatómicas. Cuando vuelve a la superficie, habla de neutrinos (fue lo que hizo desde que pasamos Perote).

En el trayecto nos topamos con una novedad de la vida mexicana. Cerca de Puebla nos desviaron porque la carretera había sido tomada para protestar contra los huachicoleros. Al Doc no le sorprendió que hubiera ladrones de combustible; lo que le llamó la atención fue la palabra “huachicolero” y quiso conocer su etimología. No supe qué decirle. Su respuesta me redujo al silencio durante los siguientes cincuenta kilómetros: “Tú te dedicas al lenguaje, ¿no?”.

El letrero de “Prohibido pastar” hizo que volviera a dedicarme al lenguaje. Hablé del alto nivel de alfabetismo de la región, que incluía a las vacas. Pedrito me vio como lo hizo cuando lo visité en el CERN, gigantesco acelerador de partículas que atraviesa varios países europeos bajo la tierra. Cenamos en Ginebra y le dije que se rumoraba que en el CERN había un científico mexicano porque habían encontrado una partícula estacionada en doble fila. Mi comentario ni siquiera le pareció un mal chiste. Me dirigió la mirada que reserva para los microorganismos carentes de interés.

¿Es posible que una amistad prospere con tan poco éxito interdisciplinario? En la preparatoria orbitábamos al Doc como científicos en busca de la “partícula de Dios”. La razón era sencilla: nos dejaba copiar en los exámenes. Su popularidad provenía de una transgresión en una época en que hasta el profesor de Civismo hablaba de la “educación como instrumento represivo del sistema hegemónico”.

En los experimentales años setenta, la pedagogía suprimió las fechas y los nombres propios -es decir, la memoria- y la redacción de párrafos extensos -es decir, la elocuencia-, y los exámenes tenían respuestas de “opción múltiple”, lo cual facilitaba que la suerte y el copiado ocultaran la ignorancia.

Hasta el último examen, dependimos de Pedrito. Aunque la tarea se dificultaba si no había respuestas de opción múltiple, él desarrolló una caligrafía generosa que podía ser leída a dos pupitres de distancia.

Gracias al Doc fuimos un colectivo. Nos unió la trampa, pero nos sentimos solidarios, contradicción tan misteriosa como las partículas que ahora estudia mi amigo.

En la carretera a Xalapa informó que en su mayor parte el universo está constituido por “materia oscura”. El concepto se refiere a la masa que seguramente existe -hay evidencia de que afecta las condiciones de gravitación de la materia visible-, pero que aún no puede ser detectada.

Recordé un enigma sobre la cantidad de la materia planteado por Alejandro Ricaño en su obra Fractales, que recrea con virtuosismo las minucias que definen el destino humano. Una de ellas es el tamaño del Yakult. ¿Por qué es tan pequeño? ¿Nos gustaría del mismo modo si fuera más grande? Esa mínima botella asegura contener ocho mil millones de lactobacilos, aunque sus críticos denuncian que sólo incluye cien millones (y demasiada azúcar). Le hablé del tema al Doc y agregué que Ricaño es de Xalapa. Lo dije con énfasis, como si no se tratara de una conexión azarosa, sino “subatómica”.

Entonces le pregunté: “¿Y si no encuentras la materia oscura?”. “Me pasaré a un campo en el que no diga ‘Prohibido pastar'”, sonrió: “La principal causa del conocimiento es la ignorancia; sólo se busca lo que no se entiende”.

Seguimos adelante, en una tierra donde lo invisible se conecta a través de la materia oscura, o de una historia.


Este artículo fue publicado en Reforma el 7 de septiembre de 2018, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

Autor

  • Juan Villoro

    Escritor, autor de "El Testigo". Ganador del Premio Herralde de Novela 2004 y del Premio Rey de España por su texto "La Alfombra Roja, el imperio del narcotráfico".

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