La política y la música popular tienen una relación compleja desde siempre, fundamentalmente basada sobre expectativas desbordadas sobre los alcances de cada una. Por ejemplo, en el rock aparecen constantemente imágenes de reivindicación, eslóganes e incluso melodías sobre tomar el poder gracias a la música. Por otra parte, los políticos han intentado una y otra vez adueñarse del arrastre de ídolos musicales para ganarse una imagen de cercanía y espontaneidad, como se aprecia una yo otra vez en diversos spot en cada campaña.
Pero, ¿se puede hacer una revolución victoriosa con pura música o el activismo de artistas? Esto viene a cuento tras la renuncia del gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, tras un escándalo y la participación de músicos como Bad Bunny y Ricky Martin en las marchas. La respuesta es: no tan directamente como algunos asumen, pero la música popular es relevante en los procesos de cambio.
Dejemos a un lado el hecho de que no es lo mismo presionar a un gobernante democráticamente electo para hacerlo renunciar dentro de mecanismos previstos por la ley que siquiera protestar en un régimen totalitario. Antes que sugerir que un género musical o un artista «derrocó» a un gobierno, es importante discutir el peso de algunas personalidades, la identificación de las masas con un estilo musical o incluso su peso cultural como agentes de cambio. Hablemos de tres temas: la popularidad, el mensaje y las capacidades organizativas.
Es probable que, como alguna vez dijera Tom Waits, tanto los músicos como los políticos forman parte del mismo espectáculo de fenómenos, toda vez que a ambos los mueve el afán de reconocimiento. Incluso hay casos donde artistas populares brincan a la vida pública, aunque es difícil imaginar que eso pueda suceder en la otra dirección. Pensemos por ejemplo en Sonny Bono, quien fue alcalde de Palm Springs y después representante ante el Congreso hasta su muerte. Ni se diga de la frecuencia con que los políticos se casan con artistas destacados, con el fin de ganar popularidad.
Lo anterior significa que los artistas populares mueven emociones, sientan tendencias y modas y, con ello, representan las aspiraciones y sueños de sus seguidores. Esto es oro molido para los políticos cuando andan en campaña y algo potencialmente dañino si los músicos se movilizan para presionar por una decisión pública.
La popularidad valdría para poco si no hay un mensaje, y la música popular puede o no proveerlo. Hay algunos artistas que buscan plasmar un ideario, sin ser militantes, como serían las letras de Rush, que son libertarias. Otros buscan hacer proselitismo o adoctrinamiento, pero esas canciones no suelen trascender, como lo peor de John Lennon o Roger Waters. Frank Zappa mejor optó por burlarse directamente de la política y sus protagonistas en sus composiciones. Algunos son tan cínicos que llegan a hacer una canción contestataria porque vende, como cuando los Rolling Stones grabaron “Street Fighting Man”, porque querían que la gente cantara algo de ellos en las marchas. Pero también la música y las propias posibilidades que abre bastan para que sean una amenaza al poder. No en vano fue el rock prohibido en los países del Pacto de Varsovia durante muchos años.
Aún con lo anterior, la música popular no sería un vehículo de cambio si no movilizara a las masas. Muchos artistas se quedan en el activismo cómodo de los conciertos de beneficencia, hacer canciones sobre temas políticamente correcto o, en casos terminales, viajar por el mundo para comentar sobre la política de todos los países. Para todo eso hay un mercado amplio de buenistas.
Sin embargo, en algunos casos la represión a un grupo o género es una bandera. Así sucedió en la Checoslovaquia comunista en 1977, cuando un grupo de intelectuales y artistas formó la agrupación Carta 77 tras el encarcelamiento de una banda local con tintes zappianos: The Plastic People of the Universe.
¿La música popular puede tirar gobiernos? No, pero ciertamente su poder e influencia pueden llegar a ser un innegable factor de cambio político y social.
Este artículo fue publicado en Indicador Político el 29 de julio de 2019, agradecemos a Fernando Dworak su autorización para publicarlo en nuestra página.