Rapunzel, Rapunzel, deja tu cabello caer

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La hada amparó al buen galán
y al doncel convirtió
en riachuelo fugaz de amor,
que sin cesar corre ya,
cual de llanto un raudal
a los pies de la flor.

Miguel Lerdo de Tejada “El faisán

El cabello es exclusivo de los mamíferos y como la piel, sirve para proporcionar calor, amortiguación y camuflaje, protege al cuerpo de la luz ultravioleta. El pelo de la cara, cejas, pestañas, barba y bigote, enmarcan las facciones y ayudan a mostrar una emoción, lo mismo que el pelo en muchos mamíferos se horroriza para mostrar que están enojados o excitados. Pero algunas de estas funciones no funcionan tan bien cuando casi no tienes pelo. Cabello y pelo son indistintos para la Real Academia, sin embargo, en mi país se suele hacer la distinción por nuestra taimada condición, por esa moralina para indicar que existe un pelo que es oculto y púbico, mientras el cabello es el público, el que se ostenta, el que seduce pero remite al otro. Es justo eso lo que nos dice Erika Bornay en “La cabellera femenina”, ensayo que recorre hebra a hebra el simbolismo en el arte de este rasgo físico.

Helena de Troya por Evelyn de Morgan.

De niña soñaba tener un manto de pelo que me cubriera hasta los pies. Nací con la gracia de tener el cabello claro. Nos cuenta Bryson en El cuerpo guía para ocupantes que los ojos y el cabello de color más claro fueron los últimos en evolucionar y lo hicieron en algún lugar alrededor del mar Báltico hace unos seis mil años. Los seres humanos solemos celebrar las anomalías y el pelo claro es menos común y tendemos a tenerlo así entre más jóvenes somos, con la edad se va oscureciendo. Así que mis abuelas y mi madre se sentían muy orgullosas de la güerita y como la Violeta de Velazco, me untaban mil menjurjes para evitar se oscureciera. “Tienes hebras de oro” me decía mi abuela Aurora con ese nombre suyo de princesa de cabellos de oro; ‘amanecer’; es un nombre usado para augurar la belleza y la luminosidad de la aurora, nos dice su etimología, tanto para nórdicos como para griegos Aurora es personificación de la luz del amanecer, aunque en griego se llama Eos. Ella es quien con dedos rosados abre los cielos para que pase el sol. Mi abuela Aurora también era de las nieves: Aurora de las Nieves, dos princesas en el nombre de una mujer que amé y que no tenía aspecto de princesa porque su belleza era el desparpajo, la frescura de ser y sentirse cómoda con ella misma o quizás olvidada de sí misma, uno sólo puede especular. Lo cierto es que para ella el físico de sus hijas y nietas era muy importante; no así el suyo. La recuerdo con sus tubos y mandil o con traje elegante para ir a la jugada pero con su pequeña calva en la coronilla que jamás podía ocultar. A ella le gustaba cepillarme 100 veces los cabellos de oro mientras me contaba el cuento de Rapunzel. A la otra, a Gloria también. Legendariamente bella, mi abuela Gloria me gustaba y disgustaba a la vez. Su rivalidad con mi madre me hacía verla como a la reina mala de Blanca Nieves. En su sala había un gran cuadro de ella de joven, con ella hacía collares con sus miles de cuentas, su cepillo dorado con incrustaciones de carey me acicalaba mientras me cantaba “El faisán”. La historia cuenta el amor de un hombre a una cruel princesa, una suerte de variante del mito de Narciso, pero aquí la indiferencia es de la princesa que se torna en flor mientras el galán se decanta en lágrimas que la alimentan. Creo que existe una tristeza escondida en esa mujer que parecía villanesca, la desilusión de quien todo lo espera y se cansa de esperar. Su departamento era una cueva de destrezas, por fuera era ordinario, más por dentro me resultaba el museo perfecto de sus manualidades, de una creatividad desbordada que ordenaba micro universos aquí y allá. El cosmos de Gloria, con su gran cuadro como espejo mágico en el centro. Creo que de ahí nace ese egocentrismo que se propagó por toda la familia. Ya no la veo villana, la percibo como la Rosa de Saint-Exupéry, frágil y desamparada. Una muñeca de Lladró protegiéndose para que no se note que se cayó del estante, sus mil astillas la convierten en un rompecabezas que ya nunca pude descifrar.

El cabello en sí, es todo un ornamento, un símbolo enigmático que como nos dice Bornay es un fetiche del oculto bello púbico, las serpientes pecaminosas de Medusa castigada por su liviandad; un caudal que representa un río sobre el que yace el cuerpo de Ofelia, o el propio mar, cabellera azul de la sirena o la suave toalla con la que Magdalena seca los pies de su señor; la luz solar o el propio fuego, la constelación de Berenice que de ofrenda en el templo de Atenea, ascendió hasta el firmamento; fertilidad que como raíces repta entre la tierra y da frutos; un tapiz que cubre la desnudez de Lady Godiva; o la sensualidad oculta bajo el manto oriental. El pelo actúa como un buen aislante en climas fríos y un buen reflector del calor en climas cálidos, afirma Bryson y sostiene que la retención del cabello es que ha sido una herramienta de seducción desde tiempos inmemoriales. Sin saber todo eso en la primaria me sentí sumamente amenazada cuando llegó una niña con el pelo mucho más áureo y abundante. Aquella melena despertó mi envidia así que busqué sentarme tras de ella en asamblea y le volteé completo un Resistol blanco. La pobre niña tuvo que cortar sus rizos y me odió con justicia la primaria entera.

En casa la rivalidad era más grande, pero mitigada por amor. Aunque mis hermanas no tenían el pelo rubio, ciertamente lo tenían mejor, más abundante y bello. Mi hermana Patricia lo supo siempre y diario se fotografiaba con esa bellísima cabellera larga que pocas veces se atrevió a cortar. La de Ana era aún mejor, mi abuela la cepillaba con mucho amor. Esta historia es la más dolorosa de contar. Fuimos tres hermanas, dos de origen y una que llegó un poco después. Llegó crecida como una Atenea o Venus, esas diosas que nunca fueron niñas. Hoy me gusta pensar que fuimos tres princesas atrapadas en una torre de color verde. La historia me es muy difícil de cifrar. Mi madre me contaba la historia de dos hermanas Rosa Blanca y Rosa Roja; una buena y la otra mala; una sacaba perlas por la boca y la otra sapos y culebras. Hoy comprendo que la historia no es tan simple y que las quise mucho a las dos. Busco las palabras para que no se vuelvan sapos y hieran a mi hermana, esa que es un sol como la aurora, una que ha tornado su corazón en un refugio para todos los migrantes.

El cabello del cuero cabelludo puede estar contigo durante seis o siete años y crece un tercio de milímetro por día, es falso que siga creciendo después de la muerte. En nuestro cuerpo todo muta y todo cambia, cada célula o cada hebra de pelo migran y se tejen con el viento. Liberados del cuerpo de origen terminan de sutura en algún nido de pájaro, sostenidas en el enjambre o tensados por las patas de una araña tejedora. El hilo de mi cabello es una rama que se ensancha, clara color plata como la luna, pero la tiño de dorado para que no se enojen las abuelas.

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