En Nueva York se celebró ayer una frenética reunión-cumbre sobre el cambio climático, impulsada a matacaballo por el Secretario General de las Naciones Unidas, bajo la presión, además, de una histórica movilización universal protagonizada por jóvenes simbolizada por Greta Thunberg.
Ofrezco algunas notas, ángulos que contienen novedades importantes para seguir -sin perdernos- los acontecimientos del presente.
Uno. Hasta ayer, las negociaciones multilaterales en torno al cambio climático habían caído en un hoyo negro pues el señor Trump, obsesionado con dinamitar el legado del presidente Obama, desde 2017 derogó el Plan de Energía Limpia de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA), anuló normas para el control de emisiones de metano y puso fin al uso regulatorio del “costo social del carbono”; mientras que China (el principal contaminante de la tierra) regresó a la explotación masiva de yacimientos de carbón y de petróleo que había clausurado en el centro de Asia. Ambos países, por sí solos, generan la mitad del calor que altera el clima planetario… y se echaron para atrás. Había que llamarlos a cuenta y eso fue lo que hizo el portugués Antonio Guterres. ¡Bien por él!
Dos. Lo sentimos, lo vivimos pero sobre todo, lo documentamos. No hay semana que no conozcamos un estudio, una investigación, un informe significativo que vuelva a documentar la certeza del calentamiento del planeta y sus efectos destructivos. La buena noticia: tanto las propuestas de Naciones Unidas como los discursos y las movilizaciones de los jóvenes, se fundamentan precisamente en esa evidencia, o sea, en el trabajo científico.
Tres. Pero esos mismos estudios nos advierten: ya es demasiado tarde. 2019 no ha parado de encadenar récords de temperaturas altas. Este junio fue el junio más cálido desde que hay registros fiables, que arrancan en 1880. Y el servicio de cambio climático de la agencia europea Copernicus ha confirmado que julio fue el mes con la temperatura media mundial más alta jamás registrada. Agosto espera su fatídica confirmación y septiembre también.
Cuatro. Los países titubean, México nada de muertito, las naciones parecen pasmadas…. pero las ciudades no. La cumbre neoyorquina mostró un inusitado protagonismo de alcaldes y de cabildos extraordinariamente implicados y afectados por la crisis. París es un ejemplo, Berlín, Viena, Curitiba en Brasil, Bogotá pero sobre todo California, economía local que ya ha desplazado el 25 por ciento del PIB a favor de la energía renovable. Las crónicas que nos llegan de la Cumbre muestran que la voz de las ciudades fueron más importante en el lobby mundial, que las naciones mismas.
Cinco. La sueca de dieciséis años, Greta Thunberg no es un líder, o no es un líder tradicional, pero sí es un símbolo y acaso, eso sea más importante. Es un emblema dueño del mensaje más hondo y poderoso, pero también del más sombrío: no son los adultos de hoy, sino los jóvenes, quienes habitarán el mundo de la crisis climática.
Pues ¿quién querría ser líder de una calamidad apocalíptica? Y Greta no es eso: no pierde tiempo, ir a la escuela en la antesala del fin es un lujo, no titubea, pues ella es la encarnación de un reproche generacional y universal.