Una tercia de tremendos megalómanos ha tenido malos días últimamente. A Putin le sigue yendo fatal en su absurda guerra en Ucrania, Donald Trump es señalado por muchos de sus correligionarios como el principal responsable del mediocre resultado obtenido por el Partido Republicano en las pasadas elecciones de medio mandato y nuestro Peje hizo un coraje de todos los diablos con la marcha multitudinaria y ciudadana en defensa al INE. Quizá sea para estos tres el principio del castigo deparado por los dioses a quienes pretenden compararse con ellos. Los griegos hablaron de la “Hubris”’ para definir al héroe lleno de gloria quien, trastornado por sus éxitos, pretendía imitar a los dioses. Este sentimiento le lleva a cometer un error tras otro porque encarna la intemperancia, la desmesura y la embriaguez ocasionada por el exceso de poder. Se forma una turgencia de orgullo, ambición y soberbia. Como castigo a la “Hubris” los dioses idearon la “Némesis”, la cual devuelve a la persona a la dura realidad a través de fracasos y severos castigos. Muchos personajes mitológicos sufrieron la Némesis de los dioses: Agamenón, Aracne, Creonte, Eco, Dédalo, Ícaro, Jasón, Marsias, Hércules, Odiseo, Orestes, Sísifo, Jasón, Tántalo, entre otros.
De todo esto ha surgido el llamado “Síndrome de Hubris”, investigado por médicos, psiquiatras y neurocientíficos como un desorden de la personalidad asociado con el narcisismo y la megalomanía. La neurociencia no ha encontrado aún las bases científicas que expliquen este síndrome más allá de los síntomas evidentes: soberbia, alejamiento progresivo de la realidad, narcisismo exacerbado, etc. El exministro de la Foreing Office británica, David Owen, publicó hace ya varios años un ya muy famoso libro sobre todo lo relacionado con estos síntomas de la Hubris. El poder, dice, al intoxicar como lo hace termina afectando al juicio de los dirigentes y los lleva a sentirse seres únicos llamados por el destino a cumplir grandes hazañas. Tal perversión sucede con los gobernantes en los regímenes democráticos y, obviamente, con mayor fuerza en los sistemas autoritarios y totalitarios, donde los contrapesos al dictador son casi nulos o, de plano, inexistentes. Muchos tiranos arrastran complejos y trastornos personales severos, los cuales se delatan cuando poseen el poder absoluto y se ven rodeados de sicofantes y aduladores de toda laya. Surge en el sátrapa una ofuscación megalomaníaca, la cual lo lleva a creer en su infalibilidad. Se abre paso al culto a la personalidad, a la construcción de obras faraónicas, a la fatua creencia de creerse genio universal y a considerar como enemigos mortales a quienes critican o disienten.
La Nemesis se empieza a formar justo cuando el megalómano cae en la tentación de concebir al mundo como un escenario cuya única utilidad es servirle para poder ejercer su poder y buscar la gloria. El líder se extravía en el proceloso mar de su excesiva y engañosa certidumbre en la inefabilidad de su propio juicio y el desprecio del consejo ajeno, en su impulsividad y falta de reflexión, en la pérdida de contacto con la realidad, en su percepción de omnipotencia y en la absurda creencia de ser responsables no ante ciudadanos, sino ante la Historia, el “Pueblo” o Dios. La Hubris produce gobernantes vesánicos dedicados a tomar decisiones arriesgadas e imprudentes con consecuencias dañinas (a veces catastróficas) para las sociedades mal gobernadas por ellos. Por eso es vital aprender a reconocer los signos de los líderes cuando pierden definitivamente piso. Incluso para ello ya existe la Fundación Dédalo, dedicada a detectar en diferentes ámbitos de la vida pública la presencia del Síndrome de Hubris. Fue creada por profesor de Psicología de la Universidad Trinity College de Dublin, Ian Robertson, y sus conclusiones son consultadas por políticos y empresarios. Recientemente dio a conocer un análisis sobre Putin: narcisista extremo quien identifica sus intereses personales con los del país y se cree el único capaz de conducir a Rusia hacia su grandioso destino. Pero, sobre todo, padece de una pavorosa carencia de empatía ante la pérdida de vidas ucranianas y también rusas, ante tantos sacrificios humanos hechos en loor de su delirio.
Será interesante saber cuáles serán los diagnósticos de Robertson y su Fundación Dédalo sobre la nueva candidatura de Trump. Los efectos de este sujeto y su muy particular nihilismo continúan siendo diseccionados y catalogados. Ahora llamó poderosamente la atención en su aburrido discurso de lanzamiento el haberse declarado “una víctima”. Sin duda será víctima, y muy pronto, pero de la furia de Némesis. Este intento demencial por volver a la Casa Blanca en parte es un truco para cubrirse ante las muchas causas judiciales en su contra, pero también es un nuevo ejercicio de extrema soberbia. Pero el mal resultado de los republicanos en los comicios pasados mucho se debe a la mala imagen del engreído magnate. Quizá (ojalá) los electores estadounidenses ya están hartos de Trump y de la erosión provocada por su vesánico movimiento al sistema democrático de Estado Unidos. En las elecciones de término medio el tema de la crisis de la democracia (representada por el movimiento deslegitimador de Trump y la limitación de los derechos de las mujeres, entre otros factores) se puso a la par con el estado de la economía y la creciente criminalidad como tema dominante en las urnas.
Quizá la Fundación Dédalo algún día analice a AMLO y llegue a la misma conclusión: Némesis llegará tarde o temprano para escarmentar a nuestro impresentable Pejecito, cuya quimérica cuarta transformación solo es vulgar propaganda, la cual habrá de desmoronarse ante los clamorosos fracasos, abusos y contradicciones de su administración. El castillo de naipes formado por vanas estrategias “de comunicación” se derrumbará ante el caos en el sector salud, el aumento de la pobreza, el estancamiento económico con inflación, la corrupción palaciega, la militarización, el desbocado clientelismo, la creciente violencia, el crimen impune, la opacidad administrativa, la tragedia educativa, los amagos contra la libertad de expresión y un largo etcétera. Y todo esto, orlado por la personalidad pedestre, vengativa, intolerante y marrullera de nuestro megalómano aspirante a dictador.