Ernesto Baca es uno de los mejores cineastas experimentales de América Latina. Originario de Argentina, ahora la Cineteca Nacional de la Ciudad de México presenta su largometraje Israel (2021). Habrá quienes —por la inercia de los comentarios de cajón— dirán que se trata de una película de viaje, pues una pareja se desplaza en motocicleta a través de múltiples paisajes y situaciones. No obstante, Israel se presta para reflexionar sobre el cine experimental, su crítica y acerca de qué es lo experimental en las artes.

El adjetivo experimental se usa con laxitud. Es curioso cómo coinciden en imprecisión intelectual tanto académicos como el público más elemental. Un estudioso puede clasificar como experimentales a escritores que llanamente no pertenecen a cierta tradición —por la sencilla razón de que son o fueron parte de otra cultura literaria, sin que eso signifique que sus textos lleven el lenguaje o las formas literarias a extremos inusitados—, de manera semejante un espectador accidental califica como “muy experimental” alguna película que meramente le resulta rara. Aunque en el origen de la reacción del espectador pudiera haber una obra con características especiales, podría tratarse apenas de un filme con una historia sin la cantidad y calidad de peripecias que el cine más conocido suele contener. La mera extrañeza —sobre todo aquella cimentada en llamar la atención de algún público, más que en el trabajo estético— no es arte experimental. Quiero sugerir que lo experimental en las artes no es sólo lo diferente —por circunstancia o intención de destacarse— sino porque las creaciones, por sus características materiales, inevitablemente plantean un desafío a contempladores e intérpretes pues exploran fundamentos constitutivos de cada medio artístico.

Israel muestra predominantemente imágenes a color, pero también a blanco y negro. Otras tienen apariencia de negativo fotográfico y algunas presentan orillas “quemadas”. Hay pantallas divididas, superposición de imágenes, al menos un blanco en la pantalla y secuencias de fotografía fija. Recurren los antifaces y los lentes de espejo. La cinta salta entre formatos por lo que a veces las imágenes ocupan un espacio cuadrado y en otros se extienden rectangularmente, como consecuencia del uso original de película fílmica de 16 y 35mm. El sonido es igualmente meticuloso, desde alguno al inicio que se acrecienta —hay una advertencia de que se oirá la “alerta sísmica” de la Ciudad de México— hasta la inclusión de transmisiones sobre feminicidios, desaparecidos y un debate de la elección presidencial mexicana de 2018 en que destacan las alocuciones de un candidato sin partido que pronunciaba disparates para llamar la atención. La mezcla de sonidos es permanente, no se trata de planos sino de realidades auditivas, porque en Israel no rige alguna forma de naturalismo, sino la indagación del medio audiovisual.

A diferencia de otras obras de Baca, en que los anclajes hacia el cine convencional desaparecen —procediendo mediante la habitual descomposición de la imagen que ocurre en el cine experimental—, en Israel podría parecer que el director hace concesiones hacia expectativas de públicos que se han acostumbrado a aferrarse a algo, como una historia que aporta pretextos para interpretaciones convencionales. Esto puede tomar la forma de composiciones carentes de misterio pero que nutren conversaciones preestablecidas: una hechicera que habla otra lengua, una mujer con cuerpo pintado en una caverna o las estampas de santos católicos, sumos pontífices, vírgenes y representaciones del dios cristiano. ¿Hay ironía? Es posible: en Israel, además de una trama mínima, hay diálogos sembrados como anzuelos: audios añadidos, casi narraciones que, en efecto, pueden dar pie a interpretaciones.
Como puede notarse en párrafos anteriores, la crítica de cine experimental corre el riesgo de ser sólo descriptiva. Con frecuencia, esto pasa también en escritos académicos especializados en este tipo de cine. Para los primitivos recolectores de significados —negados a enfrentar algo más allá del sentido que es fácil derivar de una historia— resulta un salvavidas suponer que lucubrar a partir de la narración puede ser sustituido por la sobreinterpretación de elementos visuales —suponerle, por ejemplo, significado a los colores— o más aprehensible todavía, por el análisis de dichos de los personajes. Por la costumbre de querer comprender, puede convertirse en recurso fácil sobredimensionar las frases que se oyen o atribuir un giro dramático a que la protagonista sea abandonada en la carretera. Los diálogos de los personajes se prestan para elaborar lecturas: “¿Estás preparado para la soledad? […] No tengo casa, no tengo familia, no tengo país”. Éstas pueden ser cuestiones psicológicas, filosóficas… o sátira del melodrama. En contraposición a las especulaciones fuera de ella, Baca ofrece algo en la película: de lo mejor de Israel es que un motociclista con casco pueda simplemente ser eso o una entidad fuera de lo ordinario.



La mirada de Baca merece atención. La película pasa por la Basílica de Guadalupe —el templo católico más visitado de América Latina— en tiempo de muchos peregrinos. El cineasta captura con sutileza los paralelos de ridiculez entre danzantes falsamente precolombinos y el marchar de policías que, de manera notoria, son físicamente ineptos. Quizá hace falta una perspectiva con cierta distancia de la devoción para revelar el atrio, tras las procesiones, como campo de batalla y el apego a Guadalupe como exotismo. La mirada extranjera, cuando no renuncia al carácter crítico, puede percatarse del folclor enloquecido, de la escasez del verde en México y la sequedad de nopales y ramas —polvo omnipresente— así como escapar al racismo, contemplar a la mujer morena, o simplemente percibir la abundancia de nubes.
Actualmente se cuestiona —con acierto— la existencia de cualquier esencia y se habla, en cambio, de construcciones sociales en todos los órdenes. De la misma manera, puede abordarse la historicidad de las ideas del arte: de lo que se ha concebido y se identifica como sus elementos sustanciales. Entre los genuinos amantes de las artes, despojarse de puntos de referencia al descubrir la falta de esencias, lejos de conducir al desamparo, puede depurar la relación con las obras. Así, si el cine experimental no es la posibilidad más pura del cine, es, cuando menos, su límite. La cinta de Baca es una abundante colección de imágenes, pero no una acumulación arbitraria de viñetas audiovisuales: deriva en un tono y un ritmo audiovisual. Paradójicamente, el cineasta crea esa continuidad a través de recursos como cortes de edición en lo que generalmente serían tomas únicas. Israel y la filmografía de Ernesto Baca son paseos comprometidos a través de las fronteras últimas del cine.
Israel se proyecta a partir de hoy viernes 21 de octubre de 2022 en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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