Además de robar la riqueza de otros para consolidar clientelas, el populismo se basa en la propaganda. Por eso, desde 2016 creó una base de comunicadores que, aún con varias grietas en la actualidad, tiene la misión de ocultar la ineptitud y la corrupción del gobierno. Esos comunicadores generan distractores, información falsa y ataques al periodismo que inquiere sobre el desastre de las políticas públicas y el carácter autoritario de la autoproclamada 4t. Etcétera les llama “Farsantes” y, a través de dos libros ha expuesto sus funciones, sus principales contradicciones y, claro, sus limitaciones éticas y morales.
Esos propagandistas tienen tres perfiles básicos, aunque todos concurren en la falta de preparación y de escrúpulos para mentir como si no transgredieran ningún principio porque reciben incentivos del erario y porque “creen” que “la causa” justifica cualquier atropello. Su aparente osadía tiene el respaldo del poder hay que insistir (así, cualquiera es valiente).
El primer perfil es que aparentan ser periodistas aunque desconocen la profesión. Son militantes que buscan cierta credibilidad del gobierno porque están inmersos en la narrativa que define a los disidentes como neoliberales, magnates o cualquier término que usted tenga en mente para cifrar a un enemigo, e incluso de vez en cuando cuestionan a militantes del partido oficial para aparentar (otra vez) que tienen distancia del gobierno cuando, en realidad, sus cuestionamientos están ordenados por alguna facción de ese partido oficial. El portal Sin Embargo, Alejandro Páez y Álvaro Delgado son ejemplos de ello.
El segundo perfil lo integran comunicadores sin pretensión de ser periodistas y se encuentran alineados al gobierno como ente abstracto (es el caso de Poncho Gutiérrez) o a cierta fuerza política ya sea que esté en el gabinete o en el orden legislativo. Ese es el caso de Abraham Mendieta que trabaja para la fracción mayoritaria del Senado y apuntala las aspiraciones políticas de Andrea Chavez. Para eso cobra el comunicador: sobre todo fustiga al PAN, impulsa a la senadora por Chihuahua y de vez en cuando tiene algunos desplantes patrioteros (se siente más mexicano que el nopal) o poses universales (hace un par de semana advirtió al gobierno de Argentina que no se metieran con Cristina Fernández porque ardería troya hasta Cazorla, España, de donde él es originario, razón por la cual, suponemos, el mundo está a la expectativa de una rebelión tanto como de la respuesta de Irán a los ataques de EE.UU.)
El tercer perfil lo conforman mujeres y hombres de la más baja estofa. Sin escrúpulos ni preparación, lo suyo es “incendiar las redes”, generalmente luego del banderazo de salida de Epigmenio Ibarra o sólo porque buscan quedar bien con el gobierno (como el Chapucero, que tiene esa principal encomienda, para luego facturar). Este perfil embona con la autoproclamada 4t porque jamás acepta la existencia del otro sino que lo descalifica (porque ese otro siempre tiene oscuras intenciones y tenebrosos incentivos) justamente porque es incapaz de estructurar ideas y menos aún podría contrastarlas. Unos dan ternura (al menos a mí eso es lo que me genera Lord Molécula sintiéndose académico), otros hacen reír por sus desplantes retadores, siempre llenos de soflamas, porque no pueden ocultar que son como discos de vinilo rayados, no están programados para más, nacieron con esas limitaciones y el mayor premio que les ha dado la vida es, precisamente, que en la era del populismo seres pequeños pueden ser ministros, diputados, escritores (¡Fabrizio Mejía!) o comunicadores como Vicente Serrano. (Otros pedacitos de estiércol son como él y tienen como misión fundamental suscitar el resentimiento y evitar el intercambio público razonado)
El problema que ahora tiene el gobierno federal es que esos comunicadores ya no le son funcionales.