Hace unos días, Volodimir Zelensky, el presidente de Ucrania, ante los ofrecimientos del gobierno de Estados Unidos de ser trasladado a un lugar más seguro, justo en el momento en que iniciaba la ofensiva rusa, soltó una frase que describe el momento que se vive ahora mismo: “tengo necesidad de municiones, no de un taxi”.
Zelensky es un personaje interesante. Transitó de la comedia a la política y ahora está en medio de un torbellino de carácter histórico.
Proviene de una familia judía, de padre experto en informática y cibernética y de una madre ingeniera industrial. Cursó estudios de derecho, para no inquietar a sus familiares, pero lo suyo siempre fueron los escenarios y si se mira con cuidado, no ha salido de ellos. Le está tocando interpretar un papel trágico, donde su propia vida está en juego, como la integridad misma de su país.
En el Kremlin afirman que están echando a los nazis de Ucrania, aunque sea muy extraño que sus ataques de precisión sean contra un gobierno que preside un judío, pero así de silvestre es la propaganda cuando se trata de la guerra.
¿Hay nazis en Ucrania? Sí, los hay y son inquietantes. Provienen de los coletazos y de los ambientes que generó la Segunda Guerra Mundial, pero de igual forma los estragos que causó el estalinismo entre 1930 y 1950, generando hambrunas que causaron la muerte de unos 3 millones y medio de personas. De ahí se alimenta un anticomunismo persistente y que tiene reflejos en grupos bastante siniestros.
Pero eso no es Ucrania, al contrario, y la esencia hay que buscarla en una terquedad por buscar un horizonte más europeo y democrático. En 1918, declararon su independencia del imperio ruso y del Austrohúngaro, aunque eso no duró mucho. Hay que tener presente, de igual forma, la rebelión popular de Maidan en 2014. Eso es lo que enfurece a Vladimir Putin y es lo que considera un riesgo de seguridad para Rusia y para su sistema mismo.
Putin, como todos los tiranos, se arroga misiones que nadie le encomendó, pero la aventura ucraniana puede ser el inicio de su caída política. Una muestra son las protestas en la propia Rusia, donde los ciudadanos están igual de espantados por la locura que está llevando a su país al desastre.
Además, en esta ocasión, las democracias y de modo central las de Europa, están actuando de una forma más decidida. Acompañadas por los Estados Unidos, han desatado una serie de represalias contra Rusia en el terreno económico y están proporcionado financiamiento y armas al gobierno legitimo de Ucrania.
La condena a la locura de Putin en la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde solo un pequeño puñado de países (Corea del Norte, Bielorrusia, Siria y Eritrea) se negaron a descalificar la agresión, es también una señal que da esperanzas.
Los números no mienten: 141 países contra cinco y 35 abstenciones.