Varias son las derechas que acompañarán al próximo presidente. Una de las que gobernará con él es la militante ultraderecha religiosa, depositaria dentro del país de una estrategia fundamentalista internacional millonaria –con énfasis en América Latina–, que significa un peligro latente para el Estado laico, las libertades y los Derechos Humanos a escala global. ¿Excesivo?
Si la contribución del PES a esa alianza no era cuantitativita, ¿por qué sobrerrepresentar en el Congreso de la Unión a una de las peores expresiones del fundamentalismo que puntualmente amenaza con buscar que su fe religiosa se convierta en norma pública? Las razones que AMLO (“Caleb”) da respecto a su relación con la ultraderecha evangélica delatan las filias dogmáticas de quien ha dado muestras sobradas de su conservadurismo. En su discurso, lleno de citas bíblicas, cuando se concretó su candidatura por el PES: declaró que esa unión tiene “fundamento moral”, incluidos “valores espirituales” que en la presidencia serían necesarios “para buscar el bienestar del alma”; que entre Morena y Encuentro Social “no hay diferencias de fondo. No en lo político, no en lo ideológico”.
De ahí que no sea casualidad que estos artífices de la arbitraria Ley de Objeción de Conciencia, que reivindican la existencia de un “derecho natural” que proviene de un dios, que hablan de obedecer un orden moral único, que amenazan al Estado laico al buscar “renovar la relación del Estado con las iglesias”, que tienen el propósito de tirar la reforma constitucional en DH “por ser producto de envenenadores”, que están en contra del aborto seguro y los derechos de las personas LGBTTTI, sean la cuarta fuerza parlamentaria del país.
Dado que es contraria al voto ciudadano, esta decisión calculada de apostar a que una expresión político-religiosa que no obtuvo los mínimos votos para mantener el registro sea la principal aliada del gobierno en el Poder Legislativo, pone en duda la legitimidad de las decisiones del Congreso en las que la participación de ese partido sea determinante; pues el poder político (particularmente el legislativo), por definición, debe ser proporcionalmente representativo de las múltiples expresiones ideológicas, intereses y preocupaciones de las sociedades. Conceptualmente, el Congreso de la Unión es el reflejo de la sociedad.
En cualquier país de la Europa moderna, esto sería un escándalo monumental, pues la ilegítima fuerza evangélica en el poder legislativo genera un potencial problema de Estado: ¿Habrá determinaciones que tome el Congreso de la Unión que puedan quedar en manos de un partido al que la ciudadanía le dijo ¡NO!, de una ultraderecha a la que no le alcanzó ni para tener UN diputado? Y sí el PES no puede (no debe) hablar en nombre de la sociedad que le ha rechazado ¿a nombre de quién legislará en el Congreso?
Desde la doctrina católica hay un grupo extremista que ha intentado conjugar política y religión: el Yunque, que estratégicamente parece estar actuando en dos líneas: una focalizada, principalmente en Guanajuato y Puebla vinculada al PAN. Y otra, amplia y dispersa que “se fue a vivir con AMLO” y que por ello tiene ya en puestos estratégicos a dos de sus principales liderazgos (ambos expresidentes del PAN): Germán Martínez, dueño de la frase “Todos tenemos un pequeño yunque que llevamos dentro”, cofrade de Fox y secretario de Estado en el gobierno de Calderón quien, aunque de inicio dijo que “AMLO lo invitó a ser fiscal general”, hoy ha asegurado una senaduría plurinominal por Morena y, aun sin experiencia en el área de Salud, ya fue presentado como el próximo director del IMSS.
El otro líder yunquista es Manuel Espino: expresidente de la Organización Demócrata Cristiana de América y parte de los equipos de campaña de Fox, Calderón y Peña Nieto, vehemente opositor al derecho a decidir de las mujeres, a la eutanasia (tema en el que señaló apoyar la postura de la Iglesia antes que la de la ley, y estar dispuesto a la resistencia civil para evitarla) y adversario de las familias LGBTTTI. Es a quien AMLO eligió como su enlace con organizaciones civiles y sociales. Es decir: el Yunque como vínculo de AMLO con la sociedad civil organizada. Puntual y contundente el mensaje.
El Jefe de Gabinete, al que AMLO llama “mi hermano”: es Alfonso Romo, reconocido integrante de “Provida”, el Opus Dei, los Legionarios de Cristo y uno de los supermillonarios que hizo negocios con el dictador chileno Augusto Pinochet. De hecho, Romo fue el conducto (en 2012) para que AMLO se reuniera con Red Familia, los Legionarios, el Opus Dei y la Unión Nacional de Padres de Familia.
Todas las organizaciones mencionadas en esa “Trinidad” vienen comandando en México una estrategia global (más que retardataria, regresiva) en torno a un artificioso fantasma al que llamaron “ideología de género”, con la que buscan retroceder al “orden tradicional” de relaciones machistas y que ha logrado convertirse en una gran amenaza mundial para dar marcha atrás a libertades y DH.
Los conservadores son conscientes de que (particularmente en el terreno de las leyes) no es mucho lo que les queda por “conservar” de aquel rancio pasado. El desarrollo del mundo muestra que en la inclusión y el reconocimiento a la diversidad hay elementos obligados para el éxito del desarrollo social, y eso afecta “su mercado”: avanzar en las libertades y los DH implica que el negocio… se les cae. En el machismo, la discriminación, el estigma y la descalificación a la diferencia están los soportes de su control social.
Por ello su estrategia dista mucho de centrarse en lo social, es por sobre todo, política: juntar política y religión es la meta, buscan tener operadores leales dentro del Estado: representantes de las iglesias, pastores saltando de los púlpitos a los parlamentos, entrando a la política pública desde los gobiernos. En Latinoamérica ya no es raro ver congresistas evangélicos rezando en grupo dentro del recinto legislativo (todavía ilegal aquí).
La religión para AMLO ha sido un arma de operación: provoca que sea tema recurrente, al punto de poner a “Cristo” como su ejemplo. Afortunadamente no puede sumarse formalmente a esa estrategia o al discurso fantasioso de “ideología de género” –no por su decisión, sino por mandato constitucional–, pero eso no frena el objetivo de estos actores por lograr ser ultraderecha actuante dentro de gobiernos a los que llevaron al poder.
La respuesta organizada al avance legislativo en el camino a la democratización de las relaciones entre distintos (hombres-mujeres, heterosexuales-LGBTTTI), y por lo tanto al reconocimiento de una diversidad de formas de organización familiar y social, se centra en debilitar al Estado laico, atacar las libertades, aumentar los privilegios de las iglesias e incorporar a las leyes una peligrosa visión dogmática y “moral” que impacte en las políticas públicas.
Y por si fuera poco, por Morena llegaron otros conservadores a cargos de elección. No sabremos, hasta verlos operar en los hechos, cuántos legisladores y demás políticos de Morena o el PT (que los habrá) serán capaces de enfrentarse sin simulaciones y con honestidad a ese poder. Justo lo peor del PAN es lo que fue a ganar en la elección, poco esperar de ahí, no podemos ser muy optimistas respecto a los equilibrios entre laicos y conservadores en el PRI. ¿Hasta dónde el PRD y los demás partidos que se dicen de izquierda o liberales están resueltos a dar la batalla por las libertades? Todo lo veremos.
Pero si hay algo que defender ante los intentos invasivos es la libertad individual de conciencia, de convicción, de elegir sobre nuestra personal humanidad. La ilegitima presencia de la ultraderecha en el poder necesita el contrapeso de una ciudadanía que defienda al Estado Laico, las libertades y los DH.
Atesorar la democracia, mejorarla, implica tener reglas laicas de convivencia para establecer la normatividad y la política de Estado. Tener una estructura social con reglas que todos reconozcamos y en las que todos nos reconozcamos en nuestras diferencias sin excluir a nadie . Y esas se escriben en nuestra Constitución Política.