jueves 14 noviembre 2024

Circo y maroma

por Fedro Carlos Guillén

Yo, que no soy esencialmente imbécil aunque me esmero, puedo darme cuenta perfectamente de que en muchos casos el impacto de una nota nada tiene que ver con su trascendencia o importancia, sino con la avidez de los medios y sus consumidores por encontrar los platillos más apetitosos para este circo mediático que vivimos día con día.

Dos son los sucesos periodísticos que ocuparon la agenda de los medios con una saciedad digna de un tiburón blanco (dicho sea con respeto para los tiburones). En primer lugar está la fotografía de Scherer acompañado de “El Mayo” Zambada. No pienso abundar en el asunto más de lo que ya se ha abundado, que es bastante, pero estará usted de acuerdo, querido lector, que algo se pudre en Dinamarca cuando alguien fuera de la ley (suena a película del Oeste) manda traer a uno de los periodistas más respetados de México para hablar de intrascendencias; sólo faltó que le diera la receta del pescado empapelado. En este caso uno se pregunta cuál es el sentido de una “entrevista” de este tipo. ¿Vender más revistas? El hecho de que los medios se conviertan en portavoces selectos del crimen organizado me parece simplemente monstruoso. Cuando utilicé este argumento en un debate, un periodista me señaló que cualquiera hubiera aceptado la entrevista como una oportunidad única y me quedé pensando en que la ética periodística se aleja cada vez más de la mía y la de un montón de gente que conozco.

El segundo caso de sainete es el de la niña Paulette, que se volvió la noticia más importante durante semanas y que presenta, como un poliedro, varias aristas. En primer lugar está la incompetencia de las autoridades que, por principio de cuentas, a nadie debería extrañar. Sin embargo, cuando las mismas autoridades son torpemente mediáticas, el asunto estalla como una chinampina. Para todos resultó claro que el Procurador Bazbaz mostró la misma sagacidad del inspector Clouseau y violó una premisa básica del sentido común: no ofrecer información sin confirmar e implicar de manera subliminal a personas que no habían sido sometidas a un juicio. ¿Por qué razón? Para atajar la presión mediática. Éste es uno de los fenómenos perniciosos que me interesa comentar. Es de todos conocido el caso de la familia que viaja de vacaciones en un auto con dos niños oligofrénicos en la parte de atrás, que van jode y jode con que a qué hora van a llegar. El padre, a punto de una embolia, de pronto les grita: “¡a la hora que lleguemos!”, y santo remedio. A los medios los imagino un poco como los niños del auto, hurgando aquí y allá y llenando huecos . Los funcionarios en lugar de actuar con sensatez y ofrecer información y no especulaciones, deben salir a atajar el desborde en muchos casos de la peor manera y los saldos frecuentemente son desastrosos. Fue evidente que alguien le dijo a Bazbaz que no volviera a abrir la boca pero ya era tarde; su argumento de que “la ciencia” resolvería el caso fue un dique de pacotilla contra el aluvión especulativo que se había desatado y que él, los medios y la sociedad contribuimos a crear.

Finalmente está el caso de las imágenes; me queda claro que éstas ayudan a vender pero valdría la pena revisar a detalle lo que ello implica. Por un lado, funcionarios corruptos que venden estas imágenes a los medios; por otro, las decisiones editoriales de publicar el cadáver inerme de una niña y la avidez por este tipo de periodismo por parte de un sector muy amplio de nuestra sociedad. En la

medida que sigamos observando decapitados, gente baleada, narcomantas o cadáveres de niños, es probable que nuestra piel se curta y se establezca una carrera por lograr tomas de mayor efecto. Huelga decir que la derrota ética e informativa de estas decisiones es evidente pero pocos repararán en ella, empeñados en seguir con este vértigo de imbecilidad y oligofrenia.

Para la próxima sugiero que los funcionarios sean como el padre del coche, alcen la voz y digan: “¡dejen de estar chingando, en el momento que tengamos información confiable se los haremos saber!”, pero sé, ay, que es mucho pedir.

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