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sábado 14 diciembre 2024

Cómics, el sexo en cuadritos

por Salvador Quiauhtlazollin.

Imagine, calenturiento lector, una línea recta trazada en un alba superficie. Ahora, contraponga dos curvas en zigzag de la misma línea. Tórnela vertical. Remátela con un círculo superior, y tendrá una primigenia representación femenina. Con unos pocos añadidos, obtendrá una silueta voluptuosa del mismo sexo. Y adornándola con un poco de actitud, iniciará un viaje por la descripción pictórica del erotismo.

Los deleites carnales son mejores en trazos. O por lo menos están libres de enfermedad, compromisos, engaños y proximidad emocional. Quizá por ello, desde la antiguedad, el acercamiento sexual humano fue plasmado en superficies lisas por artistas anónimos. Las vasijas griegas conocidas por todos, nos remiten a juguetonas escenas homo y heterosexuales que ratificaban la unión de las dos mitades amorosas de las que hablaba Platón. Y unos siglos después, en Pompeya, los frescos cubiertos por las voraces cenizas del Vesubio mostraban una explosión insólita de escenas eróticas, que orientó a los arqueólogos a la conclusión inevitable de que la imaginería sexual era un componente perenne en la vida diaria de los romanos.

Sexos en trazos

Saltemos unos siglos, y veamos a tenaces y diligentes monjes robarle algunas horas a las labores del monasterio para plasmar salaces grabados de coitos impenitentes, acompañados de jocosas historias. Y, posteriormente, al abrigo del Renacimiento, Pedro Aretino inventará la moderna escritura pornográfica, en una época abierta a la exploración carnal, que tres siglos y medio después caerá en el oscurantismo sexual victoriano. El dominio del Imperio Británico fue puritano en actitud, pero en cuanto a literatura e ilustraciones pornográficas, fue productivo. Una constante histórica. Desde el reinado de la Emperatriz de la India hasta la estulticia provinciana calderonista, los gobiernos encabezados por asexuados vergonzantes son fructíferos en pornografía.

Le extrañará al lector que hayamos iniciado con una brevísima semblanza histórica antes de iniciar nuestro recorrido por el cómic erótico. Pero se responderá a sí mismo que era necesario conocer los antecedentes de los trazos audaces. Y, además, le saltará que abiertamente usemos el concepto pornografía, alejándonos del intelectualmente comprometido término erotismo. La razón es que el que esto escribe, como lo ha asentado en anteriores artículos, no ve la necesidad de hacer una distinción tajante de los conceptos. Finalmente, la edad, la madurez y el crecimiento cerebral modifican nuestra apreciación de los dibujos de alto calibre sexual, a los que vemos paulatinamente con una naturalidad indulgente y respetuosa, fenómeno que, curiosamente, no sucede con la estupidez y la violencia, que siempre nos parecen repugnantes.

¡Viva Tijuana!

El cómic inicia como un fenómeno industrial que compite con grabados, ilustraciones y postales. En estos medios habían circulado ampliamente los deleites carnales de toda temperatura, que llegan tardíamente al mundo de la historieta por una simple cuestión de distribución: los comics aparecían en respetables periódicos familiares, que sin duda consideraron la posibilidad de orientarse a los adultos, pero que encontraron más redituables las tiras graciosas que podía consumir cualquiera. De hecho, como todos sabemos, las primeras tiras de trama adulta (policíaca, ciencia ficción, aventuras) aparecerán en los diarios hasta bien entrado el siglo XX, coincidentemente, con la primera explosión de los cómics pornográficos: las Tijuana Bibles.

A finales de los años 20, y todos los 30, 40 y 50, las Tijuana Bibles vivieron su época dorada. Éstas eran pequeñas historietas licenciosas impresas en papel de pulpa, de autoría anónima y, sorprendentemente, siempre con historia. La trama giraba en torno a un personaje famoso (actriz, político, e incluso dibujo animado) y sus peripecias sexuales, que, al igual que en toda la pornografía, siempre se daban de forma casual y casi instantánea, algo que no sucede en la vida real. Y quizá por eso eran tan populares estas ocurrencias en historieta, sobretodo en los 30 y 40.

Como el lector supone, el término hacía alusión a nuestra conflictiva ciudad fronteriza, en ese entonces, como ahora, considerada un permisivo paraíso sexual. Pero las también conocidas como Bluesies no se imprimían en Tijuana, sino en territorio estadounidense, donde se distribuían sin mucho problema. Quizá los agentes federales las veían de forma inofensiva, o quizá su venta al menudeo impedía su efectiva persecución. Lo importante es que las Tijuana Bibles informaban la temperatura real que se vivía en una época supuestamente puritana. Y, además, eran un inmejorable indicador político. Hitler, Stalin y Mussolini combinaban sus aventuras sexuales con actos monstruosos en sus 8 páginas, como también se les conocía a estos cuadernillos. Los comentarios sociales se hacían a través de lo más social que conoce el ser humano: el sexo.

La innovación de los 60

Las Tijuana Bibles todavía subsistieron los primeros 60, y se opacaron fugazmente en el primer lustro de esta década: la pornografía había sido despenalizada, y se podía disfrutar en fotografías lo que antes sólo se veía en dibujos. A la par, llegaron las primeras historietas de, ahora sí, corte erótico.

En 1962, se inician las aventuras sensuales de Barbarella, erótica y cachonda heroína que inaugura una nueva forma de cómic, plagado de erotismo, y que además sirve de estandarte de la liberación femenina y la revolución sexual. Su llegada al cine, con Jane Fonda desnudándose provocativamente en gravedad cero, tendría ecos hasta nuestros días en todos los campos.

Al tiempo que Barbarella buscaba orgasmos siderales, Valentina de Guido Crepax tenía surrealistas aventuras a partir de 1963. Conforme se abría su arco argumental, aumentaban sus audacias, hasta traspasar todos los límites corporales y psicológicos. Crepax también se distinguió por otras inusuales heroínas como Belinda, Bianca, Anita y Francesca, y por su elaborada y barroca adaptación de la Historia de O.

Muchísimo más atrevido, pero menos interesante, es Milo Manara, que a partir de los 70 dominó el campo. El gran defecto de éste (o su gran virtud, dependiendo del voyeurismo de cada quien), es que prima la ilustración sobre la historia. Mientras que con Crepax uno se clava en las hazañas de su heroína, con Manara lo que se busca son los exhaustivos detalles anatómicos que dibuja con un cuidado digno de un avezado estudiante de ginecología. Y por lo mismo, muchas de sus historietas parecen tratados para aspirantes médicos.

Muy heavy

A finales de los 70 y durante los 80, el cómic erótico se refugia en dos importantes revistas: Heavy Metal y Métal Hurlant. Poco después, con la llegada de las ediciones de comics de Playboy y sobretodo de Penthouse, el cómic pornográfico romperá los pocos límites que quedaban de distribución, censura y atrevimiento.

En México, la pornografía encontró, al igual que la Tijuana Bibles, su excelente expresión en la parodia de tiras cómicas nacionales. Pero más importante fue el trabajo audaz que Manuel Moro Cid y Víctor Cruz realizaron con las ayudantes de Fantomas. Algunos maestros, como Sixto Valencia (padre de Memín), editaron sus propias y atrevidas historias. Y como hemos escrito anteriormente, en el sexenio foxista se vivió una explosión de pornografía en los puestos de periódicos, en forma de historietas en las revistas de contactos como Historias calientes, o de plano con historietas de neta explotación sexual. Como anotamos líneas arriba, siempre hace falta en el poder un persignado para que otros ocupen sus manos en mejores y más deliciosos menesteres.

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