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miércoles 11 diciembre 2024

¿Cómo recibir a los estudiantes de nuevo ingreso a la Facultad de Derecho?

por Genaro Góngora Pimentel

Mi mejor intención es hacerles ver la buena decisión que tomaron al decidirse estudiar Derecho en esta Facultad.

Una regla básica en esta carrera, es decir la verdad. Les contaré: una mujer acompañó a su esposo, quien estaba muy enfermo, al consultorio del médico. Después de revisarlo, el doctor le pidió al hombre que fuera a la sala de espera, para que él pudiera hablar con su mujer. El problema de su esposo es grave —le dijo—, si no sigue mis indicaciones, su esposo morirá.

—Prepárele un desayuno saludable todas las mañanas, de manera que se vaya a trabajar de buen humor—.

—Cuando llegue a casa, permita que se siente a descansar con los pies hacia arriba y asegúrese de no cargarlo con preocupaciones o tareas del hogar—.

—Prepárele una cena caliente y nutritiva todas las noches—.

—Mantengan relaciones sexuales varias veces a la semana y satisfaga todos sus caprichos—.

De camino a casa, la esposa condujo en silencio. Finalmente el hombre preguntó:

—Bien, ¿qué dijo el doctor?

—Tengo malas noticias, —contestó—. Dijo que morirás.

Esto, como bien lo dice John C. Maxwell de quien tomé la nota de su libro “El Poder de las Relaciones”, describe la manera en que algunas personas suelen interactuar con el prójimo: sin honestidad.

¡Claro! la clave del éxito feliz en estos estudios de derecho es una sola. Estudiar mucho para sacar las mejores notas. ¿Esto hará que los maestros y la Facultad premien al estudiante?

—Sí—.

¿Las más altas calificaciones serán suficientes para triunfar en la vida? —No—.

Entonces, ¿qué necesitamos? Para responder a esto, les voy a contar un cuento:

Un día, en el reino de las hadas se decidió premiar a la ciudad mexicana que mas hubiera hecho por el país. Claro está que se eligió a Monterrey.

Entonces en un predio arbolado cercano a la montaña, se aposentó la reina de las hadas en una elegante carpa. La finalidad era entregar un don a los niños que hubieran nacido en esos días.

Se inscribieron varias parejas con sus hijos y una vez comprobado que cumplían con los requisitos, fueron pasando para que la reina, ayudada por el gran chambelán, les entregara un don del cofre que tenía a un lado.

¡Al primer niño se le dio el don del poder. Cuando sea un hombre lo veremos de presidente de un partido político y después de la nación entera. Pero, en realidad eso no lo hizo feliz, pues no fue popular y se le calificó como el peor presidente de México, aún antes de terminar su periodo.

Al segundo niño se le entregó el don de la sabiduría. De grande resultó ser un sabio. Su biblioteca era rica en volúmenes sobre historia y derecho. Pero su esposa le recriminaba que como investigador en el Instituto de Investigaciones Jurídicas ganaba un sueldo que la buena señora consideraba miserable. Él aguantaba esas críticas y lo que acostumbraba decirle ella: —si te hubieras dedicado al comercio seríamos ricos y no tuviéramos estrecheces económicas—.

El tercer niño recibió el don de la riqueza. De adulto fue un mago de las finanzas. Manejaba la Bolsa de Valores de Nueva York y de otros lugares del mundo. Su nombre estaba en los primeros lugares de los más ricos del mundo. Sus empresas eran de veras poderosas y el gobierno nacional no daba un paso sin consultarlo antes. Un día fue secuestrado y no se volvió a saber de él.

El cuarto niño fue dotado con el don de la belleza. Era tan hermoso que cuando fue grande, las mujeres nada más de verlo gritaban de emoción, con gritos agudos produciendo un sonido especial, pues, como ustedes saben, las damas son así y siempre serán así. Un día fue asesinado por un marido celoso.

El último de los niños corrió con una suerte especial. Me explico: sus padres llegaron tarde. La reina ordenó al gran chambelán que abriera el cofre para que observaran que estaba vacío. Se habían entregado todos los dones. En efecto, se abrió el cofre, se asomaron y aparentemente no quedaba nada, sin embargo en una de las esquinas se notaba una sombra. ¡Era la simpatía!

Nunca necesitó tener dinero, pues se lo prestaban y se olvidaban de cobrárselo. Los maestros, cuando menos, lo calificaban con un ocho, sino es que con un diez. Las muchachas lo adoraban y muchas decían: ¡Ay, es tan dulce! Y, cuando una dama dice eso, las cosas pueden ser, en verdad, muy serias.

Consiguió trabajo en una empresa en un cargo directivo. Eso logró no por una relación familiar o política, sino simple y sencillamente por su simpatía. Inspiraba confianza. Su sonrisa, su presencia, siempre bien vestido.

Ustedes, compañeros, amigos todos, están en el umbral de su carrera, de sus estudios de derecho. Déjenme decirles que yo no tengo en lo absoluto, ninguno de los dones a los que he hecho mención y, en algunas ocasiones, cuando medito sobre esto, me asombro de cómo fue que aquí y ahora me encuentre hablándoles sobre la buena decisión que tomaron de estudiar leyes, de ser abogados.

En estos pasos que he dado, en estos momentos en que les he platicado, los he visto y estoy con la convicción arraigada de que habrán de triunfar, para mí todos tienen ya un diez de calificación. ¡Claro se lo habrán de ganar! Además sé que tienen suerte, es decir, esa fuerza, ese poder imaginario que habrá de influir en su futuro.

En alguna ocasión le recomendaban al emperador Napoleón a un militar. El mejor de su promoción en la Academia Militar. Napoleón preguntaba —si, pero ¿tiene suerte?—. Ha intervenido con éxito al mando de sus tropas en varios hechos de armas. —Sí, decía el Emperador— pero ¿tiene suerte? Es pues, la suerte el poder imaginario que rige nuestro futuro.

Los veo, compañeros, a todos y sé que tienen ese poder, que la suerte no los habrá de abandonar.

Los abogados deben decir siempre la verdad, aún cuando duela hacerlo; la mejor preparación para el futuro que les espera es estudiar bien las materias que les enseñaron sus maestros; la simpatía que ustedes tienen, ajena a la soberbia; y, la suerte que les acompañará siempre, pues así se los aseguro, habrán de hacer que esta Facultad de Derecho los considere con el orgullo que todos sentimos por nuestros alumnos.

Es un hecho lo que seguramente les han dicho. Hay muchos abogados. La profesión esta sobresaturada —¡Sí!, ¡Si lo está!—, pero eso es en la llanura, cuando vayan distinguiéndose desde ahora como los mejores, como los de más altas calificaciones y así sobresaliendo, aprendiendo a destacarse, verán que quienes los siguen son muy pocos. Les deseo a todos lo mejor que pueda darles la vida.

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