Ahora que se encuentra próximo el cambio político en Brasil me atrajo la atención un artículo de The Economist sobre la continuidad y estabilidad que Lula ha dado a ese país. Al hablar acerca de los indudables logros, se mencionan tres problemas con los que habrá de enfrentarse la señora Dilma Rousseff, si gana la elección. De los tres, me llamó poderosamente la atención el primero. Dice la revista:
“El primero es la corrupción. La oposición dice que la nueva riqueza petrolera de Brasil, fomentará el autoritarismo electoral tal como se desarrolló en México bajo el dominio del Partido Revolucionario Institucional. Por ahora esto parece ser una exageración; pero, es verdad que el Partido de los Trabajadores ha considerado a la burocracia como un prerrequisito y ha venido a constituir una tendencia problemática que está inflando a la burocracia federal con nombramientos políticos.
“Los medios serán independientes cuando no se presten a servir de venganza de algún servidor público”. Afortunadamente Brasil tiene medios y judicatura fieramente independientes”.
¿Qué significará ser fieramente independiente? En los medios: televisión, periódicos, radiodifusión. Serán independientes cuando no se presten a servir de venganza de algún político o “servidor público” que quiera desquitarse de un enemigo y lavar antiguas ofensas. No ha faltado en nuestro medio, según se dice, quien haya utilizado a los medios para lanzar sobre el espíritu público, el amargo desahogo de un corazón dañado, aún cuando tenga que “usar” al periodista por la inclusión de noticias que denigran a su enemigo con cargos directos, o por medio de expresiones encapotadas o por alusiones malignas. Afortunadamente, también en nuestro medio, un periódico que se presta a eso, no subsiste por mucho tiempo. Eso no es libertad, es licencia. Es bajo y cobarde e ilegal y punible. Lo que debe recordarse a quien promueve tal cosa, es la frase inmortal de Confucio: “Si te vas a embarcar en un viaje de venganza cava dos tumbas”.
También se dice que el (Poder) Judicial es fieramente independiente. Esta afirmación merece varios comentarios. El Poder Judicial, tradicionalmente en nuestro medio, había sido subordinado al titular del Poder Ejecutivo.
Para que pueda ser autónomo e independiente necesita transparencia en todos sus procedimientos y una autonomía presupuestal establecida en la Constitución, defendida por el Foro de la República y por los medios.
El Presidente de México debe cuidar el respeto al Poder Judicial. Lo anterior significa que no debe pedir favores ni dar orientaciones, así como vigilar religiosamente que nadie en la Administración Pública se atreva a presionar en forma alguna a los jueces.
Si el Judicial de Brasil es fieramente independiente se debe, sin duda, al respeto que el Presidente ha tenido por ese Poder. Basta incluso el rumor de que en determinado asunto hubo indicaciones que se obedecieron por los jueces, para que los miembros del Poder Ejecutivo enloden el manto blanco de la judicatura.
Debemos poner atención a lo que considera la sociedad que es la función judicial. El bien más importante que puede poseer el juez, es la confianza pública en su función, es decir, la apreciación del público de que dicta justicia de acuerdo con la ley. Si el público no tiene esa confianza, el juez no puede juzgar. El juez no tiene a su alcance la espada ni la bolsa, lo único que posee, si acaso, es la confianza pública en su actuar. Esto es un activo que el juzgador debe cuidar celosamente. La confianza del público en la autoridad judicial no es solamente el bien más preciado que la judicatura tiene, sino también el más importante de los activos del país, de la nación entera. Es bien conocida la expresión de
Balzac: “La falta de confianza en el Poder Judicial es el principio del fin de la sociedad”.
La confianza pública no es algo que debe darse por cierto, sino que está compuesta por una materia que fluye como el agua. Esa confianza debe ser alimentada, es más fácil dañarla que preservarla. Años de esfuerzo pueden perdersepara siempre por una sola e infortunada decisión. Por tanto, los jueces deben tener eso en mente. En muchas ocasiones ni tan siquiera es necesaria una indicación de la autoridad para que los juzgadores “adivinen” que es lo que conviene al régimen y en ese sentido orienten sus decisiones. Lo más asombroso es que no lo ven mal sino ajustado a su inclinación política. Le ha hecho mucho daño al Poder Judicial tener esa clase de “adivinanzas”. Se cuenta que los Ministros de la Suprema Corte de Justicia fueron a ver a don Porfirio Díaz por algo considerado preocupante; el gobernador de Sinaloa, un general rico e influyente por su amistad con el Presidente, tenía en la Corte Suprema un asunto que por su cuantía, seguramente estaban estudiando con cuidado.
Recibidos por el Dictador, éste escuchó como su compadre y gobernador podía perder el asunto, por eso los señores ministros fueron a recibir alguna línea, pues sin duda, pensaron, el señor Presidente se preocuparía, como ellos lo estaban, por el resultado del juicio. Díaz les dijo claramente que el Presidente de la República era el primer interesado en la salud de la justicia. Debían resolver conforme a derecho, pues de esa manera el pueblo de México tendría confianza en su justo proceder. Salieron de la audiencia y, una vez fuera, el Presidente dijo unas palabras que pasaron a la historia:
-¡Parecen pot rancas en busca de garañón!- Frase humillante como pocas. El señor Porfirio Díaz había sido ministro de la Suprema Corte, luego hablaba con sus antiguos compañeros de temas que conocía bien. En aquella época heroica se pensaba que para ser ministro no era necesario un título de abogado, sino ser considerado hombre inteligente y culto. Así fueron ministros personas como el general Díaz y don Justo Sierra. Es hermosa la anécdota de “Arnoldo el molinero”, quien nos habla de la confianza en los jueces. La leí por primera vez en un libro argentino sobre derecho administrativo, perdido lamentablemente en mi oficina con motivo de los sismos de 1985, no recuerdo ya ni el título, ni la autora -era una mujer- pero sí la historia:
“En Postdam, en el siglo XVIII, el gran Rey Federico II, encabezando un grupo de sus cortesanos, jinete en imperial cabalgadura, llega a los límites de su parque de San Souci. Allí vive Arnoldo el molinero, dichoso en su propiedad adquirida con su tesonero esfuerzo. El capricho de los príncipes no tiene límites. Quiere Federico comprar a Arnoldo su molino y su jardín. ¿Para dar a San Souci unos metros más de extensión? Quizá el autor del Antimaquiavelo quiere mostrar de cerca a sus cortesanos de manos pálidas e inútiles, esos que siempre han desdeñado mirar: simples instrumentos de trabajo.
Capricho de príncipe y orgullo de hombre humilde que ha ido acumulando las piedras de su molino con blanca harina y pan rubio… conflicto de intereses.
El molinero se niega a vender su propiedad al monarca. El rey grita: -¡Si te la puedo tomar sin pagártela!-, Arnoldo dijo: -¡Pero hay jueces en Berlín!, y los versos de Andrieux, que tan bien describen el episodio de Postdam, afirman que la cólera de Federico se disipó, feliz de hallar en Prusia a alguien que creyera en su justicia. Tiempo después -agrega la tradición- el hijo del molinero quiso cederle la propiedad, pero el rey le contestó: “vuestro molino no es vuestro ni mío, pertenece a la historia”.
Dicen los historiadores de esa época que, en realidad, los jueces de Berlín hubieran obedecido las indicaciones de Federico, y Arnoldo seguramente sería derrotado en los tribunales, pero ¡que importa! La leyenda ha dicho lo contrario, el rey no fue llevado a los tribunales y la historia es hermosa.
¿Hay jueces en México?
Quiero tratar a una especie de jueces ¿Cómo llamarlos? Tal vez los jueces innovadores, los jueces que se creen dueños de la ley, aquellos que buscan siempre la decisión audaz que beneficie lo que piensan, es justo.
¿Cómo se crea esta especie de juzgadores? Nadie nace siendo juez, eso es sabido. El juez se hace con el ejercicio de la profesión de juzgar.
Pues bien, un día resulta que un juez, de esos que se encuentran abrumados de trabajo, dicta una sentencia en que logra una interpretación de la ley de excepcional claridad. Resuelve con tal justicia que los elogios no se hacen esperar. Van a saludarlo miembros del Foro para felicitarlo. Se le menciona en los periódicos, incluso es posible que no una sino varias veces y en distintos medios, se publique su fotografía. Goza, en fin, de algunos días de fama.
Entonces, ese juez puede resultar infectado por el deseo de volver a tener toda clase de atenciones y busca lograr otra decisión que lo lleve a la atención pública y a las felicitaciones del Foro y a la envidia de sus congéneres. En ese momento debe el juez recordar que cuando perciba los aplausos del triunfo, suenen también en sus oídos los comentarios que provocó con sus fracasos. Don Francisco Soto Nieto, en su libro Compromiso de Justicia, editorial Montecorvo, S.A., Madrid. 1977, dice unas palabras que deben recordarse a los juzgadores soberbios, ahora, antes de que pase más tiempo. Con estas palabras voy a terminar:
“Una persona consagrada a funciones del intelecto, a las nobilísimas tareas del espíritu, cual sucede con el juez, debe adoptar en todo instante una actitud exenta de cualquier sombra de vanidad. La turbación y el sobrecogimiento frente a la encomienda casi divina que se le confía, la perpetua incertidumbre asaltándole en cada encrucijada decisoria, la conciencia de responsabilidad ante el descubrimiento de su pequeñez e insuficiencia (no todos la tienen), no son motivos para afincarse en el camino de la vanagloria. Sólo puede ejercerse la judicatura investido de una profunda humildad. La fuerza suavizadora de la modestia y de la sencillez, es infinitamente más fuerte que todos los gestos y todas las publicidades de los altivos y de los endiosados. Con razón se estima que la humildad sigue siendo la fuerza más tremenda jamás superada por ninguna otra. Podrían suscribirse aquellas palabras que Michel de Saint Pierre estampa en una de sus obras: El orgullo sacerdotal me aterra. No bien lo percibo, me hace retroceder. Paréceme entonces que otro, el que los antiguos llamaban El Maligno, se ha sentado entre el sacerdote y yo”.
La conciencia de dignidad en los jueces no debe llevar a afectaciones y ensoberbecimientos, altamente reveladores de la escasa calidad humana de quien los exhibe. Los magistrados más modestos que he tenido la suerte de hallar en mi camino, han coincidido siempre con los más lúcidos y tesoneros en el orden intelectual y con los de más temple y austeridad en la administración de sus sentimientos. El corregidor y el juez sean modestos -escribe el Doctor don Lorenzo Guardiola-, porque la modestia y la buena educación son dos virtudes humanas, siendo conveniente y necesario que la virtud de la modestia resplandezca mucho en la persona del magistrado, para obligar con ello a los buenos, confundir a los malos y desengañar a los curiosos.
La humildad -constataba Sánchez-Ventura- que, además de ser una virtud cristiana, es una manifestación de la inteligencia, ha de ser una coraza para defendernos contra esa fácil tentación de querer empezar todo de nuevo, de personalizar los éxitos, de buscar el triunfo personal, aunque sea efímero, superficial o frívolo.