Ser gordo es una desgracia, una condición que a cualquiera vuelve paria. Socialmente, la obesidad y el sobrepeso son un gran problema de salud pública, un asunto de Estado.
Según la Secretaría de Salud, México es uno de los países con mayor incidencia de sobrepeso y obesidad, pues estos problemas afectan a casi 70% de la población: 26% es obesa y 52% padece sobrepeso. Los costos de atención para éstos son los más elevados en el sistema de salud.
Para combatir un problema de tal magnitud, el Estado tiene que echar mano de toda la oferta mediática para pasar desde la nota de coyuntura hasta la formación de hábitos para llamar la atención, pero también para generar mecanismos de divulgación que, gota a gota, llenen el ánfora de la conciencia colectiva.
María de los Ángeles Fromow –aquella atractiva y mediática mujer que investigaba la gordura de urnas electorales rellenas artificialmente– ha afirmado recientemente que la obesidad acorta diez años la esperanza de vida y se relaciona con enfermedades del corazón y diabetes, responsables de 32% de las muertes en mujeres y 20% en hombres.
Gordo pero feliz
En cambio, para las empresas, obesidad y sobrepeso representan importantes áreas de oportunidad. Primero, se ofrecen al televidente campañas intensísimas de publicidad para que le quede bien claro que hay alimentos que, por sí solos, le llevarán a un grado de suma felicidad. Alegría inmediata que se consigue cada fin de semana, a bajo precio.
El placer se duplica si se comen dos y se multiplica si se come más y más. La suma de momentos alegres produce gordos adictos a conseguir la felicidad a través de ratos felices que no están más allá del refrigerador. Lo mismo que en el abuso del alcohol, el gol no sabe igual sin el trago refrescante, que no sabe igual sin la botana saladita.
Ya no me queda el pantalón
Ya que logramos, como dicen las autoridades, ser una de las primerísimas fábricas de gordos del mundo, la segunda parte consiste en hacer consciente al televidente de que está panzón y eso no se ve bien.
Entre semana, que todos tenemos obligaciones, que nos cambia la vida y que “no nos da tiempo de comer” –razón por la cual se intensifica el sobrepeso–, vemos en las noticias cómo nos hemos convertido en un país de barrigones.
A la mañana siguiente, la ropa está más ajustada y nos da la culpa. Lo bueno es que ya sabemos que el antídoto contra la depresión está en trasladar nuestra realidad a la tele, donde hay otros peor que nosotros.
Show del gordo arrepentido
La tercera motivación que deja mucho dinero es doble. Por una parte, saciar el morbo de observar cómo baja de peso la gente en un reality show que permitió la intriga telenovelesca: “¿has traicionado al equipo porque comiste carnitas a escondidas?”.
Y en segundo lugar, ¿para qué me muevo si puedo ver cómo unos más gordos que yo hacen de todo para bajar más que los demás esta semana? Es más, ya me dio hambre… y mientras los veo, voy por unas botanas… Y se cierra el ciclo.
Coma frutas y verduras
La obesidad y el sobrepeso son un gran negocio. Lo malo es que las utilidades las está pagando la sociedad con hipertensión, enfermedades cardiovasculares, diabetes y muerte.
He ahí una gran área de oportunidad. No ya de obtener ganancias, sino de frenar las pérdidas que le significa al Estado corregir los estragos de los desórdenes alimentarios de siete de cada diez mexicanos .
Es tiempo de usar a los medios para divulgar, como complemento a la educación formal. Es tiempo de invertir en algo más que la coyuntura, aunque pese un millón de kilos. Los resultados no los veremos en la tele el próximo domingo, pero es tiempo de preguntarnos como sociedad: ¿cuánto queremos seguir perdiendo?