Conocimiento: la construcción común (parte 6)
Daniel Iván
La historia de la cultura digital encierra en sí misma -a pesar de que actualmente comienza a desdibujarse ante un paradigma pseudo-histórico que pretende circunscribirla a su “historia corporativa” o, mejor aún, a “la historia de sus logros corporativos” – encierra, decía, una de las nociones definitivas de la caracterización de la materia del conocimiento: la información, primordialmente; aunque también su accesibilidad, sus implicaciones políticas y, muy principalmente, sus resonancias como praxis o como aplicación pragmática.
En la cultura digital, curiosamente, se ha establecido un paradigma que establece notables diferencias semánticas entre la idea de praxis y la idea de aplicación pragmática, ambas referidas al conocimiento; parecida en mucho a la diferencia que marcó en el final del siglo XIX la historia de la filosofía y, muy principalmente, la historia de la teoría política y del discurso ideológico (el marxista principalmente, aunque no privativamente). Por lo menos a nivel teórico -y de acuerdo con mi lectura de las ideas de Michael Lee Wesch1- la aplicación pragmática del conocimiento digital estaría cimentada en los procesos que la computadora o cualquier otro entorno de trabajo y creación digital es capaz de llevar a cabo mediante la interacción entre el programador y el usuario (como extremos, ambos, de una relación en la que la computadora no representa sino un ámbito colaborativo en el que los cabos aportan las líneas de comandos que dan sentido al proceso). La praxis, sin embargo, implicaría en términos rigurosos una actitud frente a los resultados de esa interacción (es decir, al producto final del proceso): una revisión de intenciones e interacciones en el entorno digital y, si se quiere llevarlo todavía más lejos, un contenido político intrínsecamente ligado a ese resultado.
Probablemente uno de los conceptos más erráticos -y, en todo caso, uno de los que más acaloradas discusiones provoca- del análisis de la cultura digital es el de la “neutralidad” de la tecnología digital. Quienes defienden esta idea, esgrimen la accesibilidad del entorno digital como prueba más o menos tangible de que la tecnología está allí “para todos” o para “las vastas mayorías”; que la computadora está allí como objeto inane y que no encierra en sí misma ninguna ventaja ni ninguna virtud axiomática. Incluso, varios teóricos han negado la existencia de la brecha digital como “problema caracterizable” aduciendo, sin lugar a dudas con una gran carga de razón, que la accesibilidad como prioridad de las corporaciones y de los estados y el boom de las bandas anchas terminarán por abrir el ámbito digital a prácticamente todo ser humano sobre la faz de la tierra en un futuro cada vez más cercano. En este sentido, no resulta menor que las plataformas políticas para casi cualquier posición electoral en los países con economías emergentes incluyan ofertas de accesibilidad gratuita a Internet, mejoramiento de la infraestructura estatal para generar accesibilidad mediante redes de servicio público y otras muchas “adecuaciones” del lenguaje político- electoral a las “nuevas” necesidades digitales del electorado. Por supuesto, tampoco resulta menor que las necesidades del cabildeo corporativo hayan pasado de las preocupaciones infraestructurales a la más actual y contundente agenda del control de contenidos que, en todo caso, representa para la industria de las comunicaciones un porcentaje muy significativo de su negocio y, tristemente, de su praxis.
Quienes diferimos de la idea de la “neutralidad” tecnológica (me incluyo, como resultaba previsible), entendemos sin embargo que la accesibilidad se mueve únicamente en el ámbito de la aplicación pragmática pero que no infiere por sí misma nada en el campo de la praxis del conocimiento en el entorno digital; de hecho, no solo no dota a la tecnología de neutralidad sino que la niega por defecto en su calidad de “herramienta” modificable a priori. Aunque resulte macabro, el símil entre el martillo utilizado para la construcción versus el martillo utilizado para abrirle la cabeza a alguien es inevitable, particularmente si el martillo puede cambiar de intenciones sin que quien lo sostiene se percate de ello. De hecho, desde hace ya varios años, han surgido en el ámbito “geek” diversos esfuerzos por posicionar el razonamiento ético como piedra de toque (conductual, si se quiere) en la interacción humana dentro del entorno digital2, particularmente la de aquellos que saben más sobre su naturaleza y funcionamiento y que son capaces de modificarlo aún sin el consentimiento o conocimiento del usuario. Por supuesto, esto no incluye únicamente la lógica hacker3 (es decir, la lógica de introducirse en sistemas ya existentes para mostrar sus debilidades o para, incluso, intervenirlos o anularlos) sino que implica además, y muy principalmente, prácticas corporativas de diseño, prácticas de obsolescencia planificada, prácticas de rastreo y análisis de hábitos de uso y consumo, prácticas de compatibilidad y comunicación entre sistemas y muchas más que, incluso, ya están dejando hoy su rastro digital aún cuando su aprovechamiento todavía no se haya desarrollado conceptualmente. Sí, aunque parezca exagerado, así de maleable es lo digital. Como no resulta difícil prever, en el ámbito digital se entrecruzan no únicamente los derechos de la persona como usuario o consumidor (caracterización increíblemente limitante y pobre, por decir lo menos), sino una maraña de implicaciones aún de difícil caracterización pero que incluyen sin lugar a dudas la privacidad, la protección de datos, el derecho a la propia historia digital, el derecho al debido proceso (claro, donde lo haya) y otros términos que ya forman hoy parte de la glosa más recurrente, además de un largo y complicado etcétera que evoluciona de manera más que vertiginosa.
No es sencillo ni fácil decirlo, pero de las prácticas corporativas que obligan al usuario a comprar sistemáticamente un producto ya comprado (actualizaciones de hardware o software, vencimiento de licencias, etcétera.), a las nuevas prácticas de violación de la privacidad implementadas por casi cada estado rector existente (sin importar su bandera ideológica) o a las prácticas totalitarias de nuevos poderes fácticos como Anonymous o Google (sí, así de disímbolos son los poderes fácticos en el entorno digital) no hay más que un paso. O una serie de pasos mínimos, si nos atenemos a la lógica conductual del código (disculpará el lector el chiste geek: pero, cuando se habla de código, un paso en sí mismo no significa nada).
Por supuesto, y como ya se había establecido, el “geek” es solo una parte de la aplicación pragmática del conocimiento en el entorno digital. Usted, que prende todos los días computadora para el trabajo, la distracción, el placer o la autoafirmación, tiene también una actitud, una praxis digital, y los resultados de ella tienen conexiones con todos los que en ese ámbito nos conectamos con usted.
Tal vez la mejor forma de asumirlo, por el momento, sea comenzar a tomarlo en cuenta
Notas
1 Michael Lee Wesch es profesor de antropología cultural de la Universidad Estatal de Kansas. Su trabajo se enfoca primordialmente en el análisis de la “ecología mediática” y en el campo emergente de la “etnografía digital”, particularmente relacionada con las interacciones de los grupos e individuos humanos de distintos ámbitos culturales con (y en) el entorno digital.,
2 Incluso, la tensión abarca semánticamente la posible caracterización del entorno digital como entorno humano, o su negación como tal; razonamiento que, si bien linda con el pensamiento metafísico o con la imaginería de la ciencia ficción, tiene también implicaciones en el ámbito de lo ético y lo político con muy complejas imbricaciones prácticas.
3 Aunque escrito desde una lógica eminentemente corporativa, el texto Ethical Hacking de C. C. Palmer, accesible de manera gratuita en Internet, esbozaba ya en el año 2001 y de manera suficientemente clara tanto las implicaciones pragmáticas como las implicaciones éticas de la praxis hacker, así como su aplicación en los entonces “florecientes” y hoy casi definitivos entornos del networking empresarial, gubernamental, institucional, etcétera. El texto fue escrito para IBM.
Autor
Miembro del equipo de Gestión y Formación de AMARC-México. Presidente de La Voladora Comunicación A.C. www.danielivan.com.
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