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domingo 22 diciembre 2024

De hoteles y moteles

por Alberto Gonze

“Everybody go, ‘ho-tel, mo-tel, Holiday Inn’”. Rapper´s Delight, The Sugarhill Gang.

Debo ser sincero, no recuerdo cuál fue mi primera visita a un hotel “de paso”, pero lo que sí recuerdo fue cuando, movidos por la urgencia de los cuerpos, un galán y yo entramos a uno muy cercano al Monumento a la Revolución; era de noche, estábamos un poco entonados por el alcohol, pedimos la habitación y ni siquiera nos tomamos la molestia de encender las luces. A la mañana siguiente, al salir del baño, mi amante había encendido ya las luces. Mi sorpresa fue tan grande como mi desconcierto. ¡El techo estaba completamente pintado con nubes sobre un cielo azul!
-¿Qué es esto?
-Pues que no viste que el hotel se llama “El Paraíso”.

“El Cinco Letras”; “donde entran dos y salen tres”; “hueles a jabón Jardines de California”, frases que nos remiten a las aventuras sexuales que hemos cometido en esos santuarios públicos, los cuales, irónicamente, son requeridos para buscar intimidad y privacia, aunque discretos dejaron de serlo hace algún tiempo, gracias a que nuestra sexualidad se impone por encima de cualquier ideología conservadora y moralina; estás “out” si te espantas por ver a una pareja, del mismo o de distinto sexo, entrar a un motel, si acaso, se puede sentir envidia si uno o los dos, te alborota la hormona.

De lo clandestino al hotel fetiche.

Dar alojamiento temporal no es un invento contemporáneo: las posadas y hostales aparecieron en la Antigua Roma, después se expandieron por Europa gracias a las peregrinaciones. ¡Ahí nació el turismo! Aunque no hay una fecha exacta de cuándo se creó el primer lugar para alquilar una habitación durante un lapso, exclusivamente para actos sicalípticos, durante el siglo XX los hoteles y moteles florecieron por todas partes. ¡Chisme! Durante el régimen de Fidel Castro, en Cuba había las llamadas “amuebladas”, cuartuchos por los que la gente hacía filas de horas, para tener quince minutos a solas. ¡Eso es un rapidín!

Los hoteles tenían mala fama, se decía que a ellos iba gente con relaciones clandestinas y sórdidas, pero a alguien se le ocurrió la brillante idea de limpiar su imagen, de volverlos una experiencia lúdica, comerciable, rentable y chic.

La exitosa industria sin chimeneas que es el sexo, con sus sensuales tentáculos que abarcan ámbitos insospechados como la música y el cine (por supuesto, eso incluye a la pornografía) o a la publicidad -los anuncios de perfumes como los de Calvin Klein son postales eróticas donde lo que menos importaba es el perfume- convierte en oro todo lo que toca.

El sexo sabe venderse a sí mismo, para regocijo de los capitalistas y de los sexosos de corazón. Ironías de la vida, algo que nos es inalienable, nuestro derecho a la sexualidad, está supeditado no sólo a nuestra suerte, también a nuestro presupuesto. Crisis mata a carita y salidita al motel (inserte una sad face).

¿Entre más corriente, más ambiente?

Los precios para alquilar un cuarto de hotel o de motel empiezan desde los 250 pesos en adelante, se incrementan según el tiempo y las amenidades que solicite el cliente, la pareja, pues. ¿Nostalgia por una época que no conoció? ¿Decoración sesentera? ¡No se diga más! ¿Qué es ese alegre edificio sobre Calzada de Tlalpan, cuyas ventanas están enmarcadas por tubos de luces de colores que se encienden y apagan como si fuera una serie de foquitos navideños ¡Por supuesto, es un hotel! Diversión por dentro y por fuera.

Busque lugares de confianza, pida referencias y no tema preguntar, recuerde que usted es un cliente y está pagando por un servicio. Disfrute y procure no olvidar objetos de valor. Hay algunos hoteles con tan buena atención al cliente, que le mandan a su domicilio, de manera discreta, faltaba más, lo que haya dejado. ¿Qué olvida la gente? De todo: anillos de boda, la credencial de estudiante de un niño cuya madre aprovechó el horario escolar para divertirse, juguete sexuales y mucha ropa interior. ¿O será el pretexto para regresar?.

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