Hace apenas siete años era el perdedor más famoso del mundo. Como resultado de su sistema electoral, Al Gore perdió la Presidencia de Estados Unidos a pesar de haber obtenido más votos que George W. Bush. Siete años después se convertiría en la única persona en el mundo en ganar un Oscar, el premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional, y hace unas pocas semanas, el Nobel de la Paz. Casi en los mismos días otro hombre pasaba por un momento difícil. Luego de haber alcanzado todas sus metas, Roberto Madrazo obtuvo la candidatura presidencial en 2006 sólo para quedar en tercer lugar. Con la derrota a cuestas –y su bien ganada mala imagen– Madrazo pasó a una especie de retiro hasta hace unos días cuando su nombre regresó a las noticias envuelto en una historia sobre un presunto engaño durante su participación en el maratón de Berlín.
¿Qué tienen en común ambos personajes? Que los dos son fruto, en sus historias recientes, de lo que Pierre Bourdieu describió como la influencia del campo mediático que se sigue expandiendo alterando todo a su paso. Fenómeno que tiene como consecuencia la destrucción de la autonomía de las otras esferas. El resultado: economistas que se convierten en líderes de opinión sin el reconocimiento de su gremio, cantantes que venden miles de discos sin ser capaces de cantar y escritores de éxito que apenas sobreviven a la crítica.
La explicación, según Bourdieu, habría que buscarla en los medios, en especial la televisión, que aplican sus parámetros para la construcción de expertos sin tomar en cuenta los criterios propios de cada especialidad. Así, Al Gore, habría desplazado del Premio Nobel de la Paz a 179 aspirantes como Irena Sendler, quien salvó a cientos de niños judíos durante la ocupación nazi en Polonia en la Segunda Guerra Mundial. Especular sobre los méritos del ex vicepresidente estadounidense podría resultar ocioso, no obstante es claro que sin su presencia mediática –a través de su película y libro– no habría ganado el reconocimiento por “sus esfuerzos para construir y difundir un mayor conocimiento sobre el cambio climático”, como afirmaron los organizadores del premio.
Se trata en lo esencial de un aval a un activista mediático, señal que debería poner a pensar a las miles de personas que trabajan por la paz lejos de los reflectores y que quizá quieran reorientar sus esfuerzos en términos de impacto y reconocimiento.
Por otro lado, la historia de la llamada trampa de Roberto Madrazo también confirma la expansión de la esfera mediática que no respeta, por ejemplo, los límites entre la vida pública y la privada. El ex candidato presidencial no corrió con la representación del país, no pagó el viaje con recursos públicos y nunca convocó a los medios para su cobertura. No se trata de defender a Madrazo sino advertir sobre el tipo de tratamiento de los medios que ni siquiera se cuestionan la pertinencia de la noticia. A eso habría que sumar su incapacidad para analizar el tema desde la perspectiva de los especialistas. Quien conoce ese deporte –como es su caso– sabe que quedaría registro de los kilómetros no recorridos en el chip que utilizan como control; entiende que nadie creería ese tiempo para una persona con su historia deportiva, y reconoce que es una práctica frecuente que incluso quienes no corren el maratón completo, busquen llegar a la meta para tener la foto del recuerdo y la medalla que reconoce la participación. En este caso ninguno de estos elementos fue tomado en cuenta. Bastó con la mala fama del personaje para justificar la nota.
La historia de Al Gore es la cara amable de los medios, la que exalta las virtudes de una persona hasta idealizarla; la de Madrazo es la otra cara de la misma moneda, la que lincha –con fundamento o no– y lleva al objeto de su burla hasta el ridículo. Expresiones ambas del poder de los medios que se siguen expandiendo sin que hasta ahora queden claros cuáles serán sus límites.