jueves 21 noviembre 2024

El periodismo de propaganda

por Ernesto Martinchuk

Este texto fue publicado originalmente el 28 de mayo de 2015, lo abrimos de manera temporal dada su relevancia periodística.


El periodista es esencial para ayudar a los ciudadanos a navegar en medio de una inmensa amalgama de contenidos en la que a menudo se funden, sin distinción, informaciones reales, invenciones pueriles y manipulaciones.

Debemos comenzar pensando que el estado de la libertad de expresión en nuestro país, corresponde a internarse en un debate con profundos componentes que en general tienden a terminar en el maniqueísmo de la polarización entre el gobierno y la oposición.

Presiones, restricciones desde los entes gubernamentales, amenazas de grupos económicos, autocensura, y en algunos casos irresponsabilidad de los propios periodistas, representan una de las principales restricciones a la libertad de expresión.

Es muy difícil encontrar cualquier funcionario oficialista que no elogie los avances del gobierno y se encolumne rápidamente a la posición vertida o sugerida desde el Poder Ejecutivo. Alguna vez, en el Congreso de la Nación, hemos escuchado al propio presidente del bloque del FpV, Julián Domínguez, refiriéndose a Daniel Scioli decir “A los tibios los vomita Dios”, porque el candidato no gozaba de la simpatía y apoyo del entorno de la casa rosada. Habría que preguntarle a Domínguez ¿qué hará Dios con los obsecuentes que han abolido el pensamiento, la reflexión y el libre albedrío incorporados al ser humano como obra máxima de la creación?

Del mismo modo, hay sectores de la oposición política para los cuales existe una sistemática persecución contra cualquier posición de la voz oficial y creen que esa postura es generalmente orquestada desde el mismo Gobierno. Esta es la gran deuda pendiente de la democracia, donde las generalizaciones se desvanecen ante los matices propios de una sociedad, en las que la visiones reduccionistas impiden ver que es lo que ocurre en realidad en este complejo país. Una noticia tapa a otra, vivimos exaltados, enajenados en el día a día, dejando de lado los verdaderos problemas que hacen a nuestro futuro como sociedad y como país.

Es bueno recordar que la libertad de expresión no es un regalo divino exclusivo de los periodistas, sino un derecho fundamental inherente al ser humano que elige vivir en democracia. Esa facultad de comunicación va de la mano del derecho a utilizar esa capacidad, en procura de la realización personal para desarrollar una personalidad, tomar posición respecto de temas tanto públicos como privados, en síntesis ejercer derechos para asumir un rol en la sociedad, donde también existen obligaciones.

Desde el lado oficial asistimos diariamente a través de la cadena nacional, a destacar con orgullo cifras que demuestran que estamos en el mejor de los mundos, mientras la realidad parece decir lo contrario. Son pocos los que creen en las cifras oficiales, mientras temas como la desnutrición infantil, la crisis en la educación donde las estadísticas oficiales informan que no existen alumnos repitentes, pero los resultados indican que hemos descendido abruptamente de los primeros a los últimos puestos en todos los rubros analizados. A esto se le suma la recesión, la falta de inversiones, la inseguridad, los jóvenes que ni estudian, ni trabajan, los que aún después de una década siguen viviendo de planes sociales que sufren de falta de control y son utilizados, como moneda de cambio, por punteros políticos. Pero no todos los correctivos involucran la acción del gobierno, también el estamento político debe dar el ejemplo.

A todo esto, muchos periodistas, y por qué no decirlo, políticos, jueces y empresarios, son víctimas de autocensura por temor o por negocio. Este tipo de práctica en la prensa, conduce a que el periodista prefiera trabajar con la agenda oficial, o utilizando la información suministrada por el gobierno para, de esta forma, evitar contrariar la voluntad de su jefe, con la pérdida de sentido crítico de la fuente.

Pero como dice el refrán, el papel lo aguanta todo. El enfrentamiento entre los intereses políticos, con los empresariales y el respeto al derecho a la información alcanza su punto más crítico durante los contextos electorales. Una estructura de corte monopolista tanto por parte del Estado, como por parte de los medios de comunicación termina comprometiendo la “objetividad” y transparencia en el momento de informar al público porque el contenido de los espacios informativos, sean escritos, radiales, televisivos o digitales, suelen alinear su posición, tanto editorial como de contenido, según los intereses del grupo que representan.

Nuestro país ha convocado, desde que se inició este proceso político distintas emociones; o se lo celebra por ser la nación que condensa, con un liderazgo definido, las esperanzas de emancipación de los pueblos pobres y excluidos por la globalización neolibreral o se lo juzga como un país que ha dado un inexplicable salto atrás, considerándolo como un peligro para la democracia que hoy impera en Occidente, o se lo describe como un nuevo brote neopopulista. Las miradas extremistas en este conflicto no son indiferentes.

 

Lo que viene sucediendo en esta década -conflicto entre Estado y medios de comunicación, entre comunicación y democracia- se ha fabricado en una feroz lucha entre poderes, que ha tenido como principal vitrina, el uso de los medios de comunicación. Circulan en las universidades distintas categorías para tipificar la dramática suplantación que ha sufrido la política por la influencia que tienen los medios y mientras se habla de democracia como equilibrio de poderes, lo que en realidad aparece es un verdadero desequilibrio.

Al actual proceso político se lo venera o se lo maldice. No existen puntos de consenso. Los puentes se han roto y ha desaparecido el terreno de traducción que debía ejercer el periodismo como institución.

Ha surgido un periodismo de propaganda y movilización. De denuncia y de adulación. Un periodismo al servicio de los intereses políticos del cristinismo y otro de la oposición. Ha desaparecido el periodismo que debe registrar, documentar y presentar con equilibrio los diversos disensos entre las fuerzas políticas. Se ama o se odia con la misma intensidad y el resultado es un país dividido en gran abismo. Para un sector de la sociedad se está construyendo el definitivo ajuste de la justicia social y la clave para desarmar al capitalismo mundial y para otra parte se ha venido construyendo un nuevo modelo totalitario, lo cual habla de una complejidad que debe ser abordada rescatando la idea del ejercicio de periodismo como una fuente de equilibrio ante tanta tensión.

Michael Foucault dice: “no solo se trata de acumular riqueza o dominio, el poder es capacidad para producir realidades, para hacer visible ciertas prácticas, para describir, designar y calificar a sujetos y objetos. El poder es técnica, estrategia, lenguaje, medios”.

El poder es la habilidad para construir discursos, destreza para movilizar a partir de ficciones, crear territorios simbólicos, emblemas y palabras. El poder es habilidad para comunicar, por eso los medios de comunicación son el centro del conflicto, porque la guerra gira en torno a las interpretaciones y la capacidad para construir realidades. Y como todos sabemos, en toda guerra, la primera víctima es la verdad.

Hoy no necesitamos ir al cine para ver una película, tampoco ir a la biblioteca para leer un libro, o comunicarse con otra persona en cualquier parte del mundo, todo se puede hacer desde la red. Esto está produciendo una crisis generalizada, principalmente en el contenido de las manifestaciones culturales, a las que tampoco escapa el periodismo. Estos desarrollos producen una asincronía entre la evolución social y la percepción intelectual, generando al individuo que llamaríamos “bár-baro-civilizado”, alguien capaz de acumular muchas redes de información, pero carente de formación en el sentido de la cultura del razonamiento. Podríamos decir que se trata de un individuo que se atrinchera en una supuesta seguridad, despojada de identidad y responsabilidad.

Estos fenómenos están en muchos casos, incidiendo cada vez más, en la creación periodística, llevando la calidadinformativa a lo meramente trivial. En muchos casos se da información no chequeada con otras fuentes, solo por querer ser los primeros. Lo importante es ser los más profundos dentro de un contexto histórico y político, lo más pedagógico, originando un periodismo que incite al debate, la discusión y también a la reflexión. Así las nuevas tecnologías se convertirán en un aliado y en un instrumento a nuestro servicio. Leer y releer lo que se escribe antes de publicar. No ser soberbio, y hacer un culto de nuestro rico idioma. Saber decir no. Ser una buena persona. Decir la verdad, ser respetuoso, tener honor y sentir orgullo de ser periodista.

Mientras tanto, la sociedad está politizada, lo cual resulta un gran avance pero también un impedimento para la convivencia, porque la lógica de la politización se basa en el reconocimiento del otro y en el desconocimiento de aliados y enemigos. Existen muchas verdades, tantas como visiones existan en el planeta.

Necesitamos un periodismo que nos permita contextualizar y comprender que la política es la creación de actores que sirven de marcas y emblemas para unir, agrupar, proyectar y asociar. Ese es el espíritu más genuino de la democracia. Esa es la tarea pendiente del periodismo.

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