Iba un día andando las dificultosas calles de esta, mi amada ciudad, allá por los rumbos de Reforma. Muchos pensamientos danzaban en el neblinoso espacio de mi mente. Pensaba yo cosas muy disímbolas. El sol calaba fuertemente, me ardían los pies, me urgía encontrar un baño, y me preguntaba si estaría muy lejos el zoológico (me encantan los zoológicos), cuando entonces, la vi. Erecta, polvorienta y no tan luminosa, puesto que no le estaba dando el sol de frente.
Todos los chilangos sabemos que la parte bonita de Reforma es una de las zonas más agradables de la Ciudad de México, en donde hay más arbolitos y más de eso que los expertos llaman “imagen urbana”.
Es decir, donde sí barren, sí funcionan los focos, las banquetas están medio parejas y los edificios no están tan grafiteados. Lo que debiera ser en todas partes, vaya, pero no es. En fin. Sigo con mi historia.
Por primera vez me tomé el tiempo de verla con calma. Era ella, la Estela de Luz, o Suavicrema, o el “Tetris” más caro del mundo, como le llamo yo en mi corazón. Desabrida, anodina. Con toda su “belleza arquitectónica e importancia simbólica”1, es el mismísimo monumento a la frigidez, no importando su postura erecta.
En su momento, hizo “correr ríos de tinta”, como dicen todavía los amantes de las metáforas. Y aún no podemos olvidarnos de todo lo dicho. Motivos nos sobran.
Sí, la Estela de Luz, la que iba a iluminar nuestra ruta hacia el futuro, o algo así, llamó la atención de muchos mexicanos, provocó furia, indignación y muchísima mofa.
En el caso de quienes documentan los excesos del poder, esta… ehm, ¿escultura?, ¿monumento?, ¿obra de arte?, ¿cosa?, les sirvió de ejemplo de manual para ilustrar lo que pasa en México cuando se conjuntan los siguientes elementos:
1. Un político gris y mediocre, henchido de deseo de trascender, de dejar su impronta en la memoria de La Nación, El Pueblo, La Patria y La Historia. En este caso concreto, dicho papel lo desempeñó Felipe Calderón.
2. Una fecha choncha, chida, de esas que se dan cada 100 años, literalmente. En nuestro ejemplo, fue la celebración del Bicentenario de la Independencia. Suertudo el gobierno que puede colgarse de fechas así, ¿no? Pues no. Puros osos.
3. Un arquitecto excelente, pero para encajar chorotes mareadores acerca del “concepto” de su obra. En nuestra historia, este rol lo desempeñó el arquitecto César Pérez Becerril. (El primer caso de “concepto” para justificar una obra de que se tenga registro fue eso de “este traje sólo lo ven los listos”, para venderle al emperador absolutamente nada y hacerle que desfilara encuerado frente a la gente).
4. Un jurado compuesto por expertos, que eligió el proyecto ganador. Originalmente se pensaba construir un Arco Bicentenario, algo igualmente inútil, pero con el encanto de lo tradicional.
5. Una estructura burocrática que facilite ríos de dinero para planear, ajustar los planes, evaluar los planes, generar un plan maestro, hacer un presupuesto, hacer evaluar el presupuesto por un panel de expertos, ir a dar un ojito a las tiendas para decidir las compras, en fin… tantas y tantas cosas necesarias.
6. Constructores. Gente que excava, pone varillas, pega cuadritos de cuarzo, todo eso. Es importante que de tanto en tanto se equivoquen o tengan severos retrasos. Y claro, que además de todo se terminen el material de modo inexplicable. ¿De qué otro modo puede uno seguir gastando?
7. Comunicadores. Que escriban discursos, organicen la fiesta de inauguración e intenten en lo posible lavarle la cara al gobierno que traía pintada la “P” en la frente. (También nosotros la traíamos).
Cumplidos estos puntos básicos ya tenemos el caso emblemático del puntacho-político sentimentaloide-patriotero convertido en gran estafa. Iba a costar solamente 200 millones de pesos. Más o menos a millón por año de independencia. Una ganga. Cuando lo supimos, obviamente, todos dijimos, súper aliviados: “Ah, baratísimo, ¡qué bien! ¡y con la falta que nos estaba haciendo!”.
Pero carajo, entre unas cosas y otras acabó costando mil 575 millones de pesos. Y eso ya no nos pareció bien. No nos dejó contentos, no. Hagan la cuenta: ¿cuántas recargas a celular de 20 pesos son eso?, ¿cuántos boletos del metro?, ¿cuántos cafés de maquinita?, ¿cuántos kilos de tortillas?, ¡¿cuántas caguamas?! Ah, ¿verdad?
Otro tema que levantó muchas cejas y puso a mover los dedos sobre los teclados fue el del cuarzo para hacer los cuadritos. Se planteó que el cuarzo permitiría ese algo luminoso que era esencial en el “concepto”.
México es gran productor de cuarzo y de gran calidad, al parecer. Pero estos muchachos, en lugar de comprar cuarzo mexicano, trajeron cuarzo de Italia. No sé por qué. Pero estuvo mal. Porque se trataba de celebrar la independencia de México. Simbólicamente, eso no se hace. Punto.
También estuvo el asunto ese de que el bicentenario caía en septiembre de 2010, pero como “chingars…” digo, gastarse mil 575 millones no es sencillo —inténtenlo, si no me creen— fueron inaugurando hasta diciembre del 2011.
De una vez les digo, si no tienen la cara dura, y conservan un fondito de vergüenza, no pueden ser políticos. Felipe Calderón demostró que sí tiene con qué al echarse un discursazo de apertura, decirse feliz y orgulloso y asegurar que el Tetris nos guiaría hacia nuestro destino. Todo, a pesar del retraso en la entrega, el presupuesto septuplicado y el “concepto” nebuloso, que a nadie nos quedó claro qué rayos tenía que ver con el Bicentenario.
Cambiando un poco de tema, considero que, con todo y que también es producto de un puntacho de algún político ocurrente, esa cosa horrenda, mazacotuda y escalofriante llamada “Cabeza de Juárez” es mucho mejor que el Tetris más caro del mundo, y lo es por los siguientes motivos:
1. La Cabeza de Juárez es humilde, sencilla y sin pretensiones. Fea, y a mucha honra.
2.No la ubicaron en zona de riquillos. Está allá rumbo a Zaragoza, tierra brava.
3. No trajeron cuarzo italiano para hacerla. Está hecha de miles de latas de aluminio recicladas. Por la época, me atrevo a pensar que fueron chelas Carta Blanca, pero no soy conocedora.
4. Representa algo: a Benito Juárez. A la fecha, la Estela de Luz no sabemos qué es. (Lo de la “Suavicrema” es broma, se los juro).
5. No sé cuánto costó, pero estoy segura que no pasó de los 500 pesos. Pesos de 1975, más o menos.
6. Dio felicidad a todos los que tomaron muchísimas cervezas, para vaciar las latas, para reciclarlas. La Estela de Luz no le dio felicidad a nadie. Ni a Calderón. Vean los videos, se le está yendo la boca de lado.
7.Sirve para que los autos pasen por debajo.
8. Sirve para que los niños que la ven de cerca conozcan el terror más puro.
9. Sirve para presumir que tenemos el monumento más feo de México.
En cambio, la Estela de Luz sólo sirve para decirle al del pesero: “¿me deja por la Estela?”, porque de luz, amigos, nada. Dicen que desde que se fue Calderón que no pagan el recibo.
Y todo esto pensaba y pensaba yo mientras contemplaba la Suavicrema. Antes de echar a andar de nuevo (ya era urgente encontrar dónde ir al baño), una angustia más se apoderó de mi alma: ¡lo difícil que ha de ser lavar todos esos cuadritos! ¡La de franelas que se han de necesitar! Suspiré.
Nota:
1 Felipe Calderón dixit.