El vocero de la Arquidiócesis Primada de México, Hugo Valdemar, acapara los reflectores ante el autoexilio mediático de su mentor, el cardenal Norberto Rivera. El presbítero retomó el protagonismo excesivo de ese sector de la iglesia católica al aparecer luego de la homilía dominical en la Catedral, para opinar sobre tópicos disímiles.
La soberbia
La estrategia de comunicación de Valdemar es una calca del estilo pragmático del cardenal Rivera. Se jacta de conocer la coyuntura nacional, critica el TLC y el “gasolinazo”. Incluso, como buen escudero, minimizó los términos “prostitutos y prostitutas” con los que el arzobispo primado calificó a varios medios, y que motivaron su alejamiento de los reflectores.
Valdemar se muestra soberbio y prepotente, sobre todo cuando le cuestionan la intolerancia de la iglesia católica al diálogo; preocupa que entre más protagonismo cobra mayor es el riesgo de una confrontación violenta con círculos anticlericales. Esto motiva al análisis sobre la factibilidad con que el llamado efecto boomerang irrumpe en un mensaje ya de por sí confuso. Dicha confusión se concentra, sobre todo, cuando se desconocen las reglas internas del funcionamiento comunicativo de estrategias mediáticas.
El efecto boomerang
En mi investigación, “El efecto boomerang: La derrota mediática del cardenal Norberto Rivera”, se demuestra la posibilidad de que las ideas y los conceptos de Valdemar sobre la comunicación social de la Arquidiócesis puedan pervertir a gran escala el proceso comunicativo. Al arribar como director de Comunicación Social, en 2003, el presbítero criticó a sus antecesores, los Legionarios de Cristo, a quienes calificó de “derrochadores” y avocados sólo a difundir la imagen del cardenal. Ahí comienza su gran contradicción. ¿Cómo cuestiona esta disfunción comunicativa, si actualmente sólo funge como fiel escudero de la causa norbertista? Esta acepción la fundamentó él mismo en una entrevista que ofreció a Proceso. Además, en la investigación antes mencionada, Valdemar afirmó que: “De todos los obispos mexicanos, Rivera es el que tiene un mayor protagonismo en los medios, por lo mismo, requiere de una oficina de comunicación, pues tener un protagonismo tan grande, trae consecuencias tanto positivas como negativas”.
En esa entrevista, Valdemar incurrió en una mayor contradicción: “El otro grave error es que los legionarios no entendieron la dinámica interna de la vida de la Arquidiócesis de México, es decir, no basta un decreto del cardenal para que las cosas funcionen… la manejaban como si fuera la oficina del cardenal, y el cardenal es la cabeza de ésta, pero no es la Arquidiócesis en sí”. Años más tarde, Valdemar sería criticado por académicos, periodistas, sociólogos, e inclusos miembros de la institución eclesiástica, de convertir a la comunicación social en la prelatura personal de Norberto Rivera. Cabe destacar que Valdemar sermonea a la opinión pública en nombre de la Iglesia a la que pertenece, pero sin ninguna jerarquía. Él no es más que un simple vocero.
No conforme con presumir los aparentes alcances de su trabajo como vocero, Valdemar aceptó que la estrategia mediática de Rivera es sustentada en ocasiones por distractores, creados específicamente para apartar la atención en momentos de tensión: “Hemos hecho estrategias mediante el editorial de Desde la Fe, hay momentos muy delicados, en que vemos muy riesgosas las opiniones que pueda dar el cardenal, entonces lanzamos editoriales muy fuertes de tal modo que los periodistas se distraigan y no vayan al otro tema, que pueda exponer al cardenal, ha habido varios casos, un poco el ejemplo fue el caso Maciel”.
Podríamos seguir enlistando los errores de Valdemar, pero sólo hemos mencionado los que continúan trascendiendo. Es comprensible que exista un interés de la Iglesia para imbuirse en el juego de los medios, pero sería recomendable que sus jugadores se replantearan las reglas de la mediatización.