Encrucijadas del Hades

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Alguna vez busqué a un viajero para volar con él, sin saber bien lo que encontraba quise quedarme, me sedujo el misterio pero él se fue y no busqué más.

Me cuentan que por sus propios medios llegó a un laberinto y quedó enredado en el hilo de Ariadna mientras buscaba mil y un recursos de salida. Me atrevo a pensar que le gusta regodearse entre acertijos porque las tramas simples lo aburren pronto y así, jugando, jugando, en un tiempo expansivo, se enredó con la madeja hasta ahogarse.

Su propia asfixia lo llevó a las puertas del Hades. Hay dos formas de mirar este lúgubre sitio, le dijo el Can Cerbero entre ladridos. Una es a la manera infernal de Dante y otra muy distinta la original, la visión griega del Inframundo. Tú eliges, afirmó la bestia en tono grave. Cuentan que la primera es, como mucho de lo que proviene del oscuro Reino de los Cielos, cruel y terrible, un barranco sin salida. La otra permite la esperanza, presupone un viaje de purificación.

En una me llamo Beatriz; en la otra, Perséfone, en verdad no soy ni la una ni la otra. En una el viajero será Dante, en la otra un Alma en busca de redención. Su propia redención porque el viajero no requiere más perdón que el de sí mismo.

Hay dos formas de andar este camino: Si juega a ser Dante y me impone el traje de Beatriz habrá elegido el Infierno y recorrerá los 9 círculos del pecado, si no es que los hizo ya. Me confundirá primero con Francesca enferma de lujuria, se dará el lujo de absolverme pero esa, esa tampoco seré yo.

Seguirá su ruta y perderá a su Virgilio o a quien él cree que lo es. Aullará desolado por la pérdida y entonces mutará a Francesca en Beatriz. Pensará que se trata de una transformación perfecta, la de larva en mariposa, pero insisto con el coro: no soy ni la una ni la otra. Yo no quiero ser la paloma de la muerte.

En su viaje encontrará mil veces la traición, contemplará absorto cómo Satanás deglute de continuum la cabeza de los malagradecidos. Me asusta pensar que lo atrape el espectáculo y mire conmovido para dar cuenta del trágico circo.

Imaginará a Beatriz invitándole a la distancia para que recorran juntos el Purgatorio y buscar consuelo.

La versión griega me supone como Perséfone, fui raptada desde muy joven por Hades, el mismo ser que da nombre al Inframundo. Este monarca que en nada se parece a Satanás, no es ni justo ni bueno pero tiene a Perséfone como su reina, a ella ha construido los Campos Elíseos para que juegue y aloje almas expiadas, espíritus llenos de gozo. Ella tiene la posibilidad de ir y venir pero está condenada a regresar al Hades por una semilla de granada que encadenó su corazón.

El viajero de mi historia se habrá perdido entre la fuente de Mnemosine y la barca del Caronte, tendrá que decidir si paga el peaje al barquero para cruzar de prisa y purificar el alma entre los ríos o quedarse ahí, entre la memoria y el olvido.

Cruzará los cinco ríos del Hades, en el Aqueronte disolverá sus penas, en el Cocito exorcizará su último lamento, todas sus pasiones irredentas hervirán en Flegetonte, Lete le regalará el olvido y su odio sepultado para siempre reposará en Estigia. Bailará en el Elíseo, beberá ambrosía y besará a Perséfone.

El viajero baraja sus caminos que, esta vez no son dos sino tres: quedar perplejo ante la traición o acorralado entre el olvido y la memoria, ambos acusan el mismo destino; seguir soñando con Beatriz que promete el Cielo desde una montaña lejana o emprender el duro viaje entre los ríos, llegar a los Campos Elíseos para obtener tan sólo un beso y una copa de ambrosía.

Por mi parte lo miro a la distancia, no soy, ni la una ni la otra, ni Perséfone ni Beatriz, soy tan sólo una frágil mariposa volando, volando sin rumbo hasta que se me caigan las alas.

Pintura: Mónica Ogaz Valenzuela

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