Numerosas características de los candidatos atraen la atención de los observadores: el temperamento, la historia, los intereses y el desempeño se consideran críticos para entrever qué tipo de gobernantes podrían ser. En los próximos meses estos aspectos de la candidata oficialista serán puestos bajo la lupa; sin embargo, tal vez sea un error concentrarse exclusivamente en los rasgos personales de Claudia Sheinbaum. Hay algunos aspectos que probablemente son más importantes. El marco de la competencia política es clave porque determina los incentivos que enfrentan los actores. Los candidatos que compiten en un contexto plenamente democrático enfrentan un tipo peculiar de incertidumbre: se ignora quién ganará las elecciones pero, en cambio, existe certeza sobre la manera en que se desarrollarán las elecciones y también en que el resultado del proceso formal será respetado por los contendientes. En cambio, en el autoritarismo competitivo hay muchos tipos de incertidumbre: sobre el desarrollo de la elección, sobre si los perdedores concederán, si lo que decidirá al triunfador serán los votos, la fuerza o la negociación tras bambalinas.
Para comprender lo que significa la candidatura presidencial del oficialismo es clave entender el marco en el que se llevarán a cabo los comicios de 2024. El proceso electoral del próximo año ocurrirá en un contexto de regresión autoritaria, la que ocurre cuando las instituciones de un régimen democrático son erosionadas para impedir que los oponentes puedan ganar elecciones en el futuro. Se trata de “un proceso incremental (pero, a final de cuentas, significativo) de erosión de los tres predicados básicos de la democracia: elecciones competitivas, derechos liberales de expresión y asociación, y el estado de derecho”. Me interesa saber cuáles son los incentivos que enfrenta una candidata oficialista inmersa en un proceso político de este tipo.
Lo primero que habría que decir es que, más allá de las inclinaciones personales, un proceso de regresión o autocratización abre la posibilidad de gobernar de manera más libre, sin molestos contrapesos. El autócrata iniciador de la erosión es el principal responsable de debilitar los contrapesos institucionales; al hacerlo modifica los costos que enfrentará en el futuro su potencial sucesor. Sheinbaum no es, porque no podría serlo en las condiciones del país, una candidata normal. En las democracias el gobierno no captura las instituciones judiciales que adjudican las elecciones; esto es precisamente lo que ha ocurrido. El legado de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) consiste en, por un lado, disminuir los costos de continuar la demolición de la estructura institucional de la democracia. Se ha consumado ya una parte importante de esa tarea, de manera tal que le ha facilitado a su sucesora continuar por ese camino.
Por otro lado, crea incentivos perversos, pues ningún político rechazará voluntariamente un poder expropiado a la ciudadanía; incluso los políticos democráticos serían incapaces de resistir la tentación de arrogarse un poder liberado de limitaciones. Nadie que no esté obligado devuelve el poder a la sociedad; por esa razón las transiciones a la democracia son procesos largos y tortuosos que buscan desconcentrar y limitar el poder, atándole las manos a sus detentadores. Es una brega dura y azarosa. En cambio, como hemos podido ver en estos cinco años, la destrucción de los contrapesos y las instituciones es un asunto rápido, como talar un bosque. El legado de AMLO es precisamente ese: haber restaurado una buena parte del poder autocrático de la Presidencia del antiguo régimen. Lo hizo capturando instituciones y debilitando o destruyendo aquellas que no logró capturar. Como bien sabían los padres fundadores de Estados Unidos, si los hombres fueran ángeles no requerirían de gobierno. Ningún político dejará pasar la oportunidad de abusar del poder si las circunstancias se lo permiten. Este el contexto en el que se desarrollarán las elecciones del próximo año en México y es crítico entenderlo.
Sheinbaum tiene todos los incentivos para consumar la restauración del autoritarismo en México porque le conviene personalmente y porque ningún político se abstiene del poder emancipado de sus limitaciones. Es un regalo irresistible: ¿cómo rechazarlo? El costo político de iniciar la destrucción del entramado democrático ya ha sido amortizado por AMLO; ella sólo debe continuar esa obra. Esa es la razón por la cual ha apoyado, por ejemplo, la idea de someter a votación a los ministros de la Suprema Corte. Creer que la candidata es en el fondo una demócrata que se comporta de manera estratégica para sentarse en la silla del águila es una ingenuidad, pues significa ignorar los incentivos creados por el proceso de regresión autoritaria. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente; los abogados, sobre todo, deberían saberlo. Si los políticos no abusan de su poder no es porque sean virtuosos: es porque no es racional hacerlo. En el caso de Sheinbaum, lo racional es cosechar los frutos del proceso de los últimos cinco años. Creer que se abstendrá de concentrar aún más poder y que no lo utilizará autocráticamente es una ilusión. Eso sin considerar que ha sido cómplice en la regresión autoritaria misma del lopezobradorismo.
La personalidad de los políticos raramente es un freno a su ambición. Lo central en una elección en la que se decide la supervivencia de la democracia no es el carácter del aspirante a suceder al líder populista, sino los incentivos que enfrenta. En el 2024 la candidata del oficialismo tendrá todas las razones para consumar la obra de destrucción del régimen democrático iniciada por AMLO. Si gana seguramente pondrá empeño en liberarse por completo de las cadenas que aún la atan para restaurar del autoritarismo en México. Primero, el poder.