La esperanza es el peor de los males,
pues prolonga el tormento del hombre.
Friedrich Nietzsche
Esperancita –me dice mi Mai (así le llamo a mi pareja y él a mí porque somos maistros de la educación)– es una amiga imaginaria que lo visita cuando yo no estoy. Como la palabra que la designa, ella materializa todo lo que se puede esperar de una mujer, es delicada, bella y paciente, y cambia de acuerdo con el humor de mi Mai; según él, la dichosa Pelancha se ilusiona por cualquier cosa. Claro que no existe mejor nombre para vestir una ilusión ni mejor virtud para calzar un proyecto.
Desde hoy, dejaremos de ser el país de la esperanza porque a partir de diciembre se clausura la espera, y esa virtud tan prometida por el hoy Presidente electo será un nicho que se deberá llenar de tangibles, para lo que no bastará la bendición de la Morena. No me encuentro enojada, tampoco con esperanza, mucho menos quisiera arruinar la algarabía de muchos esperanzados. Mi sentimiento es el de la expectación: “interés, curiosidad con que se espera se resulva cierta cosa”.
El miedo y la esperanza van muchas veces de la mano. El caso de nuestra elección presidencial 2018 (y de todas las posiciones que le acompañan) no fue la excepción, aquellos que tememos, concedemos un atisbo de esperanza, dado que nadie teme lo inevitable; pensábamos posible que otro candidato ganara aun cuando fueran pocas las posibilidades; y aunque muchos han tornado su miedo en optimismo, o convirtieron el miedo en un nuevo salto de fe, el miedo sigue desatado, danzando junto con la última de las tragedias de la caja de Pandora. Los opositores se volvieron poder y el poder, oposición, miedo y esperanza que rondan por doquier.
En mis cursos de Storytelling, lo primero que digo a los participantes o emprendedores, según sea el caso, es que detrás de cada producto o “candidato” ofertado se esconde un deseo y una promesa en la que se basa toda su comunicación. Al cerebro humano le cuesta mucho digerir información compleja, se indigesta, así que la simplificación en una emoción y en una promesa, le facilita la comprensión. La campaña de AMLO descansó sobre un sentimiento que es también promesa: esperanza. ¿Con qué se llena la esperanza, hacia dónde se dirige?
La palabra, lo que la llena y dirige
Nos dice José Antonio Marina, en su Diccionario de los sentimientos, que la mayoría de los sentimientos se experimentan en presente, sin embargo la temporalidad de todos aquellos vocablos relativos al deseo se ubican en los confines del futuro. La esperanza es una historia de futuro que pretende anticipar los deseos de un mejor presente. Toda emoción que proviene de la voluntad por controlar el futuro, de la previsión (es decir, de hacer una especie de trampa que nos permita mirar la hoja de resultados), nace de la eficaz herramienta de anticipar escenarios de riesgo y, con ello, poder sobrevivir. De este afán, y hablándo en términos narrativos que son lo que más me gustan, pasamos la vida haciéndonos historias que se calcen con precisión, como el zapato de Cenicienta, a nuestras fantasías.
Existen otras emociones que nutren historias de pasado, como la nostalgia o la flinstonización de la historia –término que acabo de conocer y que me seduce en el futuro próximo para dedicarle un artículo completo–. Consiste en buscar argumentos del pasado prehistórico para dar respuesta al comportamiento humano y claro, toma su nombre de la ficción, de la caricatura de “Los Picapiedra” –pero en general nos mantiene a salvo la pronosticación de nuestros actos y sus consecuencias–. Para los griegos era un consuelo; para los cristianos, un camino para llegar al reino de dios; para el hombre medieval, una virtud personal que manifiesta la presencia divina, nos dice J. Ferreter Mora en su Diccionario filosófico.
Marinas hace una tabla magnífica relativa a los argumentos posibles de la previsión:
Previsión deseable sin cumplimiento: decepción
Previsión indeseable sin cumplimiento: alivio
Previsión deseable sin confirmación: esperanza
Previsión indeseable sin confirmación: miedo
Previsión deseable realizada: triunfo
Previsión indeseable realizada: experiencia del orgullo.
La esperanza, de forma específica, significa “consideración de que algo debe realizarse”. Su misión es anticipar la prosperidad y es, por supuesto, una hija del deseo. Pareciera habitar en la isla lejana de los sueños cumplidos. Al estar flotando sobre el mar de la ilusión, se vislumbra perfecta como su vecina la utopía, existen muchos marineros de esos mares que prefieren rondarla y no llegar jamás, así la mantienen posible y perfecta, una sirena que los alimenta de un canto perpetuo. Afecto del alma que espera al bien ausente, nos dice Marinas de la bella Esperancita. Es rescilinte y, como los superhéroes, es capaz de vencer obstáculos al estar siempre envuelta de la capa de lo posible. El erudito autor de la palabra nos aclara que Esperanza es, por otra parte, hermana trilliza de Confianza y Promesa, en tanto que las tres “fían” sus ilusiones a un espectro desconocido.
La esperanza y sus tramas
Sabemos que la esperanza es el único elemento que queda dentro de la famosa caja de Pandora. El mito cuenta que Zeus ordenó a su hijastro modelar a una mujer tan bella como las diosas. Su madrina, Afrodita (deseo puro), la llenó de gracia y sensualidad, su otra madrina, Atenea, le regaló astucia, y su padrino Hermes le confirió el don de la comunicación persuasiva, fake news, diríamos hoy. Una vez que el precioso avatar cobra vida, es mandada a casa de los hermanos Prometeo y Epimeteo, que en su época eran más famosos que los Cohen. Epimeteo se enamora de ella, la invita a formar con ellos una sociedad poliamorosa y todo va bien hasta que les muestra su cajita secreta (según Hesíodo, en Los trabajos y los días, se trataba de una jarra), ésa que Zeus le ordena no abrir y que su curiosidad desoye. Como sabemos, todos los males del mundo estaban ahí, pero Pandora impide que se pierda la Esperanza.
Las interpretaciones del mito son muchas, pero para mi admirado filósofo André Comte Sponville, la esperanza es la peor de las calamidades. En su libro La felicidad, desesperadamente, la esperanza es la desgracia que no nos permite gozar la única eternidad posible: el presente.
Volcados hacia nuestras ilusiones futuras, desatendemos lo que sí hay, dejamos de vivir por esperar. Pandora, seductora como el deseo, guarda la esperanza para cegar al hombre de la realidad. Mi filósofo tiene su triada deseosa: la esperanza; la voluntad y el amor, y explica:
[…] la esperanza es un deseo cuya satisfacción no depende de mí, mientras que la voluntad, sí. La felicidad se consigue a través de la voluntad, de la acción. En cambio, la esperanza nos confina al miedo, no puede haber esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza.
Coordenadas de la esperanza posible
Concluyo con el triunfo, una campaña basada en la esperanza, es decir, el Presidente más votado de la historia de nuestro país, Andres Manuel López Obrador, comenzará su gestión también con la deuda más grande que pudiera tener un mandatario mexicano. Llenar la brecha entre la esperanza y lo posible. Cuenta con un proyecto de nación de más de 400 páginas, una suerte de Biblia de la reconstrucción. ¿Nos mintió?
No necesariamente, como cualquier aspirante, y si no, pregúntese a Penélope, la reina de la esperanza: todo pretendiente promete más allá del Sol, y todo cortejado, como los marineros acompañantes de Ulises, se dejan seducir por el canto que mejor cuadra a sus expectativas. Sin embargo, en esta trama hay un abismo que llenar: no basta taponearse con cera los oídos, o tejer y destejer para evitar que el tiempo pase y la isla situada en el futuro se aleje. Ya zarpamos rumbo a tierra y todos tendremos que pactar con nuestras esperanzas y con el miedo.
No voté por López Obrador, pero no por ello no comprendo que la mayoría de mis compatriotas lo hayan hecho; aún así, tampoco festejo ni me siento optimista, como gritan hoy mil detractores; tampoco quiero ni puedo salir huyendo por presumir la catástrofe. Pienso que crecer duele y lo hemos hecho como nación: se admite la derrota, cada vez más nos interesamos en los asuntos públicos y votamos con frenesí, casi como si estuviera de moda, pero madurar absolutamente consiste en ajustar nuestras fantasías a la realidad. AMLO tiene un trabajo titánico.
Mi Mai se conforma conmigo y yo con él, jugamos con Esperancita y don Ilusión, un caballero muy parecido a Matthew McConaughey (pero en español) que complace todos mis caprichos. Como no se vive ni de esperanza ni de ilusión mas que a ratos, ambos nos visitan de vez en cuando, y el resto de la semana tejemos una frazada mucho más calientita que ampara nuestros sueños con el mágico y humilde estambre de lo posible, en tanto, miramos expectantes por la ventana el clima de la región para saber qué tipo de previsión nos espera entre la decepción y el triunfo.