Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema El mes pasado fuimos testigos de la Copa Mundial de futbol, que registró saldos diversos; quizá el más conspicuo fue el anticlimático resultado con Holanda. Nunca había visto algo parecido. Me encontraba sentado sin hacerle daño a nadie en casa de mi amigo Gabriel Quadri. El ánimo era celebratorio, dado que el partido era tempranero, se preparó una reserva de licores que abastecerían por varios días a San Felipe Torres Mochas que se quedó esperando a otros comensales, y digo que se quedó esperando porque cuando ocurrió lo que todos saben que ocurrió, el ánimo se vino al suelo y salimos de la casa de mi amigo con una suerte de duelo luctuoso insuperable.
Bien, hasta ahí nada raro, estamos acostumbrados a que siempre pase lo mismo, formo parte de una generación del “ya merito” que no se sorprende ante nada. La sorpresa real fue cuando llegué a mi casa y entré a mi cuenta de tuiter para ver, muy azorado, que KLM había hecho una bromita vinculada con nuestra eliminación a través del dibujito de un monito mexicano en el letero de salidas. De inmediato me enteré que el actor Gael García Bernal se nos puso sensible y les dijo algo como: (la cita no es textual) “pinche aerolínea de mierda, no vuelvo a viajar con ustedes”. Las reacciones fueron varias y yo, que soy metiche, me atreví a opinar que me parecía increíble lo divertido que era para todos gritarle “¡putooo!” al portero contrario y que en cambio no aguantábamos una bromita. Por supuesto se me vino el mundo encima, pero ello es lo de menos, que estoy acostumbrado, lo relevante son nuestras reacciones ante hechos como el narrado.
Recordará, querido lector, el desmadre que se armó cuando los conductores de Top Gear (por cierto, con humor lamentable) se pitorrearon de los mexicanos. Las reacciones fueron delirantes: el Embajador metió una nota diplomática y el IMER ¡vetó a la BBC! Cosa que seguramente los trajo con un enorme pendiente por semanas. Nadie (o por lo menos muy poca gente) reparó en el hecho de que diariamente en la televisión abierta se hace escarnio de una manera también lamentable de la comunidad gay y de la “pendejez” de los extranjeros a los que nuestros cómicos alburean a mansalva en las coberturas de eventos deportivos.
Estamos llenos de odio y fanatismo, en mi experiencia (haga usted la prueba) basta con que uno pregunte algo elemental como: “¿Cuál es la posición de AMLO sobre el aborto?” para que una turba furibunda se venga encima. He detectado que el nivel de intolerancia tiene ciertas categorías:
1) Los que de plano te dicen “pendejo” o “borracho”, 2) Los que pretenden argumentar con frase del tipo: “él es íntegro y tú un lacayo de EPN”, 3) Los que medianamente articulan algo que normalmente es por lo menos extravagante y 4) Los que dialogan. En mi experiencia el número de personas de los primeros grupos es significativamente mayor y ello ocurre por un fenómeno muy simple; las redes sociales son una plataforma profundamente horizontal, de alguna manera los discursos se democratizan y ello no puede sino parecerme una buena noticia. Sin embargo, son también territorio fértil para el anonimato violento, los paleros descarados y la gente que claramente disfruta de su fanatismo irremediable.
Cuando uno opina, asume que dicha opinión puede ser cuestionada, a ello hay que acostumbrarse y endurecer un poco la piel. El problema es que no hay manera de hacerlo con gente que tiene la misma tolerancia del Demonio de Tasmania. Sobre el incidente de KLM ocurrió lo peor; la línea aérea hizo una broma, se le vino la noche encima, acto seguido sus creativos se disculparon (no porque reconocieran un error sino por no patear el negocio) y luego Gael también se disculpó, por lo que un servidor quedó como el idiota que soy de manera permanente.
No hay mucho que hacer, simplemente consignarlo. Seguiré dando mi opinión y seguirán recordando a mi difunta madre que en gloria esté y a cuya memoria dedico este breve desahogo. Sea.