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martes 03 diciembre 2024

Fedro

por Fedro Carlos Guillén

Son tiempos en los que aligerarse cuesta, parece que la realidad nos ha escamoteado motivos para la esperanza; corrupción, violencia, cinismo y desastres naturales han sido moneda corriente en este año que está a punto de terminar: “te has vuelto un amargado”, me dijo M, después de analizar lo que he escrito a lo largo del año. Tuve que concederle algo de razón, aunque no tanta porque el amor propio es el único amor que conservo. Dicho lo cual y espero que con la venia de mi amigo Marco Levario, propongo salirme en esta colaboración de la línea editorial de la revista y relajarme un poco contando las peripecias de mi nombre. Sea, pues.

Ignoro si mi abuelo Flavio, un hombre de gran estatura moral pero de 160 centímetros de altura era aficionado al opio, por lo pronto puedo dar fe de que lo era a los clásicos por lo que eligió para mi padre el nombre “Fedro”, la decisión, buena o mala, es la que fue y seguramente pasó inadvertida porque en los años mozos del autor de mis días se estilaban nombres como “Patrocinio”, “Procopio” o “Absalón”, así que el raspón era menor. Sin embargo, siguiendo una tradición milenaria yo fui bautizado con el mismo nombre y hubo que agregar un “Carlos” debido a que el cura en la pila bautismal dijo que él no trabajaba con nombres paganos.

Ahí empezó una larga historia de confusiones que me persigue desde la noche de los tiempos y que puedo ilustrar a través de varias historias. “¿De parte de quién?” –me preguntó una amable secretaria ejecutiva– “De Fedro Guillén”… ”¿Pedro Guillén?” “No señorita con F”…”ahh, Pedro Fillén”… me derrumbé.

En otra ocasión siendo funcionario de la secretaría de Medio Ambiente, la Secretaria Carabias recibió la invitación a la entrega de unos premios, lo delegó en el subsecretario, que lo delegó en el director general, que lo delegó en mí, un pobre diablo sin la facultad de delegarle a nadie nada. Acudí al evento y siguiendo la ruta de mi destino llegué tarde. Se trataba de un galerón repleto y el evento había comenzado, le rogué a la edecán que no hiciera olas y que no me subiera al presídium. Pues me subió y todo se interrumpió. En ese momento el maestro de ceremonias, un hombre con voz de barítono y el cerebro de un caracol de jardín dijo: “También nos acompaña con la honrosa representación de la maestra en ciencias Julia Carabias Lillo, el doctor, Pencho Guillén”, yo nomás parpadeé me incorporé de mi silla y saludé a un público que aplaudía discretamente mientras me preguntaba cuál sería el misterioso camino cerebral que lleva a alguien a atinarle sólo a dos letras de un nombre que tiene cinco.

La tercera fue en una sala de juntas con jóvenes muy jóvenes de corbatita y pelo engominado. Entré, me presenté y uno de ellos exclamó lo siguiente: “¿Frodo? ¿cómo el de Harry Potter”… le expliqué con la paciencia de un santo que el nombre correcto era Fedro y que Frodo en realidad era el personaje de la saga de El señor de los anillos, me miró como se mira a un monolito de las islas de Pascua y agregó: “pensé que el de los anillos se llamaba Golum”… me derrumbé de nuevo.

Hará cosa de unos meses estaba yo sentado sin hacerle daño a nadie jugando dominó con mis amigotes cuando la inefable Susana me dijo, “señor, le trajeron unas orquídeas”. A fe mía que era un regalo extraño por lo que intrigado abrí el sobrecito para buscar al remitente, mis amigos, que son unos atorrantes y amantes del pitorreo observaban con gran interés la maniobra… en una tarjeta blanca y con una tipografía impecable me enteré que acababa de entrar al reino vegetal por medio de un bautizo en forma del siguiente nombre (lo juro): “Cedro Guillén”… no estaba mal, sólo fallaron en este caso por una letra.

En fin, como las posibilidades de que mi fama me preceda son las mismas que las de Carmelita Salinas al Nobel de Química lanzo esta desesperada botella al mar de su comprensión para que piense bien el nombre de su criatura, la mía por cierto… se llama Fedro.

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