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Tras décadas de criticar al PRI y a los presidentes priístas, Felipe Calderón mostró una incongruencia mayúscula al actuar igual que ellos en muchos asuntos.

Por lo que toca a la libertad de expresión, recurrió al dinero público en igual o mayor medida de lo que lo hicieron los tricolores para premiar o castigar a medios y periodistas.

Lo vimos todos; y lo consignó así entre otras entidades la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que alertó sobre el peligro que enfrentan en México los trabajadores de la prensa; la impunidad de los agresores; el acceso restringido a la información; y la discriminación en la asignación de publicidad oficial.

Desde mi experiencia, los ataques presidenciales a la libertad de expresión empezaron muy pronto. A dos meses de que Calderón tomó posesión, escribí un artículo cuestionándolo por no cumplir la ley que convirtió a Notimex en agencia del Estado Mexicano. Pero por primera vez esa agencia con la que había yo colaborado durante diez años sin ningún problema, no publicó mi artículo. Pedí explicaciones a los directivos; y finalmente respondieron que había instrucciones de “lo alto”, de no tocar el tema.

Pensando que Calderón desconocía que se incumplía una de sus promesas de campaña, como fue la de respetar la libertad de expresión, le escribí a un correo que él me había dado al visitar Chile como Presidente electo; “por si algo se te ofrece”, me dijo entonces. Para mi sorpresa, me respondieron primero su secretario particular y luego el subsecretario de Gobernación, con mucho bla bla sobre la importancia de la opinión ciudadana.

Como sus cartas me llegaron por vía postal, pensé que la Presidencia no se había enterado que hay empresas que entregan la correspondencia en horas; y correos electrónicos que lo hacen en segundos, e insistí por Internet. Estaba aburrida del lento intercambio que duró meses, cuando una reportera de Milenio entrevistó sobre mi caso a un subsecretario de Gobernación; quien pretendió disfrazar la intolerancia presidencial, con un asunto económico; que además violaba mi contrato y derechos laborales.

Entendí entonces todo; y como supuse que querían deshacerse de mí, decidí que debían hacerlo de frente y sin mentiras, por lo que seguí enviando mis colaboraciones… y Notimex las siguió publicando completas. Semanas después recibí una carta firmada por el subdirector de la agencia, Alfonso Millares, informándome que debía suspenderlas “temporalmente”. Al poco tiempo Millares fue despedido.

Lo entrevistó sobre las causas para ello, la subdirectora de la revista etcétera, Ruth Esparza Carvajal. Y como a algunos funcionarios se les desata la lengua al carecer de chamba, entre otros detalles referentes al mal trato que recibió en Notimex, Millares le contó a Ruth que se le ordenó correrme “por pegarle al Presidente”; y que para que no se notara que era únicamente yo la despedida, tuvo que correr a todos los articulistas.

Con el paso de los días, los meses, y los años, las violaciones de Calderón al derecho de los mexicanos a estar informados con veracidad, se generalizaron y multiplicaron. Su gobierno nos mintió en torno a los más sonados casos policíacos; y no dio explicaciones sobre las continuas remociones.

Ocultó datos sobre las decenas de miles de muertos que cubrieron al país de sangre; hayan sido narcos, policías o “colaterales”.

No garantizó en los hechos el derecho a la libertad de expresión ni mostró comprensión o deseos de ayudar, frente a las difíciles condiciones en que trabajan muchísimos colegas.

No tuvo voluntad política para encontrar y castigar a los autores de los más de 150 asesinatos de periodistas; decenas de desapariciones y levantones; y autoexilios forzados por el temor. No se refirió nunca a la violencia contra el gremio, que ha hecho de México el país más peligroso de América para ejercer nuestra profesión; ni sistematizó datos o archivos.

No impulsó ni respetó las formas de comunicación alternativas, como son las radios comunitarias.

Nada hizo para fortalecer los medios públicos; al contrario.

Atentó contra el derecho de los mexicanos a estar bien informados, al ocultar acuerdos y convenios con Estados Unidos.

Y por supuesto es también desinformación pagada con recursos públicos, el acallamiento del sonido local en actos oficiales para no dejar oír gritos y abucheos; y la difundida para auto promoverse ante realidades que lo desmienten.

En resumen Calderón fue un Presidente mediocre que en cuestión de prensa, favoreció a algunos y respetó apenas lo indispensable para no producir escándalos.

Fue un Presidente al que el país y el cargo le quedaron aun más grandes, que la ropa militar que usó cuando al empezar el sexenio anunció en Apatzingán el inicio de su guerra contra el crimen.

Guerra que llevó la autocensura periodística por miedo, a muchas redacciones.

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