Hace unas semanas el poder del ciudadano vivió uno de sus momentos de gloria. Un joven fue testigo de un hecho terrible: una mujer abandonaba a un inocente perro en plena avenida, condenándolo casi de manera segura a su muerte. Ante los hechos usó un arma poderosa, su celular, y grabó toda la escena. Incluso siguió por unos momentos a la despiadada mujer a la que increpó por tan censurable actitud. Y como era de esperarse, al momento de llegar a las redes sociales el video fue un éxito y la condena a la mujer fue unánime. No faltó quien ofreciera información sobre el vehículo y hasta amenazara con agredir físicamente a la mujer si se la encontraba en la calle.
El único problema de esa demostración de solidaridad con los animales… es que las cosas no eran así. Como supimos después, el perro no estaba siendo abandonado, pues era un perro callejero y la insensible mujer no era tal sino una generosa persona que con sus vecinos se hacía cargo del animal que tiene la costumbre de seguir a sus amos adoptivos, lo que obligaba a sus protectores a bajar la velocidad al transitar para tratar de evitar un accidente.
La historia de Cayetano -así se llama el perro, según sabemos ahora- podría quedar como una anécdota más de no ser porque constituye un gran ejemplo del nuevo ecosistema informativo en el que hoy vivimos. Uno con ciertas características que no terminamos de identificar y que cuando lo hacemos, tendemos a etiquetar categóricamente como bueno o malo sin atender los matices.
Miremos, por ejemplo, lo que implica vivir en una sociedad en que todos somos observadores. Es la fantasía del Big Brother convertida en realidad con la particularidad de que no es el Estado el ente que mira cada uno de nuestros movimientos sino que somos nosotros mismos los que nos observamos los unos a los otros. Nos miramos, y claro, nos grabamos. Porque de nada sirve ser testigo si no queda registro. Por eso, bien decía alguien el otro día, ahora cuando enfrentamos un pleito nuestro primer instinto es comenzar a grabar bajo la premisa de que lo que queda guardado nos empodera.
Pero este fenómeno -que a veces resulta valioso como probaron unos jóvenes que documentaron con su celular los abusos de unos policías en San Miguel de Allende, Guanajuatotiene otra cara menos atractiva: hoy todos somos observados. Y la pregunta que habría que hacerse es qué implica vivir en una sociedad en la que no solo las figuras públicas -políticos o artistas- son objetos de atención, sino que todos los individuos somos potencialmente celebridades, y no necesariamente en los mejores términos como sabe, entre muchos otros, el célebre protagonista del video del ¡fuaaaa!
Porque como todos sabemos, al menos intuitivamente, que esa vigilancia que hacemos y nos hacen no es amoral. Por el contrario, parte de un juicio de superioridad que castiga lo mismo el ridículo que las malas conductas. Ya sea dejar el automóvil mal estacionado o abandonar a su suerte a un pobre animal. Y es este componente del tribunal social que hace de las redes un sitio tan poderoso, y como hemos visto también, tan peligroso.
Digno de aplauso, sin duda, cuando constituye un instrumento que estimula conductas sociales positivas al exhibir los comportamientos negativos -como obstruir una rampa para personas con discapacidad- pero escalofriante cuando incentiva a los linchamientos sin la menor reflexión, con información sesgada, incompleta y sensacionalista, creada para estimular las emociones y no la razón.
Y cuando así ocurre este juicio de la sociedad se convierte en un arma muy peligrosa, capaz de ser usada contra nosotros mismos. Porque aunque no nos guste mucho pensar en ello, los inquisidores de hoy podemos ser las víctimas de mañana.
Queda el ejemplo de Cayetano como un espejo crítico de lo que somos y podemos ser como sociedad, y también como un referente para los medios y periodistas que prestos y gustosos se sumaron al tribunal de las buenas conciencias sin tomarse el tiempo de verificar la información. Algunos dirán que fue gracias al periodismo que después supimos la historia completa y no solo la primera parte. Es verdad, pero la intranquilidad, la mala imagen y la terrible experiencia de la mujer exhibida ahí están y no hay forma de borrarlas. Tomemos nota la próxima vez que seamos convidados al gran tribunal moral de las redes sociales.