martes 12 noviembre 2024

Iracundias

por Fedro Carlos Guillén

Estaba yo sentado, sin hacerle nada a nadie en una tertulia inocua, cuando todo se fue al carajo por mi natural sentido de la inoportunidad. Olvidé una máxima de vida que se atiene a lo siguiente: “Oiga, ¿qué edad tiene?”; “Setenta”; “No me diga, se ve usted infinitamente más joven. ¿Cómo le hace?”, “Sigo una máxima elemental: nunca discuto”, “No, no puede ser por eso”, “Tiene usted razón, no es por eso…”.

Uno de los contertulios lanzó la frase de rigor que justificará su voto: “Es que los mexicanos estamos muy enojados”; dado que la aseveración es tan específica como decir: “Es que los brasileños son muy alegres”, repliqué cavando el principio del fin: “¿A qué te refieres? ¿Enojados con quién o con qué?”. Vino una demoledora respuesta que resumiré así: “Con la corrupción,con la inseguridad, con el presidente, que es un inútil, con los servicios que son una porquería (…) ¿qué tú no estás enojado?”.

Fotografía: Cuartoscuro

Argumenté que era algo que debería disectarse en partes, uno de los problemas de la corrupción en este país es que los ciudadanos nos sentimos aislados del fenómeno cuando somos partícipes activos de él; la persona que da mordida, el que paga por una licencia de construcción ilegal, el que le da un moche a algún funcionario para recibir servicios. A pesar de todo, nos alcanza para levantar índices flamígeros de un fenómeno (que en efecto es una desgracia), pero que no tiene patente gubernamental. Lo siguiente fue tratar de entender el proceso de limpieza étnica a través del cual pillos de siete suelas como Alberto Anaya, Napoleón Gómez Urrutia, Elba Esther Gordillo, Ricardo Monreal, René Bejarano y noble compañía, que algún día fueron monstruosos, son convertidos en aliados vitales sin que la ciudadanía, ésa que rezonga de todo, rezongue un poquito.

Lo siguiente es culpar a Enrique Peña de la inseguridad, mi punto de vista es que si alguna falta tiene es no haber iniciado una decidida reforma para legalizar de las drogas. Los que vociferan por el caso Ayotzinapa y lo culpan, parecen no preguntarse algo tan elemental como: ¿Qué ganaba el gobierno federal con una cosa así? ¿Habrán amanecido de malas y dijeron “Para elevar nuestra aceptación, vamos a desaparecer estudiantes?”. Me empecé a percatar que el mismo contertulio me miraba como se mira a un loco, pero ya estaba yo encarrerado.

Le expliqué que nuestra visión de todo o nada y nuestra capacidad de análisis similar a la de un burro de planchar nos hace un pueblo dividido que no está dispuesto a reconocer aciertos en lo que llaman gobierno u oposición, y que dedica su tiempo, el de usted y el mío, a lanzarse a la yugular de aquel que ose pensar diferente. El incidente de AMLO con Silva Herzog ya fue ampliamente comentado por gente mucho más lúcida que yo, así que sólo agregaría que es un botón de muestra en la que los argumentos se transmutan en calificativos que en las redes sociales tienen una caja de resonancia y una estridencia digna de mejor causa. A esas alturas ya nuestra reunión se había ido al carajo gracias a mi gran bocota así que recurrí a una frase que es idiota en sí misma: “Bueno, eso es lo que yo opino”, como si pudiera opinar por alguien más, y pregunté cuándo empezaba el beis de las grandes ligas.

El asunto me dejó pensando en este nivel de división nacional que hoy se percibe y en el que nadie repara que por lo menos siete de cada diez mexicanos no quiere que gane ninguno de los candidatos, entre los cuales me incluyo decididamente. No parece perfilarse un estadista de talante liberal que no arrastre los saldos de miseria política del Partido que los postula y ello me parece gravísimo.

En fin, lo que viene es algo para que nos preparamos como se prepara uno para las lluvias; vendrán tiempos de combate y de calumnias, tiempos en las que las reuniones familiares acabarán a madrazos y tiempos en los que uno desearía vivir en una isla gobernada por el amor. Pero ya se ha visto que eso de la república amorosa es una charada sin sentido.

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