“Está como desorganizado el clima, está como que ya no tiene un ritmo.” Señora Raquel, Yautepec, barrio de Ixtlahuacán, 2013
Recomendamos este trabajo realizado por miembros de la Facultad de Ciencias de la UNAM en el municipio de Yautepec, Morelos, publicado por la UNAM y el Programa de Investigación en Cambio Climático (PINCC). Es relevante porque revalora la memoria de las mujeres en los ámbitos social y familiar, y también es importante conocer y difundir la percepción femenina sobre el cambio climático, tema de gran trascendencia (a pesar de que hombres tan poderosos como los que presiden actualmente los gobiernos de Estados Unidos y Rusia, lo nieguen o minimizan).
La investigación
“Testimonios de las mujeres del barrio de Ixtlahuacán, Yautepec, sobre los efectos del cambio climático”, es una narración colectiva de las transformaciones que ha sufrido el entorno del barrio durante los últimos 60 años y que han afectado la vida cotidiana, los roles sociales y la productividad de los sistemas agrícolas de esta comunidad semi-urbana y semi-rural.
Aquí las mujeres toman la palabra en un contexto donde lo femenino connota la crianza de los pequeños, la preservación de las celebraciones, el cuidado de los enfermos y de los mayores –lo que las feministas llamarían, “una ética del cuidado”1–. Ellas han sido parte del cambio y se han ido adaptando a las circunstancias.
El clima, el perro y el amo
Desde la perspectiva de lo cotidiano, el tema climático es un poco huidizo. El clima suele confundirse con el estado del tiempo. Para explicar la diferencia utilizaré la metáfora del amo y su perro. Imaginemos que un día el amo sale a pasear con su perro; como de costumbre, dan la vuelta a la manzana; sobre la banqueta, el dueño marcha de una esquina a la otra. Su perro, sujeto a la correa, camina con cierta libertad, husmea, orina los árboles, se detiene ante otros paseantes y frente a otros perros; merodea alrededor del amo.
Ahora pensemos en el clima. Los factores que lo componen son la latitud, la longitud, la altitud, el color del suelo, los cuerpos de agua, la incidencia de los rayos del Sol, las corrientes marinas, el océano mismo, la vegetación y la composición gaseosa de la atmosfera. Los parámetros del clima son los promedios, mensuales o de mayor tiempo, de la precipitación pluvial y la temperatura. Así, Yautepec tiene un clima cálido subhúmedo con una temperatura promedio anual de 23° C y una precipitación pluvial media anual de aproximadamente 900 mm. Como el dueño del perro que da la vuela a la manzana, el clima es cíclico. Podemos ver cómo la vegetación de Yautepec, al igual que el área donde se desarrolla su agricultura, cambia marcadamente su fisonomía con las estaciones y se repite su aspecto cada temporada del año; dependen de la temperatura y la precipitación pluvial. El clima es como el dueño del perro.
Las condiciones meteorológicas, en cambio, son muy variables, algunas veces son extremas: se pueden presentar sequías o grandes inundaciones, calores extremos o fríos más intensos que lo usual. Las condiciones meteorológicas son como el perro, merodean alrededor del clima.
La percepción
¿Cómo pueden saber las mujeres de Ixtlahuacán si esas alteraciones son debidas a los efectos del cambio climático o consecuencias de su variación meteorológica extrema? ¿Observan al dueño o miran al perro? La respuesta yace, creo yo, en la mitad, ven al perro y miran al dueño.
Doña Berta Almazán, mujer menuda y sencilla, recuerda la gran inundación en Yautepec de 2010, cuando el río creció 10 metros destruyendo el puente y cubriendo el mercado. Rememora haber vivido una inundación cuando era niña, hace 75 años, en la que vio flotar los cadáveres del ganado. Ahí doña Berta está viendo al perro. Pero cuando afirma que cada año el río se desborda inundando colonias, coincide con lo que se dice en el Atlas de Riesgos de Yautepec (2011): “En los últimos años y de manera recurrente se ha experimentado el desbordamiento de algunos ríos, afectando a varios barrios de distintas localidades (entre ellas la propia cabecera municipal)”, doña Berta está mirando al amo del perro.
El agua
La narración colectiva de estas mujeres nos orienta a reflexionar sobre las causas y los efectos del cambio climático.
A mediados del siglo XX los fértiles suelos de Ixtlahuacán estaban regados por apantles2 que nacían de manantiales del acuífero Cuautla-Yautepec. Así se abastecían las huertas y las milpas. Los niños y las niñas se bañaban en las aguas profundas de los apantles que configuraban la distribución comunal del agua. Pero en los 70 comenzó el entubamiento de los apantles y muchas huertas comenzaron a secarse.
Los huertos familiares
Caminando por las calles del barrio de Ixtlahuacán, uno no puede imaginar lo que fue. En cambio, al entrar en los huertos familiares, cuando uno se sienta bajo el frescor de una ceiba o un ciruelo con su tronco retorcido y un cuajilote en flor, se visualiza la penumbra que las cerradas copas de los frutales arrojaban sobre los huertos familiares en los no tan lejanos 60 del siglo pasado. Se puede apreciar entonces lo valioso de la preservación de estos sistemas, verdaderos reductos de la naturaleza. También se entiende lo que Ignacio Manuel Altamirano, “el Nigromante”, escribió a finales del siglo XIX en su novela El Zarco:
“De cerca, Yautepec presenta un aspecto original y pintoresco. Es un pueblo mitad oriental y mitad americano. Oriental, porque los árboles que forman ese bosque de que hemos hablado son naranjos y limoneros, grandes, frondosos, cargados siempre de frutos y de azahares que embalsaman la atmósfera con sus aromas embriagadores. Naranjos y limoneros por donde quiera, con extraordinaria profusión. Diríase que allí estos árboles son el producto espontáneo de la tierra; tal es la exuberancia con que se dan, agrupándose, estorbándose, formando ásperas y sombrías bóvedas en las huertas grandes o pequeñas que cultivan todos los vecinos”.
“…y los mameyes y otras zapotáceas elevan sus enhiestas copas sobre los bosquecillos, pero los naranjos y limoneros dominan por su abundancia. En 1854, perteneciendo todavía Yautepec al Estado de México, se hizo un recuento de estos árboles en esta población, y se encontró con que había más de quinientos mil. Hoy, después de 20 años, es natural que se hayan duplicado y triplicado. Los vecinos viven casi exclusivamente del producto de estos preciosos frutales, y antes de que existiera el ferrocarril de Veracruz, ellos surtían únicamente de naranjas y limones a la ciudad de México”.
Todavía a principios de los 70 del siglo XX, había huertas de 70 hectáreas cuya producción frutal se trasladaba a la Central de Abastos del Distrito Federal. Hoy en día, los huertos familiares se han reducido a unos cientos de metros cuadrados.
La tierra
Y esto nos lleva al problema de la tierra.
Hermann Hesse escribió el cuento “La ciudad”, donde relata cómo fue llegando el ser humano a una región inhóspita y en ella construyó una gran ciudad que floreció poco a poco. Escribe: “las llanuras rebosaban de verdes mieses y frutos; surgieron granjas, establos y cobertizos; los caminos cruzaron el despoblado […] de la noche a la mañana brotaron de la tierra las ciudades, desaparecieron los bosques, se domaron las cataratas de agua”. Algo análogo sucedió en Yautepec.
La tierra fértil de Yautepec no solo abastecía de diversos frutos a la Ciudad de México, también floreció ahí el cultivo de maíz, caña, arroz, frijol, tomate y jitomate. Pero la presión urbana fue muy grande. A la par que entubaban el agua, en las casas de Ixtlahuacán se abandonaban, la estufa de leña por la de gas y los quinqués de petróleo por la electricidad. Las familias crecieron, los mayores parcelaron la tierra y la heredaron. Al proceso de parcelación le siguió la emigración de los hijos a ciudades cercanas como Cuernavaca, Cuautla o la Ciudad de México, o bien a Estados Unidos. La tierra comenzó a venderse. Varios compradores la transformaron en casas de descanso, sustituyendo parte de la flora nativa, refugiada en los huertos familiares, por plantas exóticas de rápido crecimiento como las benjaminas y el pasto.
Algunos otros compradores, arrasaron con la vegetación original y construyeron complejos habitacionales que aumentaron el consumo de agua. Si el día de hoy uno teclea en Google: Ixtlahuacán Yautepec, encontrará abrumador, que se anuncian casas de descanso y conjuntos habitacionales.
Las mujeres sienten que esta pérdida de vocación de la tierra ha repercutido en los regímenes de lluvias y en la intensidad de las épocas de frío y de calor. (Hay que hacer notar que las mujeres mayores son dueñas de la tierra mientras que las más jóvenes no.) Este cambio de uso de suelo tuvo consecuencias ecológicas (la pérdida de los huertos familiares y la deforestación), económicas (la pérdida de los productos de los huertos familiares y de zonas de cultivo), sociales (la inmigración de las clases sociales privilegiadas de la Ciudad de México y Cuernavaca y la emigración hacia EU y otras ciudades) y culturales (la afectación de sus fiestas como el periconazo, hierba que ya no se encuentra con facilidad en el monte).
La resistencia
Estos cambios desarticularon la vida colectiva, hicieron de los antiguos poseedores de la tierra jornaleros, veladores, empleados de las quintas. Sin embargo, y esto es otra cuestión que aborda el libro, la resistencia cultural está viva en las celebraciones. Las mujeres, sobre todo las mayores que tuvieron acceso comunal a los recursos, preservan las tradiciones, son el eje ético de la familia. El día de muertos le cantan a sus muertos mientras colocan ofrendas, mencionan sus nombres y les lloran.
“Testimonios de las mujeres del barrio de Ixtlahuacán, Yautepec, sobre los efectos del cambio climático” contribuye a mostrar las experiencias de las personas no especializadas en la ciencia del clima y sus efectos pero que todavía están en contacto con el campo y la naturaleza de manera tal que podemos abrir el abanico de posibilidades que nos permita planificar acciones para detener el deterioro de nuestros recursos naturales y aminorar el impacto del cambio climático.
El cuento de Hesse comienza con “¡Esto marcha!”, cuando la ciudad comienza a ganarle terreno a la naturaleza y, después del ocaso de la ciudad, el cuento finaliza:
“—¡Esto marcha! —gritó un pájaro carpintero que picoteaba el tronco, y contempló jubiloso la pujanza de la selva y el maravilloso progreso renovador de la tierra”.
Ojalá que encontremos el camino que nos ponga en equilibrio con la naturaleza y evite el colapso climático que se pronostica.
Notas:
1 Espinosa y Castañeda, 2010.
2 Apantli en náhuatl, literalmente: línea de agua, canal.