Definitivamente pertenezco a la legión de las ilusas, no hay un sólo día que no me indigne la devaluación de la verdad prostituida entre fake news, travestismos ideológicos y amnesias combinatorias. Se refleja en la política, en la empresa, en las tinieblas del corazón individualista que nos invade como la Nada a Fantasía (por recordar la analogía de La historia interminable, de Ende). Como la princesa del cuento de Ende, intento mitigar la tristeza con historias, las cuento y de algún modo vivo de ellas. Existe un cuento con el que comienzo mis cursos de Storytelling, no es mío, es la adaptación que a fuerza de repetir, ya no sé dónde queda el origen y dónde mi propia fantasía. Te lo pienso contar para probar que pertenezco a la legión de ilusas, que mi mal es incurable y que de seguro he de morir así, ilusamente, esperando que la ficción embellezca, pero sin consumir ciertas verdades necesarias.
Dos hermanas
Hubo una vez, hace mucho tiempo (casi once siglos), en una tierra muy lejana, dos bellísimas hermanas, una se llamaba Verdad y la otra Fantasía. Vivían a las faldas del pueblo y peleaban constantemente acerca de quién de ellas era la más hermosa. Por lo tanto, decidieron establecer una competencia para dirimir este asunto de una vez por todas: aquella que, a partir de caminar como en desfile de modas por la calle central del pueblo, atrajera mayor atención de los observadores sería, de una vez y para siempre, la ganadora.
La Verdad, como era mayor, tuvo el primer turno, salió a la calle muy segura de sí misma, confiada en que todo el mundo busca y desea la verdad. Comenzó a andar a media tarde, con la luz del ocaso y la gente sin razón aparente, se internaba en sus hogares. Pensó que la falta de luz era responsable de esta reacción, así que siguió caminando hasta el anochecer; la luz de la luna la bañó completa, cierto es que se veía hermosa, sin embargo, su rostro claro, libre de maquillaje, tan natural y perfecto que parecía una estatua de marfil, era imposible de mirar de frente, la gente huía a sus casa al mirarla pasar. Al romper el día con la luz de la mañana, Verdad sorprendida optó por mostrarse completa a plena luz, nadie la resistiría bajo los rayos del sol, así que se desnudó y siguió su andar erguida y perfecta, la reacción de la gente la sumió en la más triste desolación, si pocos habían quedado en la calle, al verla desnuda corrían despavoridos para esconderse en cualquier sitio, cerraban puertas y ventanas para no tener ni un atisbo.
Verdad, muy triste, se internó en el bosque para llorar su pena, mientras el turno de salir a paseo le llegó a Fantasía. Salió con su bella capa llena de lentejuelas bordadas, sus rostro muy bien maquillado y una peluca enorme que le hacía parecer cinco centímetros más alta. Caminó triunfante por el centro de la ciudad y, sin importar la luz o la hora del día, la gente fue saliendo de sus casas para ofrecerle bocadillos, aplaudirle o corear en algarabía. La villa entera se volcó a la calle para ver a Fantasía pasar.
Al saber a su hermana deprimida, Fantasía corrió al bosque y buscó a Verdad.
—Tú ganas, Fantasía —le dijo Verdad, decepcionada.
—No es verdad hermana —respondió Fantasía—. Te he de contar lo que pasó. Lo que pasa es que tu no entiendes que a nadie le gusta ver a la verdad de frente y mucho menos a la verdad desnuda y a plena luz. Te prestaré mi capa y lo harás de nuevo. Recorrerás el pueblo a mi lado.
Esta vez la reacción de la gente fue espectacular, recibían a las hermanas calurosamente y con gran afecto, ya que la Verdad cubierta en las ropas de la Fantasía es lo más bello que hay, muy fácil de entender y de aceptar.
Desde ese día, Verdad y Fantasía viajan juntas porque así son amadas y aceptadas.
Hoy parece haber una triste continuación del cuento: Fantasía se hizo tan popular que comenzó a engordar, a ser mentada con tanta frecuencia que ignoraba cada vez más a su hermana Verdad. Así, en terrenos políticos, candidatas y candidatos dejaban de invitar a Verdad a sus fiestas y discursos, usaban a Fantasía como reemplazo porque al ser una chica fácil y adaptable, servía de santo y seña para ingresara todo sitio, incluso a los recintos más altos de la torre.
Lo malo es que se perdió el sentido de diferencia y Fantasía suplantó a Verdad, los datos y los números a las personas y a los argumentos. Verdad, olvidada, salió huyendo y se exilia sola en una montaña en el bosque, espera que Fantasía, con su capa toda rasgada, vuelva a pedirle ayuda cuando se dé cuenta de que quizás ella es la más hermosa de las hermanas, pero Verdad tiene un peso irremplazable y una luz incandescente que acaba por desmentir todos los primores sembrados por Fantasía.
La verdad de las ficciones
Supongo que la escena de la película “El instante más oscuro” (“The Darkest Hours”), donde Churchill sube al metro para preguntarle a su pueblo si se rinden contra Alemania o combaten a pesar de su debilidad, está teñida de licencias poéticas. Para los ilusos no estaría nada mal que se tomara en cuenta lo que decimos los de a pie, sin embargo, por efectos de la popularidad que ha cobrado Fantasía, ella se abarata y se disfraza de usurera populista. Le cuesta muy poco trabajo hacerse de las consignas generalizadas, de las promesas de oropel y gana adeptos tan rápido como pierde credibilidades. Por ello coincido con el filosofo Slavoj Žižek, en que es peligrosa “la irresponsabilidad de la izquierda liberal que abogan por los grandes proyectos de solidaridad de libertad etcétera. Pero se rehúsan a pagar el precio por ello en forma de medidas políticas concretas a veces hasta crueles”. Y es que ése ha sido siempre el problema de Fantasía: que tiene una duración limitada, es como un fuego de bengala, la chica hermosa que se alquila para salir a la fiesta, pero que a la mañana siguiente, sin pestañas postizas ni wonderbra, nos obliga a enfrentar el otro lado de la noche.
Fantasía es como un buen vino que, tomado en exceso, nos da malos consejos, y así, al calor de las historias, nos contamos que somos siempre “Almas bellas y de manos limpias”. Al llegar la madrugada, por la ventana, la ráfaga de Verdad entra por la ventana, nos retuerce algo en el estómago que nos provoca sacar a Fantasía del clóset para poder dormir tapados con su capa de lentejuelas.
Pertenezco a la legión de las ilusas porque cada día encuentro más verdad en la ficción y más mentiras en la escena pública; pertenezco a la legión de las ilusas porque si bien no creo en la trascendencia, sueño con una sociedad más digna, un poco más honesta. Más preocupada por el otro y no sólo para presumir en estadísticas. Soy seguramente ilusa porque quedo fascinada ante personajes como Milada Horákov, una mujer que conocí gracias a Netflix y que fue capaz de anteponer sus convicciones; o Hannah Arendt, quien perseguía amar a la vida con todo y su muerte. Pertenezco a la legión de las ilusas porque creo que las hermanas Verdad y Fantasía pueden salir juntas a cautivar sin ilusiones vanas ni verdad incompletas. Simpatizo con Slavoj Žižek porque piensa que hay que apreciar al mundo incluso con sus incómodas verdades. Soy una ilusa, pero sé que siempre existe un precio a pagar, y eso es la puritita verdad.
Referencias:
Žižek, Slavoj, Amor sin piedad. Hacia una politica de la verdad. Madrid: Síntesis. 2001.