En la sociedad contemporánea la verdad puede llegar a ser sepultada por la sospecha de aquello que podría no ser verdad. Una gran cantidad de interpretaciones sobre este fenómeno considera que para las audiencias es más importante lo que aparenta ser verdad que la propia verdad. En el campo político, la verdad tiende a evaporarse para ser sustituida por mentiras. Con la expansión de las nuevas tecnologías, la política de la posverdad encuentra un gran campo de desarrollo. Un ejemplo es la contienda electoral en Estados Unidos caracterizada por la difusión de noticias falsas.
El concepto de posverdad está compuesto por dos términos, verdad y mentira. La verdad es una palabra que se utiliza para dar certeza a una afirmación a partir del conocimiento de los hechos. La mentira sería una declaración efectuada por alguien pero que existe la duda sobre la verdad de las palabras o los hechos que se narran. En caso de que no se presenten evidencias de los hechos, entonces es posible que parte de la realidad esté oculta.
El concepto de posverdad fue designado por el Diccionario Oxford como la palabra del año 2016. Según este diccionario, es un concepto que describe a grandes capas de la sociedad contemporánea para quienes la verdad queda superada por versiones fantásticas que buscan dar sentido a lo real. Contrario al paradigma de la sociedad de la información y el conocimiento, las emociones y las creencias son los pilares de una irracional opinión colectiva. De acuerdo con el Diccionario, dos textos recientes, uno publicado en The Independent y otro en The Economist, analizan el concepto para explicar las pasadas elecciones estadounidenses. En ambos escritos, se reconoce que la verdad se ha devaluado en el debate político producto de la lucha por el poder. Es permisible la mentira siempre y cuando se alcances los fines.
En 1989, Jean-François Revel publicó El Conocimiento Inútil donde afirma que las sociedades actuales son abiertas en cuanto a la circulación de información, pero tal apertura también es causa de la distorsión de los hechos: se invoca sin cesar en esas sociedades un deber de informar y un derecho a la información. Considera que los profesionales de las industrias mediáticas, como los periodistas presentadores de noticias parecen tener como preocupación dominante el falsificarla, y los que la reciben la de eludirla. Para el autor, los profesionales traicionan el derecho a la información como sus clientes el derecho a estar informados. “En la adulación mutua de los interlocutores de la comedia de la información, productores y consumidores fingen respetarse cuando no hacen más que temerse despreciándose. Solo en las sociedades abiertas se puede observar y medir el auténtico celo de los hombres en decir la verdad y acogerla, puesto que su reinado no está obstaculizado por nadie más que por ellos mismos”.
En México la información falsa circula tanto en medios de difusión tradicionales como en las redes digitales. Destaca el portal El Deforma –diseñado para crear noticias falsas con fines de entretenimiento– que en varias ocasiones ha sido tomado en serio por medios locales y extranjeros. En 2016 se divulgaron versiones apócrifas sobre el fallecimiento de personajes como Chabelo y se especuló sobre el cantante Juan Gabriel, de quien se dijo seguía vivo. También se registraron hechos politizados como las críticas de la artista Lucero al Teletón, el mensaje en WhatsApp de Kate del Castillo para llamar a la sociedad a la desobediencia civil o la supuesta carta de la ONU donde solicita la renuncia inmediata de Enrique Peña Nieto. Fueron difundidos sucesos inventados sobre seguridad pública, como los supuestos toques de queda en el Estado de México debido a la distribución de audios donde integrantes del narcotráfico amenazaban a la población, o la imagen falsa de la muerte de 72 niños en el puerto de Veracruz.
Orígenes
El Diccionario Oxford advierte que en 1992 se utilizó por primera vez este concepto. Fue en un artículo publicado en enero de ese año por Steven Terich en la revista The Nation. Según el escritor serbio, durante los conflictos bélicos y políticos contemporáneos los gobiernos censuran a la prensa y construyen una narrativa de hechos para el gusto de las audiencias. Al referirse a la guerra del Golfo Pérsico, Terich aseguró que el conflicto bélico fue aceptado por los estadounidenses porque creían que se trataba de una protección a la nación: “Veríamos sólo lo que nuestro gobierno quería que viéramos, y no vimos nada malo en eso”. Al referirse al escándalo de Watergate y la guerra de Vietnam, Terich consideró que las revelaciones fueron tan desgarradoras que el público comenzó a alejarse de la verdad. Los consumidores de noticas no querían leer más noticas malas, no importaba que las noticias no fueran verdaderas. Las palabras de Terich son tan vigentes como hace 25 años: “Nosotros, por nuestras acciones, estamos diciendo que esto ya no es necesario, que hemos adquirido un mecanismo espiritual que puede deshacer la verdad de cualquier significado. De una manera muy fundamental, nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo posterior a la verdad”.
Otros dos orígenes del concepto se encuentran en el libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life, publicado en 2004 por Ralph Keyes. Para el autor, la deshonestidad inspira el uso de eufemismos para matizar la verdad, esto ayuda a las personas a desensibilizarse de las posibles implicaciones de la verdad. En la era de la posverdad, ya no sólo existen verdades y mentiras, sino también una tercera categoría de afirmaciones ambiguas que no son exactamente la verdad, sino que caen justo debajo de una mentira. Entonces, existen “verdades mejoradas” que podrán llamarse “neo-verdades” y ”verdades suaves” que en el fondo son falacias. También en 2004, el periodista Eric Alterman publicó el libro When presidentes lie: a history of oficial deception and its consequences. Al analizar una serie de hechos históricos donde los presidentes norteamericanos han mentido, asegura que un argumento que con frecuencia utiliza el Estado es que necesita actuar con rapidez y en secreto los asuntos de diplomacia y seguridad nacional, por lo que es imposible la consulta democrática, incluso, sería imposible debido a la ignorancia de la población para entender este tipo de asuntos políticos.
El bloguero David Roberts publicó en abril de 2010 un texto donde vincula la emergente cultura de mentiras en Internet con la élite política en EU. Para el escritor por lo general las personas desconocen la mayoría de los temas de la política pues tiene otras cosas en que pensar, por ejemplo en los concursantes de American Idol, los equipos de béisbol, el nuevo software para contabilidad, etcétera, sin embargo para la mayoría de los votantes la política no existe entre la sociedad. Las personas que votan utilizan la heurística cruda para evaluar las propuestas de sus gobiernos. Esta circunstancia va contra la visión idealizada de la Ilustración. Para Roberts, vivimos en la política posterior a la verdad: una cultura política en la que la política se ha vuelto casi totalmente desconectada de la política real. La pérdida de los hechos que pueden sostener la verdad también es responsabilidad de los medios. En el texto “Broadcast news is losing its balance in the posttruth era” publicado por Peter Preston en 2012 considera que los políticos están pulverizando la verdad a través de hechos falsos. Utilizan los podios y las conferencias para difundir información no comprobada y que en pocas ocasiones es desafiada. Los bulos en Internet, como apunta Francisco Rouco, algunas veces comienzan como broma o como una campaña política. En cualquier caso, la mentira alcanzará un mayor nivel de credibilidad si quien la compartió es un amigo. La web se ha vuelto una plataforma ideal para edificar hechos falsos. Sitios web de supuestos medios como WTOE 5 News, KYPO 6, Abcnews.com o Cnn.com.de son espacios para engañar.
En el célebre texto “Cómo la tecnología interrumpió la verdad”, publicado el 12 de julio de 2016 por Katharine Viner, jefa editora de The Guardian, considera que parte del éxito de la información falsa se debe a tres factores. El primero se relaciona con los consumidores: en la actualidad la gente desconfía mucho de lo que se presenta como hecho, sobre todo si estos son incómodos o no están sincronizados con sus propios puntos de vista, y aunque parte de esa desconfianza está fuera de lugar, algo no lo es. El segundo con el contexto social, pues tienen más éxito los hechos falso sobre situaciones de emergencia: durante los ataques terroristas de noviembre de 2015 en París, los rumores que más rápido se difundieron en las redes sociales fueron que el Louvre y el Centro Pompidou habían sido golpeados, y que François Hollande había sufrido un derrame cerebral. En estos casos, las organizaciones de noticias de confianza son necesarias para desacreditar tales historias. Y por último, el origen de la mentira puede tener como raíz el pánico, la malicia, y a veces la manipulación deliberada, en la que una corporación o un régimen paga a la gente para transmitir su mensaje.
La mentira electrónica
Aunque el concepto de posverdad cobró relevancia en la discusión a finales de 2016, la cultura de la mentira no es algo nuevo en los modos de comunicación mediáticos. A lo largo de la historia de los medios siempre ha existido la difusión de contenidos sin hechos comprobatorios. Hoy en día podemos leer a columnistas que lucran con chismes políticos, a noticiarios de televisión que tergiversan hechos y a “opinadores” que desconocen lo que están diciendo ante los micrófonos. La información mediática, es decir, aquella que es transmitida a partir de un medio tecnológico de comunicación, puede no ser verdadera. En periodos de crisis es más común registrar este tipo de fenómenos. Basta con revisar la historia de las dos guerras mundiales para encontrar una gran cantidad de noticias falsas. Sucesos no corroborados circularon en la guerra de Vietnam, la invasión a Panamá, la guerra del Golfo Pérsico, los conflictos en Afganistán e Irak, el atentado a las Torres Gemelas, etcétera. En periodos de lucha política (elecciones, golpes de Estado, crisis económicas, etcétera) la ficción liquida la verdad.
Es posible identificar tres mecanismos para no decir la verdad. Cuando se miente deliberadamente los acontecimientos pueden servir como instrumentos de manipulación. Ahora bien, no necesariamente se puede fabricar una mentira para mentir. Como señala Sartori en Homo Videns: La Sociedad Teledirigida (1997), también mediante la distribución de información insuficiente o bien, saturando de información a los receptores, es posible no transparentar la verdad. En los tres casos existe cierta supresión de información y la verdad es mutilada para exponerse en forma parcial y para que los receptores no puedan tener una interpretación más completa de los hechos. En la cultura mediática la información sin contexto es un mecanismo que funciona para ocultar.
Ahora bien, desde la perspectiva de la sociedad consumidora y que tiene la capacidad de producir información, la distribución consciente o no de las historias falsas podría enmarcarse de la propuesta teórica de Habermas (1981). Con esto me refiero a la llamada seudo-opinión pública. Es decir, la posverdad es un aspecto del campo de la comunicación que es producido por ciertos actores (que pueden obedecer a determinados fines) pero a su vez es reproducido por terceros (medios de difusión, líderes de opinión o influencers, etcétera), quienes se convierten en caja de resonancia. Debido a que el modo de producción de las nuevas tecnologías tiende a la horizontalidad, entonces la expansión de los embustes tendrá mayor efectividad por la comunicación en red que si fuera en forma jerárquica. Quienes participan en la distribución de las falsedades implícitamente aceptan los bulos como verdades, es decir, se vuelven parte de una seudo-opinión pública, que considera la fantasía como una verdad.
Algunos estudios demuestra que la información engañosa no es resultado de un autor intelectual, sino de acciones interconectadas. Desde los enfoques tradicionales del funcionalismo se consideraba que los medios de difusión tenían un gran poder de convencimiento sobre las masas. Con el avance teórico, se demostró que tal visión estaba equivocada. Las audiencias integran contenidos mediáticos a sus vidas diarias a través de un proceso de negociación y resistencia. Por lo tanto la información engañosa no puede funcionar solamente desde la posición de un solo emisor, al menos no así en la sociedad hiperconectada. Para Giglietto, Iannelli, Rossi y Valeriani (2016), son varios los actores que por diferente papel, posición social y poder comunicativo, coinciden en la generación, crecimiento y eventual construcción de información no verdadera. En este sentido, los autores consideran que el actor que está compartiendo información “falsa” creyendo que es “verdad” actuará de acuerdo a sus creencias a pesar de que sean “verdaderas” o “falsas” las noticias.
Es posible caracterizar el fenómeno de la posverdad a partir del lenguaje, la materialidad del medio, la tecnología comunicativa y el papel del prosumidor. La posverdad encarna en el fondo una mentira, o una verdad que no es del todo verdadera. Se trata de un eufemismo que proviene de las formas lingüísticas de persuasión. Los contenidos simbólicos que circulan en los espacios públicos son construcciones a partir de percepciones individuales sobre ciertos hechos del pasado. Aún y cuando se transmita un video en directo a través de Facebook, la percepción de tal contenido mutila la realidad por el propio marco de transmisión, el canal de selección, la visión del emisor, etcétera. En el lenguaje está el ingrediente básico de las mentiras. El uso de hashtags condensa la verdad y evita la plurisignificación, la difusión de videos alterados mediante programas de edición o la publicación de fotomontajes son elementos de la comunicación que se utilizan en la cultura de la posverdad. Un ejemplo del lenguaje de ficción fue la campaña propagandística que llevó a cabo en 2013 y 2014 el gobierno mexicano para convencer a la población sobre una reforma energética que bajaría el precio de los combustibles y mejoraría la vida económica de la población.
Los hechos falsos tienen a emplear ciertos aspectos del periodismo amarillista y la publicidad. Durante las elecciones presidenciales de EU aparecieron una gran cantidad de sitios dedicados a difundir notas falsas. Las fake news se caracterizaron por tener títulos cortos y llamativos sobre situaciones escandalosas. Por ejemplo, el portal Endign the Fed publicó en Twitter y Facebook el encabezado: “WikiLeaks confirma que Hillary vendió armas a ISIS”. El bulo señalaba que Julian Assange confirmó la existencia de mil 700 correos que conectaban a la aspirante presidencial con Libia, Al Qaeda y el Estado Islámico. De acuerdo al informe “Hyperpartisan Facebook pages are publishing false and misleading information at an alarming rate” publicado por Buzzfeed, a partir de un análisis de mil artículos distribuidos por sitios informativos con intereses partidistas se descubrió que el 19.1% de los temas publicados por medios afines a Clinton fueron falsos, en tanto fueron ficción el 37.7% de las noticias que transmitieron los portales que simpatizaron con Trump.
Lo posverdad encuentra un mejor nicho en la virtualidad que en la materialidad. Como apunta Viner (2016), esto se debe a la base material sobre la cual se transporta la comunicación. En los soportes mediáticos con mayor durabilidad el engaño tiene menos posibilidad de permanecer como mentira que en los soportes mediáticos inmateriales. En la cultura impresa existe mayor confianza de los lectores sobre lo que está en papel que aquello que es transmitido por la oralidad. Hay “cierta” seguridad de que la información que aparece en un libro es confiable puesto que borrar la mentira de su soporte implicaría la destrucción parcial de la obra. Este asunto se debe al tiempo y al espacio. Los registros pueden permanecer en el espacio (como las ruinas de los antiguos imperios) o bien en el tiempo (como la cultura transmitida a través de los modos de difusión). En la sociedad hiperconectada donde los consumidores ahora son también productores, el soporte de la comunicación no es durable y a pesar de que pueda quedar registro de su existencia (por ejemplo en el caché) su vida es efímera. En la materialidad física la verdad es más estable que en el mundo digital.
La materialidad también se relaciona con la velocidad de la información. Mientras en el mundo material la difusión de hechos implicaba transitar cierto tiempo debido a la tecnología disponible para el almacenamiento y la transportación del mensaje, en la era de Internet la mentira viaja a la velocidad de la luz. Es la velocidad y la comunicación en red lo que hacen posible la viralidad de hechos falsos. El pasado 5 de diciembre se difundió una noticia que llegó a conocerse como la pizzagate. Fue expandida a través de las redes sociales y se viralizó en todo el mundo en cuestión de horas. Un portal de noticias falsas distribuyó la versión de un hombre de 28 años, proveniente de Carolina del Norte, que habría llegado a una pizzería ubicada en Washington para disparar a los comensales. La nota fue compartida por miles de cibernautas, provocó miedo, indignación y la aparición de memes y hashtags. Otras historias virales fueron nuevas películas como “Star Wars” o “Forrest Gump”, los templos que edifica el cantante Justin Bieber, las pensiones garantizadas en España, la corrupción política en Brasil o los enfrentamientos entre civiles y el ejército con motivo del gasolinazo en México. Estos son algunos ejemplos de historias fantásticas que salieron de la mente de sus creadores y se convirtieron en fenómenos virales.
Conclusión
La era de la posverdad, es la era de la mentira. De hecho, salen sobrando. Tanto en las redes sociales como en el espacio mediático es común encontrar historias no corroboradas. Los fabricantes de tal ficción pocas veces son desafiados. La mayoría de los consumidores y productores de información no cuestionan las mentiras, prefieren compartirlas antes que debatirlas. En este terreno transita la política contemporánea. Para el político es preferible no contar la verdad porque existen asuntos que la gente común y corriente no entendería. En la política es imperativo ser ambiguo pues la posición de incertidumbre nos hace menos responsables de la verdad. La posibilidad de opinar remplaza la comprobación de los hechos. Las posturas, los dichos, los rumores o los chismes, existen hasta en tanto no sean verificados. Lo importante es informarnos al instante, no hay tiempo para la comprobación.
Referencias
Giglietto, Iannelli, Rossi y Valeriani (2016). Fakes, News and the Election: A New Taxonomy for the Study of Misleading Information within the Hybrid Media System (November 30, 2016).
Convegno AssoComPol 2016 (Urbino, 15-17 Dicembre 2016).
Available at SSRN: https://ssrn.com/abstract=2878774 Habermas, J. (1981). Historia y crítica de la opinión pública.
Barcelona: Gustavo Gilli.
Keyes, R. (2004). The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life. London: St. Martin’s Press
Revel, J. (1989). El conocimiento inútil. Barcelona: Editorial Planeta
Sartori, G. (1998). Homo Videns: La Sociedad Teledirigida. Buenos Aíres: Editorial Taurus.