Supongo que el mundo de los entrados en años se divide entre los que preferían a Betty y los que preferían a Verónica.
Me refiero, por supuesto, a la revista neoyorquina de historietas Archie (Archie Comics), creada en 1939 por John L. Goldwater con textos de Vic Bloom y dibujos de Bob Montana, y cuyo primer número fue publicado el 22 de diciembre de 1941 dentro de la revista/libro Pep Comics, dedicada a antologar lo mejor del género. El cómic fue publicado en México por Editorial Novaro en los años 60 y 70, y a partir de los 90 por Editorial Vid. Ahora se le encuentra en Internet en la página web de la empresa creada por Goldwater.
Muchos de los personajes de este cómic han trascendido, como es el caso del voraz y distraído Torombolo o el de la bruja de clóset Sabrina. El protagonista, Archie, que representa al adolescente prototípico de EU de la época, no ha tenido mayor importancia en los países con otras culturas y condiciones sociales, aunque en su país es algo así como la representación en dibujo de un James Dean de buena familia, conducta decorosa y costumbres socialmente aceptadas.
La historieta, como recordamos los que peinamos canas o los que ya no peinan nada, se centraba en el triángulo amoroso entre el protagonista y las dos damas entre las que se dividía y de las que recibía duros castigos típicamente femeninos, de esos que ahora se conocen como pasivo-agresivos.
Esas dos damas eran la rubia Betty y la morena Verónica, dos bellezas radicalmente distintas y con personalidades contrarias y complementarias, lo que en parte explica el éxito del cómic, cuya finalidad era que todos los adolescentes de la época se identificaran con uno o más personajes.
Verónica, espigada y de pelo negro suelto, tiene un temperamento sensible y artístico (el personaje dio nombre al grupo “The Archies”, en el cual toca el teclado dentro del cómic junto con el resto de los personajes donde el protagonista toca la guitarra y la rubia la pandereta; y al dúo australiano “The Veronicas”), su padre es millonario y ella tiene todas las características propias de una pija o “hija de papi”: caprichosa, coqueta, narcisista, vestida a la moda, frívola y buena estudiante. Aunque es una amiga generosa, especialmente de Betty y Archie, resulta hiriente para ambos por ser la preferida del joven del cual está enamorada su amiga.
Betty es una chica buena y estudiosa, de pelo rubio recogido en una coleta y con cuerpo más voluptuoso que el de su amiga Verónica. Vecina de Archie, vive enamorada de él, quien, usando una expresión actual, la tiene en la “fríend zone”, lo que complica sus emociones hacia la morena, de la que su amado está prendido. Aunque también es alegre y generosa, vive con la bilis derramada y recurre a la crueldad.
El triángulo se completa con un cierre perfecto: Verónica estima mucho a Betty, pero también le gusta Archie, a quien utiliza a su voluntad y mantiene con la llama del enamoramiento encendida.
De eso trata el cómic y lo demás es relleno o al menos no me interesa ahora.
Pasando de si nos gustaría o no estar en una situación tan elogiosa y sufrida como la de Archie, es obvio que las dos amigas resultan ser cada una de ellas, o al menos alguna de ellas, el sueño de cualquier hombre joven. Ése es un mérito que no debemos regatear al productor y al guionista. Pero el golpe decisivo se le debe al dibujanteBob Montana, que dio forma y carácter a dos mujeres que harían delirar a cualquiera.
Montana nació en Stockton, California, en 1920. En 1936 se trasladó con sus padres a Bradford, Massachusetts, donde con 16 años empezó a publicar cartoons en periódicos locales. En 1940 se graduó en Manchester High School Central. No necesitaba más: Los estudiantes de Haverhill High School le habían inspirado, en 1939, los personajes de Archie, cómic que vio la luz, como mencioné al principio, en 1941.
Y Bob Montana no hizo nada más aparte de disfrutar sus ganancias. Murió en 1975, como si se hubiera esperado a cerciorarse de que yo viera sus dibujos y estuviera en edad de decidirme entre Betty y Verónica.
La hombres de mi edad me consideran idiota porque en cuanto nos presentan pregunto si en sus primeros ensayos onanistas pensaban en la una o la otra. Suelen sonrojarse y fingir que no saben de qué les hablo o que no recuerdan nada. Algunos -que son a los que yo no considero idiotas- responden de inmediato que una, la otra o ambas.
Las mujeres de mi edad, en cambio, no me consideran idiota sino lacónico y misterioso. Tardan más. Es cuando la confianza ha llegado tan lejos que me preguntan quién fue la primera mujer en mi vida sexual y yo respondo “Verónica” sin añadir una palabra más y dando a entender que es un tema que considero muy personal.
Todo por culpa de un dibujante con nombre de boxeador.