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domingo 22 diciembre 2024

Las turbas en las redes

por Fedro Carlos Guillén

Me parece, sin poderlo afirmar de forma definitiva, que fue Jorge Ibarguengoitia quien dijo: “En México tendemos a confundir lo grandote con lo grandioso” es irrelevante si la frase es de él o no, lo que es cierto es que es una verdad del tamaño de una casa. En efecto, estamos, desde nuestro nacimiento, troquelados por la máxima de que más es mejor, lo que se manifiesta de muchas maneras sociales; la camionetota lleva niños al karate, el tamaño de la mansión, un perrote psicópata o la largueza de nuestras vacaciones. Los hombres viven convencidos de que unpene de gran tamaño es necesario para ser feliz y las mujeres que si bajan de 34 B en la talla de su sostén estarán destinadas al fracaso.

Pasa un poco lo mismo con los monumentos y estatuas que nuestros escultores nos regalan día con día. Baste ver el bodrio más reciente de Sebastián, la Estela de Luz (bautizada atinadamente como la “suavicrema”) o una cosa llamada “El Coloso” que se construyó para las fiestas del bicentenario por alguien que padecía de sus facultades mentales.

En este orden de ideas es menester contar con una pluma que cuesta cien mil pesos o un reloj de medio millón ¿para qué? Pues para apuntalar la idea de que tenemos una capacidad de consumo muy por encima de la media.

Pasemos a las redes sociales; hace unos días un agradable jovenazo me hizo una entrevista desde una ONG Londinense y abordamos el tema, le dije lo que pienso; que las redes sociales han generado una comunicación más horizontal en las sociedades modernas y le han dado voz, a veces no con mucha fortuna, a un montón de gente que antes no tenía un canal de comunicación. Como era de esperarse y en el contexto que inicia este artículo, pronto se ha extendido una idea que a mí simplemente me parece aberrante, pensar que más seguidores en tuiter o “me gusta” en Facebook, es algo que solo se puede comparar con entrar al cielo con los pies por delante. Lo anterior ha generado perversiones documentables como que la gente se encuere, compre seguidores o siga al que lo sigue bajo la lógica de que más seguidores brindan algún tipo de prestigio social en un mundo que cabalga de manera definitiva a la decadencia.

Evidentemente analogar un número mayor con mejores capacidades es ridículo y un simple ejemplo me bastará para demostrarlo. La “cantante” Anahí, sí, esa buenona que es la primera dama de Chiapas y cuyo coeficiente intelectual debe ser similar al de mi burro de planchar, tiene más de ocho millones de seguidores, mientras que Juan Villoro no llega a los doscientos cincuenta mil. Como dirían los abogados gringos I rest my case.

Lo interesante no es que te siga una turba sino quién te sigue y cuál es su capacidad para replicar los mensajes que deseas mandar a la red. Es infinitamente más valiosa una cuenta en la que se proponen ideas y argumentos que otra de algún “famoso” que contesta “gracias” o “saludos” de manera mecánica.

El otro fenómeno es el de la sobrevaloración de las redes; si bien en efecto, en algunos casos ha dado golpes mediáticos como el del esquiador Korenfeld, cierto es que también es un barullo en el que se invita a dar boicots idiotas que nadie sigue o a pedir la renuncia del Presidente en turno. Este mitote es de temporal y como estalla se apacigua, recuérdese el caso de Aristegui que hoy 17 de abril, cuando reviso la red, se ha apagado de manera notable. Lo mismo pasó con Ayotzinapa o yo soy 132 y seguirá pasando con temas emergentes que generan una especie de histeria colectiva, algo así como poner de vez en vez una lupa arriba de un hormiguero lo que produce movimientos de oligofrenia en muchos casos estériles.

Es evidente que la comunicación se ha modificado a partir de la emergencia de internet y las redes sociales, sin embargo, es necesario realizar un análisis más sereno, lo que por cierto, no es propio de estos tiempos de prisa y grandilocuencia.

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