Los premios. Y con las becas sucede lo mismo

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La gente con aspiraciones anda en busca de los premios como los huicholes de las lluvias. En efecto, nada parece ser más atractivo para la raza humana que el reconocimiento de sus congéneres, los laureles de la gloria… el éxito pues.

Cuando era infante estudié en una escuela de pacotilla que se llamaba “Dr. Alfonso Pruneda”, un señor que sólo sabíamos que era el padre de las dueñas que, en homenaje filial, nombraron a mi recinto educativo con el nombre del ser humano que les dio vida.

Bien, en este colegio sucedieron cosas notables; una de ellas es que dado que era el alumno más bajo del salón durante quinto año, fui seleccionado para bailar con mi par femenina de sexto año en el vals de graduación, con lo que logramos el prodigio de parecer un par de “personas con estatura diferente” (seamos políticamente correctos) que se vestían como sus mayores y daban pasitos al ritmo del maestro Strauss. Pero, para variar, ello no viene a cuento para los propósitos de esta colaboración.

El hecho es que hicieron un concurso de ortografía en el que este pequeño servidor participó y obtuvo un premio, lo cual no es notabilidad ya que mis compañeros eran analfabetas funcionales. Cuando llegué a casa me felicitaron como si hubiera dirigido el desembarco en Normandía y desde entonces me di cuenta de que esto de los premios era una cosa importante para esta sociedad.

Dada mi profesión me interesan los premios literarios y debo confesar que he participado en dos de ellos, en el primero obtuve un tercer lugar y en el segundo algo muy parecido al éter y hasta ahí quedó la cosa hasta que hace no mucho fui a comer con un laureado escritor que me explicó cómo se le explica a alguien que no entiende nada, que los jurados “nunca leen todos los libros y que en muchos casos los premios están asignados con anticipación”: debo confesar que sentí algo muy parecido al escándalo que siente una viejita de telenovela cuando se entera de que su hija se fue de puta. Por supuesto lo anteriorsupongo que es indemostrable ya que no ubico al idiota que salga a decir “me dieron el premio por anticipado” o “la obra de fulanito ni la leímos”. Pero llama mi atención que los que ganan premios de manera endémica en este país son siempre los mismos y ello abre dos opciones; o son pura lumbrera o simplemente están rodeados de buenos amigos.

Con las becas funciona un poco de la misma manera, según me explican; baste tener las conocencias oportunas en los jurados oportunos y voilá, dado que no hay nada más subjetivo que la calidad de una obra literaria, es evidente que no podrán generarse cuestionamientos sólidos ya que un escritor agraviado “podrá quejarse diciendo: “la obra de Sutanito es menor y no merece ni madre”, pero simplemente aparecerá como alguien al que el rencor y la envidia le molieron el hígado.

Por supuesto en un país corrupto todo lo anterior (indemostrable, insisto) sonaría a escándalo pero como he dicho antes, en este país nunca pasa nada, y cuando pasa, no pasa nada. Conozco a varios amigos que han vivido el subsidio de su obra durante lustros, bien por ellos. Se podrá argumentar que respiro por la herida pero me apresuro a decir que no; a mí francamente me da mucho gusto que a la gente le vaya bien, simplemente pongo el tema en la mesa porque considero que es de esas verdades incómodas sobre las que todo mundo tiene una percepción pero pocos se atreven a opinar (no se les vaya a ir la próxima beca).

Esperemos pues el siguiente premio a Elenita, ese ariete intelectual de Morena, que ya no sabe dónde ponerlos, y a los de siempre. Mi única esperanza es que a los amigos que se cuentan entre los galardonados se les ocurra la bíblica idea de compartir el pan, aunque en mi modesto caso preferiría unos wisquis para brindar por la cultura nacional.

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