El filósofo francés Pascal Bruckner escribió en La tentación de la inocencia, la conveniencia de jugar el papel de víctima y al tiempo, los riesgos que esto implica. La víctima es siempre un ser disminuido que no puede ser representado por sí mismo, que se puede convertir en un chantajista para quien el rol de desprotegido lo salva de conducir su propia vida. El mismo autor relata en La tiranía de la culpa que existe una narrativa heredera del cristianismo en la que es necesario encontrar un culpable, una especie de chivo expiatorio que cargue con los pecados del mundo y que exima a los demás de aceptar su responsabilidad. La postura ética nos obliga a abolir la polaridad, la ecuación fácil de dividir al mundo entre víctimas y culpables. En ese sentido, en mi propia historia de mujer como confesé antes, se me ha maltratado pero he respondido. Una de las panelistas advierte que aún hoy (y estoy de acuerdo) el maltrato de hombres a mujeres es latente, en alusiones al aspecto, en temas de control, en asunciones a tareas propias de un rol concreto. En vejaciones a la libertad.
En muchos grupos sociales la mujer es mayormente maltratada pero mi temor a la generalización me lleva a observar que entre el sector social en que me muevo, ante las descalificaciones masculinas, ya existe una cuota igualmente lamentable de chistes feministas. Si a las mujeres son abusadas, hay muchos hombres que también lo son. La defensa de un sector sobre otro o de considerar una ofensa mayor a partir de la condición de genero me resulta peligrosa puesto que la dignidad humana es asexuada.
En el capítulo 5 “Movilización y ciudadanía. Las mujeres en la escena política y social” Adriana Maza y Martha Santillán hablan de la década del milagro mexicano de los 50 a los 60 que nos lanzó de lleno a lo que llamamos modernidad donde se juegan las últimas batallas por el sufragio que se logra en 1953. Los sesenta y los movimientos estudiantiles que dieron nuevas formas de mirar la educación y a la mujer, la familia se replantea y los medios de comunicación nutren con narrativas diversas, provenientes principalmente de EU, el nuevo papel de la mujer.
Para ser liberales y liberadas me hace comprender el texto que debemos aceptar que no podemos cambiar el pasado ni debemos vivir culpables de la historia, la invitación es a construir a partir de la anulación de la deuda, mas siempre a partir de la memoria. La culpa es un mecanismo de conciencia que nos libera del mal mediante la reparación del daño o, en su defecto en el reconocimiento del mismo para no cometerlo más. El remordimiento es un mal infructuoso que se alimenta del egocentrismo y que implica la esclavitud. La contrición no debe ser coartada de unos cuantos al mismo tiempo que la inocencia no puede ser un privilegio reservado.
Ser libre implica reconocer que todos los seres humanos somos potencialmente culpables e inocentes, y que no son condiciones heredadas por género, raza o posición social.
Todo discurso catastrófico o hiperbólico me causa suspicacia. Se mueve en la polaridad aludida, donde una víctima se ve incapacitada y un tirano es irredento. El propio Bruckner nos alerta a partir de los discursos catastróficos que considera parecidos a la pornografía o al cine gore, en su afán de conmover, se exceden y adormecen, la exposición de la miseria, del peligro, de las vísceras al desnudo terminan por ocultar la trama o por oscurecer otros elementos. El tremendismo sin salida conduce a no actuar pues parece el relato irreversible de la catástrofe. Es por ello que la historia de la mujer como única víctima, madre abnegada, trabajadora incansable y guerrera sin par me parece peligrosa porque puede quedar congelado como la estatua de la indefensión. Prefiero pensar en una mujer que se va conociendo al grado de saber que ella es también un potencial verdugo.
Una mujer nos regaló la idea del mal sistémico, Hannah Arendt, y es por ello que no puedo negar que mientras una sola de nuestras mujeres viva en desventaja la dignidad humana sigue estando lastimada, pero lo está también con el maltrato a cada niño, a cada hombre joven o viejo incluso a esos animales domésticos o en vías de extinción que a momentos, y por un asunto de moda, parecen ser los reyes de la escena victimal. Lo es también la propia Tierra que los discursos excesivos plantean como aniquilada por el monstruo humano. Me importa la Tierra, las mujeres, los hombres, niños y viejos, me concierne el maltrato animal pero no soy inocente o culpable, soy responsable, una mujer que se va adaptando a su contexto y adaptando sus patrones mentales para entender un poco más y vivir, cada vez, un poco mejor.