Como he dicho en números anteriores, mis recelos defensivos contra las redes sociales eran inumerables. Me es difícil entender cómo la gente le dice a otros cosas como “no traigo para el estacionamiento” o “no me han llamado”, que no le interesan ni al propio emisor. Sin embargo, después de un mes tuiteando (como dicen en jerga) me di cuenta de que mi análisis era superficial (como todos los que hago).
El invento, según sus diseñadores, era nomás para que la gente contara en 140 caracteres lo que estaba haciendo. Por supuesto, como todo, se salió de proporción. En Twitter se recrean día a día las conductas sociales más conspicuas. Hay, por ejemplo, hijos de la chingada cuya misión en la vida es putear al que se mueva. Los hay consignatarios y entonces si uno le da un recargón a AMLO, caen en jauría y se ponen a joder con cosas como “cuál es tu proyecto de nación” hasta que uno entra en coma defensivo. Otros no tienen ideología… probablemente tampoco cerebro ya que gratuitamente empiezan a tirar cañazos a discreción. Twitter ha permitido que estos neuróticos expresen algo que antes sólo podían hacer dando puñetazos al aire. Afortunadamente, hay un antídoto que es bloquearlos.
En esta cosa hay también seductores y seductoras; ellas ponen fotos en posición de decúbito dorsal y ojos de “quiero que me lleves a la cama”, desgraciadamente existe una correlación entre tanta belleza y las imbecilidades que escriben como: “me duele la nuca, ¿un masaje?”. De inmediato y como mosca a la miel, caen docenas de ofrecidos sin pensar que probablemente se trata de un pervertido indonesio. Ellos lo que hacen es decir cosas como: “Pienso en la inmensidad y pienso en ti”. Dios.
Pero ésa es la parte superficial, en Twitter hay aquellos que tienen cientos de seguidores (twittstars, en jerga) (odio la pinche jerga), esos son pesos pesados y entre ellos hay periodistas, gente ingeniosa o celebridades. Ahí se aprecia un poco más el poder de esta herramienta. En una plática con Mario Campos, compañero de páginas en etcétera, me hizo ver que muchos periodistas interactúan en tiempo reala través de Twitter, lo que elimina la unilateralidad de las noticias y las formas de comunicarlas. Ello en sí mismo es una tendencia que seguramente ya es analizada, pues diversos medios han entrado al congal de Twitter, lo mismo que anunciantes (a los que hay que bloquear de inmediato, porque uno no se interesa en una felación o un carrito de golf).
Un problema, nada menor, es la velocidad de la información. Hace unas semanas corrió en Twitter la noticia de que un niño de 6 años iba solo en un globo. Venían los reportes: “ya aterrizó el globo”, “no hay niño” y todo mundo en la pendeja conteniendo el aliento. Luego se supo que nunca hubo un niño en el globo, lo que redituó entonces en una pérdida de tiempo. Otro caso más personal ocurrió cuando alguien dijo que Federico Arreola, el intelectual de izquierda, y yo habíamos peleado. Pronto se cazaron apuestas y retos, sin que nadie se tomara la molestia de averiguar que Arreola y yo no nos conocemos de nada.
Twitter es también una oda a la vanidad, uno puede apreciar cómo la gente haría lo que fuere por ganar seguidores que le den popularidad. Es probable que sean 20 minutos de fama o que encontremos verdaderos líderes de opinión. No lo sé, pero resulta escalofriante ver algunas charlas en las que se ofrecen literalmente las nalgas con tan noble fin. Otro problema es la adicción, uno se pregunta: ¿si esta gente está atenta al trasero de Alejandra Guzmán a qué hora trabaja? Tampoco lo sé, pero sería sensato ver si la caída de la productividad nacional se relaciona con esta emergencia de comunicación.
En fin, seguiré tuiteando, esquivando madrazos y tratando de comprender los misterios de una vida tecnológica que no me fue dada (pero eso ya es muy evidente.