Hijo demagógico y justiciero del PRI, el nacionalismo revolucionario encontró en el PRD a su último defensor intransigente. ¿Por qué? Muy simple: porque los de la revolución democrática no tuvieron a la mano otra ideología que oponerle al neoliberalismo económico. Pero al adoptar el nacionalismo revolucionario como ideología el PRD se ancló en el pasado y dejó al PAN y al PRI el privilegio de administrar nuestro futuro. La breve alusión a un par de parejas dispares ayudará a comprender lo que digo.
Globalización versus nacionalismo. Pueden y aun deben señalarse las injusticias que le son propias, pero no puede negarse que la integración económica forma parte sustancial del presente y el futuro en la misma medida que el nacionalismo económico forma parte del pasado antes que del presente. No cabe duda que el Progreso era una ideología, una fe militante tanto para las izquierdas como para las derechas del siglo XX, pero tampoco se puede objetar que cada día se presentan innovaciones tecnológicas y productivas. A uno puede no gustarle esa dictatorial avalancha innovadora, pero no puede sustraerse a sus efectos. Los países que no la abordan se condenan a sí mismos a vivir en la pobreza. Podemos respaldar las reivindicaciones ancestrales de Zapata y soñar con comunidades solidarias al estilo Vasco de Quiroga, pero esas utopías no sacarán de la miseria a los millones de mexicanos que la padecen en carne y hueso.
Libre mercado versus estatismo económico. La privatización acompañó a la apertura comercial en el neoliberalismo económico. El PRD y sus aliados se colocaron abiertamente del lado del estatismo y en contra de la apertura y la avanzada privatizadora. Consideraron que en el equipo del estatismo jugaba la justicia social y en el equipo del libre mercado la injusticia. En sus explicaciones más depuradas nos dijeron que las décadas de estatismo priísta no produjeron la equidad deseada por obra de la corrupción. La solución eran ellos, que limpiarían las últimas paraestatales de este virus por todos conocido. La receta no parecía desatinada, aunque cojeaba de un pie: el voluntarismo. Ojalá la corrupción que gobierna en Pemex, por ejemplo, pudiera disiparse por decreto. Pero se antoja que la cosa es un poco más complicada. Sea como sea, el nuevo gobierno presentará una iniciativa para abrir Pemex a la inversión privada; el PRD y sus aliados alegarán que se trata de una vil privatización y una previsible alianza entre el PRI y el PAN argumentará que la empresa seguirá en manos del Estado, no obstante, el PRD y sus aliados denunciarán una imperdonable traición a la patria y, finalmente, la iniciativa probablemente se aprobará, como al parecer está sucediendo con la reciente reforma laboral. Será, quizá, el último enfrentamiento notable entre los últimos representantes del nacionalismo revolucionario y la corriente neoliberal. Entonces brotará una gran pregunta: ¿qué de nuevo nos ofrecerán el PRD y sus aliados? Están, por supuesto, los derechos de los homosexuales y la despenalización del aborto como puntales de una sana renovación moral pero, ¿y la búsqueda de una mayor equidad social? Existe el riesgo de un nuevo anquilosamiento en los fantasmas ideológicos del nacionalismo revolucionario que inspiraron a los dos principales caudillos de la izquierda: Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador. Pero, si en el tiempo de éstos resultaba evidente el anacronismo de esos fantasmas, ¿cómo sería ahora? Un espanto, claro está, pero considero que merecemos algo mejor.
Desde su fundación el PRD ha hablado de garantizar el derecho a la salud. Bueno, pues ya es hora que nos explique cómo, específicamente por dónde. Tengo la impresión de que los diputados, senadores y demás funcionarios de izquierda pensarían, en un acto reflejo, en “fortalecer” al IMSS, el ISSSTE y el resto de las instituciones estatales de salud, sin embargo, sospecho que la enorme mayoría de esos políticos y burócratas de izquierda (y no sólo ellos: también la mayoría de los académicos, intelectuales y demás clasemedieros de izquierda), si cuentan con el dinero necesario, no asisten a esas instituciones públicas de salud. ¿Una razón adicional para superar el nacionalismo revolucionario? ¿Un nuevo aliciente para proponer un nuevo proyecto de izquierda?