“Oasis” es el nombre de un centro comercial que se inauguró recientemente cerca de mi casa (que es mi casa y no la suya como dice mi amigo, el maestro Díaz). Llama mi atención esta irrupción explosiva de los dinosaurios de la vendimia en los que la gente se amontona como reses en un corral. En un espacio como este llamado mall por la gente que no tiene sentido del ridículo, se encuentra una oferta variada y extravagante que va desde taquerías elite hasta ropa deportiva, pasando por lencería para damas. Los espacios para comer permiten suponer que un ser humano normal se alimenta de porquerías y tiene la velocidad de una musaraña para devorar comida china. La gente mira vitrinas a lo buey, sin animarse a la compra, y se sienta a observar al resto de los visitantes en una acto incomprensible, a menos que uno sea sociólogo urbano.
“Oasis”, en su acepción original es un espacio verde que da tregua a los extremos de un desierto. En el imaginario colectivo se observa a un grupo de pobres diablos que agonizan por falta de agua mientras caminan en medio de las dunas. De pronto, después de ver la osamenta de un camello, el líder grita “¡Miren!” (el equivalente en español de “¡ya chingamos!”) y la cámara enfoca una especie de isla llena de palmeras, dátiles y agua.
Siguiendo esta línea semántica, “Oasis” es también un remanso en medio del griterío y nuestro proceso electoral es justamente eso: una gritería desaforada en la que la gente que hasta ahora consideraba sensata, me mira con los ojos inyectados mientras grita: “¡AMLO no va a ganar!”. Creo que nos hace mucha falta una pausa, ralentizar el ritmo y el ánimo, ya que nos estamos dividiendo de una manera tan violenta que podría no tener regreso. No hay tertulia, cena, jugada de dominó e inclusive un encuentro protoamoroso que no acabe como el rosario de Amozoc, y todo porque la gente es vehemente y reacia a escuchar argumentos.
Los mexicanos tenemos esa tara endémica: una vez que tomamos una decisión nos atenemos a ella aunque nos cueste la vida. Sostengo que un candidato, el que sea, podría sodomizar animales estabulados en cadena nacional sin que su voto duro se moviera un milímetro. Esta terquedad produce constantes escaramuzas en redes sociales. Recientemente opiné en tuíter que si los estudiantes de este país estaban condenados a maestros que heredan plazas y que se rehúsan a ser evaluados, era mejor largarse a Suecia. La usuaria @morisketa se pasó a molestar y escribió: “Pues vas!!! Yo me quedaré a luchar por México. Nos sobran los cobardes”. La imaginé con la mirada fija, un clavel entre los dientes y una espada desenvainada, con la que me retaba a salvar el honor nacional. No escupí el café de la risa porque no había, pero más tarde me quedé pensando en lo exaltado que está el ánimo.
Una última reflexión se vincula con el voto joven. Dada nuestra dinámica demográfica, un montón de millennials serán decisivos en el siguiente proceso electoral. El problema es que percibo abulia y aburrimiento y un desinterés total, a menos que sean de esos que se encapuchan y vandalizan comercios, o paleros como Attolini. Por supuesto, no los culpo, han heredado un país que se cae un poco a pedazos; políticos corruptos, ciudadanos corruptos, funcionarios corruptos, violencia en todas las zonas del radar y un futuro sin mucho lugar para la esperanza. Lo de ellos es el aquí y el ahora, y son las promesas huecas de muchos políticos que los pretenden usar como carne de cañón lo que no deja de ser una pena.
Inicié esta colaboración hablando de Oasis, creo que es justamente lo que necesitamos en estos días: ganar serenidad, platicar con los hijos, echar un trago con los amigos sin que nadie empiece a torpedearlo todo preguntando por quién vamos a votar. Me hago cargo que este artículo puede ser desordenado y confuso, pero así me siento, por lo que si pondero la oportunidad de largarme a Suecia, aunque alguien con un clavel entre los dientes me mire a los ojos y me llame “¡cobarde!”, trato de explicar los riesgos de un pensamiento tan peligroso como ése.